ESTER [1]
MI VIDA DE ESPALDAS A CRISTO

«Con amor eterno te amé, por eso te trato con lealtad»
Jeremías 31,4

«Con amor eterno te amé,    por eso te trataré con indulgencia»
[Jeremías 31, 4]

MI VIDA SIN JESÚS

Estimado Padre:
Crecí en una familia católica no practicante, mi padre era marino de la armada, guapo, mujeriego y como se puede imaginar, el adulterio campeó por sus fueros durante décadas; el adulterio y más cosas oscuras, que hace muy poco he descubierto a través de mi hermana y de mi madre en su lecho de muerte.
Le pido a Dios que le haya perdonado a él y tenga su deuda saldada de todos sus excesos y el daño que con ello causó. Si el tiempo no existe para Dios, y vive en un presente infinito, la súplica es eterna entonces, y tampoco tiene un tiempo pautado. ¿No es así?
Mi madre fue una mujer hermosa, ultrasensible, ama de casa, que se enamoró perdidamente de un marino guapo  pero que tuvo que luchar siempre por re-tener a su esposo. Esto le generó mucha inestabilidad corno mujer y como madre.

Fue la mía una familia de apariencia socialmente correcta pero con una realidad interna turbia y difícil. Se lo explico porque esto marcó claramente un rumbo en mi manera de contemplar todo y de cómo fueron mis relaciones con las personas hasta que me reencontré con mi Señor.
Yo crecí en una formación religiosa. Iba a un colegio católico en Madrid; era una niña por lo general dulce y más o menos buena. Fui la menor de tres hermanos. Esto significó que mientras mis padres eran más maduros emocionalmente también estaban más cansados; por lo tanto yo disfruté de más libertad y menos control que mis hermanos.
Tuve un despertar sexual muy temprano, ahora entiendo por qué; y aunque siempre tuve la sensación de estar amparada por algo que entendía, quise vivir pronto sensaciones fuertes. Ahora entiendo de nuevo por qué.

Yo andaba en mi idealismo de encontrar al hombre de mi vida, y mi deseo iba mucho mas allá de lo que me podía aportar un varón. Recuerdo claramente cómo deseaba una amor con el que fusionarme en cuerpo y alma y una vez fusionados, permanecer en un estado eterno de unión. Era una fantasía recurrente. Y luego me encontraba con los chicos, con el mundo. Y con la carne. Y esto me violentaba un poco, porque la realidad no se adecuaba a mis ideales.
Yo era una chica muy bella y físicamente exuberante pero al mismo tiempo bastante cándida, y pronto empecé a verme arrastrada por los hombres audaces y atrevidos, que me dirigían a su terreno.
Me sumergí en experiencias sexuales arriesgadas, en búsqueda de sensaciones fuertes, a la vez que me iba, como se dice ahora, empoderando. Así que un día decidí que no volvería jamás a la iglesia, que Dios no existía, y rompí. Estaba en tercero de BUP [Bachillerato Unificado Polivalente], despreciaba a las monjas.

En casa, no sabían nada, la verdad es que estaba cada uno a lo suyo, y tampoco había un clima religioso, la única que iba a la iglesia los domingos era mi madre, que bastantes problemas tenía en su matrimonio. Así abandoné al Señor. Me di la vuelta con la intención de no volver nunca más. Del modo mas sencillo, absurdo y terrible.

A los dos años tuve una experiencia inolvidable y terrorífica. Tuve una serie de pesadillas por así llamarlo, recurrentes, en las que se me aparecía el diablo en diferentes formas de animal y  personas, y me decía que yo iba a ser suya, y me invitaba a que lo aceptara. Yo estaba espantada y muerta de miedo, y sentía su acoso. Tenía miedo hasta de dormirme.

Así que presa del pánico volví a abrir los evangelios buscando ayuda, y esas noches de nuevo se me apareció en el sueño y yo le dije que «en nombre de Dios» que se fuera, yo vi cómo la ventana de mi habitación se abrió de golpe, entró una luz de fuera con un viento huracanado y todo quedó en paz, y supe interiormente que las pesadillas habían acabado.

Pensé que había ganado la partida, pero no. Al poco encontré un trabajo en prensa semanal y se afianzó mi separación de Dios y de la Iglesia. Me sumergí en la vida del mundo y del pecado con total naturalidad y encantada de ganar dinero, disfrutar del sexo con hombres de cualquier estado, vivir en la frivolidad, la vanidad y creerme la reina de Saba. Viví con un hombre que aunque no estaba casado, se separó de su familia por estar conmigo, con sus niñas pequeñas. Vivíamos juntos; él era comunista y odiaba a la iglesia fuertemente. El era muy belicoso.
Yo prefería tener una actitud más indiferente, pero me molestaba ese ataque tan furibundo a Dios y a los cristianos. En casa y con sus hijas estaba prohibido hablar de Dios si no era para defenestrar esas creencias. Una vez tuvimos una pelea monumental por ese tema. Me amenazó con dejarlo si no guardaba silencio. Guardé silencio desde entonces, pero en mi corazón quedó un rescoldo fuerte de resentimiento.

