DESCENSO A LAS PROFUNDIDADES DE LA MINA
SOFÍA: CONFESIONES

¿Cuáles fueron en mi vida esos «delirios que me encandilaron con sus falsas evidencias para no permitirme ver el camino, salirme de él y perderme lejos”? ¿Qué fueron, Señor mío, y cómo me provocaron esos tantos bloqueos y desvíos que se unieron en este solo haz , en este compacto bloqueo absoluto y total, con el que he forcejeado toda mi vida y persevera en darme guerra hasta hoy?

¡Ayúdame oh Espíritu Santo, oh Santa Ruaj Haqedosháh! ¡Ayúdame a reflotar desde el fondo de mi memoria aquellas vivencias hundidas en los limos sin fondo, que me dañaron, me engañaron y que me apartaron del camino hacia Dios! ¡De mi camino hacia Tí, Padre adorable, Abbinu, y me desviaron durante tramos de mi historia del seguimiento de tu Hijo, que es el único Camino hacia Ti!
                ¡Oh Padre, mi querido Abbá, Abbínu! ¡Luz en la que vemos tu Luz! Luz de cara a la cual vivo hoy: de cara a Tí, junto a Tu Hijo Bien-amado que me ha puesto a su lado como esposa y me lleva de su mano hacia Ti como si aún fuese aquella niña.

Muéstrame a tu luz y con mirada nueva, con mirada redimida, aquello que, allá, en el horizonte interno de fondo en mi alma, aún me envuelve en nieblas de tristeza y me esconde el camino, y me deja sola y como abandonada de Tu Hijo y de Tí. Como niña extraviada en la feria del mundo.

EL MIEDO – TERRORES – FOBIAS – PENSAMONIOS

No tenía todavía dos años cuando aquella chica que nos sacaba de paseo a mi hermana de tres años y a mí; aquella vez, para conseguir que mi hermanita le diese menos trabajo, la amenazó con tirarme al riachuelo y me puso boca abajo sobre la corriente, sosteniéndome sólo por los pies y con la amenaza de dejarme caer. Sentí un terror que me parece llevar adherido, un terror de aquel río que para mí era como hoy el Amazonas.

También me aterraba la oscuridad de las noches. Cuando salía del cine ya de noche mientras bajaba la cuesta hacia mi casa y corría dando con los talones en la espalda.

O aquel irracional miedo al teléfono, miedo a escuchar una voz a través de un aparato extraño para mí. O cuando de noche en invierno me mandaban a bajar leña para la estufa y tenía que subir una escalera y entrar en un desván mal iluminado.
Desde luego el miedo a la oscuridad, donde habitaban seres amenazantes, fue una constante en mi infancia, un punto débil.
                   Delante de nuestra casa había una acera grande donde jugábamos muchos niños y niñas. Pegado a la acera había también un gran árbol, en cuyo tronco había un grande hueco. Aquel día en que vimos salir una enorme serpiente de ese agujero, que se fue culebreando por la tierra, me asusté muchísimo y pensé ver el diablo, pues había hecho mi primera comunión con 6 años y ya conocía el simbolismo de la serpiente.

¿UNA APARICIÓN DEMONÍACA?
Justo enfrente de la casa y al lado del árbol, pasaba una carretera. Una noche de verano vi venir por la carretera un coche imponente, negro, que me inspiró miedo y más cuando se detuvo justo ante de nosotros. Yo me quedé mirando y vi bajar del coche un chofer. El chofer se volvió para abrir la puerta y bajó del coche un señor delgadísimo, palidísimo, cadavérico, todo vestido de negro también, que me miró fijamente. Yo estaba paralizada, congelada, más que miedo sentía terror, y lo sentí como la imagen viva de la muerte que fijaba su mirada en mí.

Pensé que ese Señor vendría en busca de mi padre, que era médico. Pero, sin más,  ambos volvieron a subir al coche y se fueron. Se lo conté a mi padre, quien tras indagar un poco me dijo que nadie había visto nada excepto yo. ¿Fue una alucinación demoníaca?

MIEDO A MI MADRE Y HERMANA

También el miedo a mi madre debido a sus prontos imprevisibles. Ella vivía gatillada y en tensión constante, de la que nos contagiaba a todos. Yo he heredado desafortunadamente ese rasgo suyo, por su tremenda autoridad natural, por su estar siempre a punto de saltar como una cuerda de guitarra demasiado tensa.

El miedo a mi hermana que era más fuerte, más decidida, más traviesa, más impositiva, más lista y que me menospreciaba…

MIEDO AL INFIERNO

También sentí miedo un día en el que una de las chicas que nos cuidaban, me dijo que me cortaría el flequillo porque iba a estar más guapa pero que no debía decírselo a mi madre porque si se lo decía, me iría al infierno. Mi madre quería saber quién me había hecho eso, pero yo, por miedo al infierno no se lo decía. decía. Esa negativa me costó castigos: cenar separada; no comer postre, y quedarme después de cena quedarme de pie a solas en aquel pasillo oscuro.  Mi madre hizo un flan que me gustaba con locura y me quedé sin probarlo, pero yo no la delataba. Hasta que, en un par de días, ella misma confesó la hazaña. Es uno de mis primeros recuerdos en los que se juntaron con el miedo el dolor por la injusticia.

