HOMILIA PASCUAL del R.P. CHRISTIAN VIÑA Pbro.

LEJOS DE UN CATOLICISMO A MEDIDA
Homilía del padre Christian Viña, en el Domingo de Pascua de Resurrección.
La Plata, 9 de Abril de 2023
Hch 10, 34a. 37-43. // Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23 (R.: 24). // Col 3, 1-4. // Jn 20, 1-9.

Jesús, único Rey y Señor de la Iglesia, con su Pascua triunfa sobre el pecado, y la muerte. Y nos abre las puertas del Cielo, cerradas desde Adán y Eva. Está en nosotros comprender que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos (Jn 20, 9); y, por lo tanto, no debemos seguir buscando entre los muertos al que está vivo (cf. Lc 24, 5). En la Liturgia de las Horas (nuestro Breviario), un bello Himno exclama: ¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde está muerte, tu aguijón? Todo es destello de tu gloria, clara luz, resurrección.

Remarca el evangelista San Juan que María Magdalena fue al sepulcro el primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro (Jn 20, 1). Y, al ver la piedra de la tumba removida, corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20, 2). También nosotros corremos el riesgo de perdernos, y no saber dónde está Jesús. Y no soportar más la sana doctrina y, llevados por nuestras inclinaciones, procurarnos una multitud de maestros que nos halaguen los oídos; y así nos apartemos de la verdad para escuchar cosas fantasiosas (cf. 2 Tm 4, 3-4). No hay Cruz, sin Luz; ni Luz, sin Cruz. Tener intimidad con Cristo Resucitado, y no soltarnos de su mano, siempre será un desafío exigente; pero es, por supuesto, la única seguridad de la Victoria.

Los apóstoles Pedro y Juan se convierten en testigos del Resucitado, al encontrar las vendas y el sudario del Señor (cf. Jn 20, 6-8). Vieron y creyeron (cf. Jn 20, 8), subraya la Escritura. Su carrera no había sido en vano; ya comenzaban, de algún modo, a pregustar la corona de gloria que no se marchita (cf. 1 Cor 9, 25). También, nosotros, debemos estar cada día más convencidos de que nuestra carrera es hacia el encuentro luminoso con el Señor. Solo en Él está nuestra Esperanza.

Es precisamente Pedro, el primer Papa, quien al anunciar a Cristo, enfatiza que Dios lo resucitó al tercer día, y le concedió que se manifestara no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios (Hch 10, 40-41). Y, para remarcar que no se trata de un “fantasma”, asegura: Nosotros comimos y bebimos con él, después de su resurrección (Hch 10, 41). Por eso, en la antífona del Salmo, repetimos: Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117, 24). Todo se ha cumplido, y la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular (Sal 117, 22). Debemos, entonces, como los exhorta San Pablo, a los cristianos de Colosas, buscar los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios (Col 3, 1). Tener el pensamiento puesto en las cosas celestiales (Col 3, 2), hace que las cosas de la tierra ocupen su lugar: el de no ser fines en sí mismas, sino medios para llegar al Cielo.

Dice San Juan Crisóstomo: Cristo es el Señor de la naturaleza y puede todo cuanto quiere, puesto que hace y dispone todas las cosas gobernando las riendas de la vida y de la muerte (Catena Áurea, vol. V). Y San Hipólito enfatiza: Y antes que los astros, inmortal e inmenso, Cristo brilla más que el sol sobre todos los seres. Por ello, para nosotros que creemos en Él, se instaura un día de luz largo, eterno, que no se acaba: la Pascua maravillosa, prodigio de la virtud divina y obra del poder divino, fiesta verdadera y memorial eterno… Vida que nace de la tumba y curación que brota de la llaga, resurrección que se origina de la caída y ascensión que surge del descenso (Homilía de Pascua).

Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, «a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo» (Hch 13, 31). (n. 647).

Es natural que, como creyentes, nos hagamos propósitos importantes, por ejemplo, para Navidad, y Pascua. Y ello es posible gracias al camino de conversión que la Santa Madre Iglesia nos propone en los santos tiempos de Adviento, y de Cuaresma. Zambullirnos en las aguas de la misericordia divina, con una profunda Confesión, nos permite ser inundados plenamente con la Luz del Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78), y el resplandor del sepulcro vacío. Siempre será un desafío, entonces, recibir con alegría la llamada a la conversión. Ahí está la clave para vivir como resucitados.

Una de las tentaciones recurrentes, a la hora de proponernos volver a Dios, es asustarnos frente a la gravedad de nuestros pecados; y, en consecuencia, huir por vergüenza, amor propio, o respeto humano, del sacramento de la Confesión. Y, en el otro extremo, está el querer hacernos un catolicismo a medida, “a la carta”; donde uno pretende poner las condiciones, y atarle las manos al Señor. Y aquí caemos cuando nos creemos más sabios que el propio Cristo, y su Cuerpo Místico, la Santa Madre Iglesia. No estamos en la Iglesia para cambiarla; sino para dejarnos cambiar por ella. Si acudimos a sacar agua con alegría de las fuentes de la salvación (cf. Is 12, 3) seremos hombres nuevos, por la Gracia. Si, en cambio, pensamos que nosotros mismos somos los manantiales experimentaremos la más dura de las sequías, y una persistente esterilidad.

Vivir como resucitados implica, entonces, no perder la capacidad de asombro ante el Misterio; o sea, no acostumbrarnos a él, ni creer que pase lo que pase, y hagamos lo que hagamos, estaremos confirmados en gracia. Ante la tumba vacía debemos experimentar, entonces, que solo el Resucitado colma nuestro vacío. Y que el Domingo de Pascua es el anticipo del Domingo sin ocaso; o, como diría nuestro argentino poeta Leopoldo Marechal, el Domingo sin lunes…

Vivir como resucitados demanda de nosotros, sin duda, reconocer al Señor en el Camino; y comprobar su Presencia cuando parte para nosotros el Pan (cf. Lc 24, 13-35). Y ello debe conducirnos, por ejemplo, a replantearnos cómo asistimos a la Santa Misa, que es nuestra Pascua semanal. ¿Es ella la gran protagonista de nuestro Domingo, y el acontecimiento central de la semana? ¿Vamos bien preparados, con la debida disposición interior? ¿Nos vestimos, como corresponde al lugar sagrado, la Casa de Dios, con el debido respeto, y pudor? ¿Llevamos, luego, a la práctica, lo que el Señor nos enseña en ella? ¿Vivimos como salvados; o vamos arrastrándonos por la vida, como si no tuviésemos fe?

En este 2023 se habla mucho –y se hablará mucho más, todavía- de elecciones. ¡Qué distintas serían nuestras vidas, si eligiésemos todos los días, al Señor Resucitado! ¡Cuántos extravíos se evitarían, en nuestro devenir como país, si Cristo reinara en los corazones, y en la sociedad!

Cristo Jesús, en Ti la Patria espera, cantamos, con fervor, desde hace décadas, en nuestra Argentina. Ciertamente, debemos esperar de Él; pero preguntarnos, también, qué espera Él de nosotros. Que el sepulcro vacío no sea, entonces, flor y emoción de un día. Que cada jornada, al amanecer, comience para nosotros una nueva Pascua. ¡Y que María Santísima, aurora del mundo nuevo, nos sostenga en nuestra carrera hacia la Luz de eternidad…!

 

1 comentario en «HOMILIA PASCUAL del R.P. CHRISTIAN VIÑA Pbro.»

  1. Preciosísima reflexión padre Bojorge!!! Que Dios lo siga colmando con su Amor. Feliz Pascua de Resurrección.

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