Mi vida transcurrió en esa tónica durante años y años. No necesitaba para nada a Dios. Yo puedo decirle ahora sin embargo que como con la reina Ester y con su pueblo en Persia, Dios nunca se olvidó de mi. Solo me sufría y me esperaba en silencio. Mi Ángel de la guarda, protegió mi vida unas cuantas veces, tanto que incluso yo me percataba, en mi ateísmo, de que había alguna fuerza especial que me había evitado la muerte. Desde pequeña enfermé de epilepsia, y estos ataques colocaron mi vida en varias ocasiones en peligro de muerte, y de modo absolutamente providencial y asombroso, salía indemne o levemente herida. Yo me hacia consciente de esta situación, daba gracias a no se quien, y seguía mi vida. Decía Chesterton que lo triste de los ateos es que cuando tienen que dar gracias a Dios miran al cielo pero no saben a quién dirigirse. Pues eso mismo.

«Con amor eterno te amé, por eso te trato con lealtad» [misericordia, fidelidad: Jeremías 31, 4]

Mi vida avanzaba pero yo iba en decadencia lentamente, estuve militando en los sindicatos comunistas que defendían la libertad de aborto y de la mujer trabajadora. Dios fue ocultando su rostro de mí, frente a tanta ignominia, y mi ignominia llegó a un grado sumo, el grado extremo de gravedad. El diablo reía, se reía a carcajadas.

Mi padre murió de golpe. Yo dejé a mi pareja comunista y llevé una vida en solitario. La tónica seguía más o menos igual: egoísmo, excesos, vanidad, frivolidad, derroche. Diversiones.

Y conocí  a al padre de mi hijo. La cosa fue a peor porque ahí cometí el acto más terrible que una mujer pueda cometer en su vida. Ya sólo me había faltado eso para tener bien abiertas las puertas del infierno. Y lo hice. Lo que Usted se imagina, eso es.

Y en el momento mas abyecto de mi vida, la Virgen María vino a por mí. Yo me había ido sola; a recuperarme y a seguir pensando en mí misma; pero la depresión empezaba a asomar por mi cuerpo; estaba rota, me había partido por medio y no lo sabia. Me fui a un balneario ¡como no! Y allí, paseando por la zona, vi una Iglesia abierta, era un día laborable y estaba vacía.

Yo estaba a distancia de ella, pero se veía una Virgen dentro. De ella salía un resplandor blanco que iluminaba a la figura y el resto estaba oscuro. Esto me impactó tanto que me acerqué para ver mejor cómo podía ser ese resplandor. Entré en la iglesia, estaba vacía. Hacía muchos años que no entraba; me acerqué al primer banco y no había nadie, como dije. No sé cómo, allí, delante de la Virgen que refulgía, me arrodillé y, mirándola, le dice una petición: le pedi encontrar la felicidad, y en ese momento cayó una sola lagrima. Era todo silencio. Estuve dos minutos, me levanté y me fui. Volví a mi vida.

No se cómo volví de nuevo a tener trato con el padre de mi hijo. Yo no quería porque no lo terminaba de ver, pero he aquí que seguí. Surgió el interés de ambos por formar una familia antes de cerciorarnos si realmente nosotros nos amábamos.

Nació mi hijo. Todavía me espanto de cómo el Señor me mostró su amor una vez mas dándome este hijo tan precioso que me dio. ¡Una gracia en respuesta a una ofensa! Yo no sé cómo ni por qué, cuando mi hijo era pequeño, se lo ofrecí a la Virgen del Carmen, se lo dí a ella. No había vuelto a la fe, pero en España al menos, tierra de Maria, pasa mucho esto, he conocido comunistas acérrimos devotos de nuestra Señora de la Macarena.
A los dieciocho meses de mi bebé, a su padre le diagnosticaron un cáncer gravísimo con metástasis en el hígado. Le daban un año de vida, su madre, es decir la que hubiera sido mi suegra, se introdujo en casa, no me aceptó y empezó otra etapa de pesadilla, de peleas, de dolores, de angustias. Yo tuve una recaída con mi epilepsia, y volví a la crianza casi a solas de mi niño…

Si la enfermedad podía habernos unido, aquello fue un campo de batalla en el que pugnábamos su madre y yo. El pobre José Luis que así se llama enfermo, pero posicionado con su madre, aquello era un despropósito de tal magnitud que intento no recordar. Gracias a Dios José Luis se curó. Ha sido uno de los pocos privilegiados que ha sobrevivido a este tipo de cáncer,
Llegó un momento en que pensé que no tenia mas salida que morirme. Me refugiaba en la bebida, en la evasión como podía.

Las relaciones [con José Luis] desaparecieron; las físicas y las personales, solo era una supervivencia día a día. Y clamé al cielo, clamé a un Dios que no sabia si existía, y en caso de que fuera así, si acaso querría escucharme y atenderme.

Mi hijo fue a un colegio de los una orden religiosa que acababan de estrenar al lado de casa. Mi niño no estaba bautizado, claro. 

[Prosigue el martes 21 de junio: La resurrección de la fe de Malena]

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1 comentario en «ESTER [1]
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  1. «Si el tiempo no existe para Dios, y vive en un presente infinito, la súplica es eterna entonces, y tampoco tiene un tiempo pautado. ¿No es así?» — Padre, ¿significa esto que la oración que hagamos en el presente, es «aplicada» y efectiva incluso en situaciones del pasado?

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