AQUELLA NIÑITA DÓCIL

Por otra parte, mi naturaleza era dócil, suave, obediente, dulce, muy, muy cariñosa, era una niña buena, no daba guerra. Como anécdota: mi madre contaba que yo, de bebé, podían pasar 3, 6 o hasta 9 horas sin que ella se acordara de darme de comer porque yo no lloraba ni montaba escándalo. Según ella todo lo más me quejaba un poquito.
                  En conjunto era buenita. Además, apenas supe que existía Dios y el Niño Jesús, y que ellos oían y respondían a mis plegarias, quería ser buena y me obligaba a ello.

Yo tenía en Dios una fe infantil y TOTAL. Por otra parte, el mejor modo de sobrevivir era ser “buena”. Encontré en esa opción la posibilidad de vivir de mejor manera y me animaba el oír a los mayores: “la niña es muy buena, no da guerra…”

Buscaba también el amor y la aceptación de los demás, usaba un “ver” intuitivo que me servía para saber qué querían los demás e intentaba dárselo. Hacia todo lo que podía para evitar situaciones violentas y desagradables. Prefería perder yo a la bronca consiguiente. Quedarme sin lo que fuera, pasar desapercibida era estupendo.

Más o menos así era tu hijita de pequeña, segura estoy de qué entonces estabas satisfecho conmigo, inocente, ingenua, deseosa de agradar, servicial, confiada, alegre, obediente, con imaginación…

LUEGO…MIS MALDADES
Perdí el rumbo por completo, no sé cómo, no sé cuándo, no sé dónde… Desarrollé un nerviosismo extremo e incapacitante, una timidez enfermiza, una falta de autoestima enorme… Vivía de lo que yo creía que los otros pensaban, esperaban, deseaban. Fui desapareciendo cada vez más y más bloqueada, paralizada, indefensa, incapacitada, enferma..

Luché como una jabata para dejar de ver y sentir lo que los demás querían o deseaban, intentaba ser yo. Cometí muchísimos errores y Tú ya no estabas en mi vida.
                Así, Señor mío, la aventura de vivir se hizo difícil, agobiante, angustiosa. Intentaba vivir y parecer “normal”, me decía que era normal y me costó mucho tiempo aceptar, primero, que era diferente a otras amigas y personas y muchísimo más, casi hasta ahora, que la diferencia principal ha sido una enfermedad psíquica.

ACEDIA Y TRISTEZA

He vivido desde muy joven en las oscuras profundidades de mis tristezas, hasta el punto de que ya era físicamente incapaz de sonreír. Y a todo esto, intentando criar a mi hija natural con salud, para que no se diera cuenta de las carencias materiales y mucho más que no sufriera por las emocionales por su orfandad de padre… En fin, esta situación fue muy dolorosa, pero yo pensaba que era así, más o menos, para todo el mundo. Poco a poco me fue ganando la tristeza, la decepción, la depresión, las muchas frustraciones que se me iban generando. La víctima principal de todo esto era yo misma, y yo misma mi verdugo y victimaria, aunque siempre intenté no dañar a los demás, viví hiriéndome a mí misma. Iba recorriendo el camino equivocado, pesado, con tremendos errores, con grandes ofensas hacia Ti. Me arrastraba Señor, pero Tú ya lo sabes.

DE CARA A DIOS

Hasta que me rescataste de entre zarzas y espinos y me cargaste sobre tus hombros llagados por la cruz. Después empecé a escuchar en mi corazón la voz de Tu Espíritu santo, de tu Ruaj Haqedosháh, muy, pero que muy lentamente, me has ido  guiando, consolando, transformando, transfigurando

Me pusiste en el camino al Padre sacerdotes santos, carismáticos, ilustrados y despertaste en mí el interés y el gusto por tus misterios. Así nutriste y fortaleciste mi fe, me enseñaste a re-signar las situaciones, las emociones… Hoy intento aprender a orar, aprender a no separarme de Ti… Aun así Señor, y dado que sola nada puedo, acudo a Ti. Ten piedad y misericordia de mí que pierdo tantas veces el rumbo, socórreme en mis enfermedades, en mis necesidades, no permitas que yo me separé de Ti. Sola no sé seguirte, no puedo curarme del todo y entonces no puedo ponerme guapa para esperarte.

BENDITO Y ALABADO SEAS AHORA Y POR SIEMPRE, MI SEÑOR, ADONAI,
HASHEM, YAVEH SEBBAOT, ELOHENU!! Creo en Ti, confío en Ti, te adoro, te
amo y pido perdón por los que así no lo hacen. Tu hija Sofía

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