SUSANA SEEBER DE MIHURA 1947/2 bis [50 bis]MAYO

1947 MAYO
 6          La humanidad de Cristo: “Por ese camino se va seguro”, dice Santa Teresa. Las páginas espantosas de la Pasión, y las escenas –que tienen que haber sido así– me han conmovido toda entera. ¡Oh, Dios mío, Oh Cristo! ¿Qué son mi gozar, mi placer? ¿Qué horrible nombre darle, cuando yo, adornada con ellos, estoy frente a Ti, todo entero Sufrimiento? Sufrimiento de hombre, físico y moral, de hombre “abandonado por Dios”. ¡Y Tú eras, al mismo tiempo, Dios! Vergüenza y horror siento de mí misma. Me quedé en la oscuridad, rezando. ¡Oh, Dios mío, aliviad ahora ese dolor Tuyo, borrad las injurias, las burlas, dar a Tu Cuerpo santo la dignidad perdida! Así estabas, Oh Dios, ¡eras una miseria humana, ni siquiera un hombre!

Y, de pronto, me pareció que en todos los sufrimientos de los hombres, en todas sus llagas físicas, había como un reflejo de las Tuyas; y en todos los dolores morales – en todos, todos los dolores- un reflejo de los Tuyos. Y hubiera querido ir y consolar, acariciar y curar en los hombres, Tu sufrimiento. Y en mí, en mí que no quería, que huía del Dolor, en mí también sentirlo. ¿No podía aceptar amar el Dolor? ¡Pero era porque no comprendía! No por amor al Dolor, sino por amor a Ti, que estás crucificado y solo.
           Todo esto que he sentido, que me ha revuelto algo adentro del corazón, no sé si seré capaz de hacerlo mío. No sé si la vida no me mareará de nuevo y hará que, con un gesto –como quien barre con la mano una telaraña molesta-, descarte mi emoción de ayer. Pero hoy, a pesar de mi vida normal, a pesar del sol, del ruido de toda la materia, la imagen de ese Cristo persiste adentro mío.
            Tengo que ir a ver al padre, haré lo que él me diga. Mañana llega Enrique, y no quiero que mi angustia se note: porque en este momento me espanta mi felicidad.  [Páginas en blanco- y días en blanco]

 ***

17   He leído el libro de Chesterton sobre Santo Tomas de Aquino. Y he encontrado al santo que hace pendant  [Faire pendant: “corresponder”, “equipararse”; expresión sin traducción exacta en español, ] con la única santa que hubiera deseado conocer. Me gustaría tener sus imágenes frente a mí, cuando leo o escribo: las de Santo Tomás y Santa Teresa.
            Me asombro de mi falta de perspicacia. Recién a la edad que tengo venir a darme cuenta de que, ante la razón y la fe de inteligencias tan vastas, es una estupidez pretender erigir mi razón o mi falta de fe en un obstáculo. ¿Cómo es posible que no se me ocurriera antes?: ¡tener confianza en las palabras de un Santo Tomás o una Santa Teresa!

***

Estuve hoy con el padre. Extraordinario cómo su sencillez y su claridad barren con todas las complicaciones intelectuales. Me dijo que entrara en la Acción Católica. Me asusta un poco: pero no la Acción Católica en sí, sino el hecho de traducir en cosas reales lo que hasta ahora es solamente “mentales”. Es el paso definitivo. Es dar solidez a mi ligereza. Todo este pensar y estudiar y sentir, no ha sido en realidad más que dejarme llevar por algo que me gusta. Algo que –no sé bien cómo explicarlo- no me obligaba a nada. En el fondo, estaba muy en consonancia con mi espíritu ligero, inconstante y egoísta. Pero en el momento en que esto se transformara en algo material, se hará una realidad independiente, a la que ningún malabarismo de mi mente podrá hacer desaparecer.

***

21  Oh Cristo, Cristo mío, yo te amo, pero todo lo que he amado en mi vida lo he amado con egoísmo. Y ahora estoy frente a Ti, ardiendo de un amor que no sabe cumplirse. La que buscó en todo amor su propia imagen, está, en este Amor, como en tierra desconocida.   La que nunca se dio hasta el olvido de sí misma, no sabe cómo darse. Y junto a cada impulso hacia arriba, surge una sombra que lo traiciona y lo degrada.

            Yo quiero servirte con mi entendimiento y con mi amor. ¡Ilumina mi inteligencia para que yo comprenda, dame el poder de expresar en palabras lo que mi inteligencia comprende! ¡Oh, yo quisiera poder decir, quisiera poder escribir, un himno de alabanza; proclamar, con palabras firmes y poderosas como el bronce, que me someto a Ti, que reconozco mi nada frente a Dios! ¡Oh Dios mío, hazme comprender, abre mi inteligencia, porque sé que entonces sabré cómo darme a Ti.

 ***

23   Caminaba hoy por la calle, y pensaba en lo que escribí anoche, en todo lo que ha sucedido adentro mío. Reducido a prosa, lo de anoche equivale a decir que no sé dónde está el límite entre el amor a mí misma, y este amor a algo exterior a mí y por encima mío. Después entré en una capilla donde estaba expuesto el Santísimo, y le pedí a Dios que me hiciera comprender cómo puedo acordar mi vida de todos los días con algo tan distinto a ella, como es mi amor por Cristo.

Porque de pronto, mientras caminaba, me acordé de ese libro de Raissa Maritain que estuve hojeando. [Intelectual católica judía conversa, esposa de Jacques Maritain.] Y ese libro, a pesar de las frases verdaderas y bellas, me rechaza, me rechaza casi físicamente. Y no sé exactamente porqué me rechaza, si por su posición política, o por la cara en ese retrato que me es antipática. O si es un rechazo más fundado: el de que un laico escriba con esas frases sacerdotales, y viva una vida tan por encima de los intereses y preocupaciones normales. Y en eso hay algo que me rechaza.

            En la persona que ha dedicado su vida –cuerpo y espíritu- al servicio de Dios, sí; pero, para mí, el servir a Dios no puede ser así. Tengo que servir a Dios en la vulgaridad de mi vida. No salirme de ella, para amarlo, sino traerlo a Él a ella. Hasta en la cuestión de la Acción Católica, temo encontrar ese conflicto. Si la Acción Católica es servicio social: ocuparse de los pobres, no sólo materialmente sino espiritualmente, sí, acepto: me sobra tiempo para poder hacerlo. Tiempo que perdería en superficialidades y cosas inútiles –y que no puedo seguir perdiendo, después de lo que he comprendido. Pero no sé si podré aceptar por ejemplo, el usar el “distintivo”. Porque eso es proclamarse diferente, formando parte de una especie de clan religioso; lo que sugiere a los demás “misticismo” y el “estar fuera del mundo”. No sé definir mis conceptos en este momento. Vagas, como nubes cambiantes están en este momento mis ideas, y hago esfuerzos por entender.

 ***                                                                                              

 26     ¡No, no y no! He tirado sobre la mesa ese libro de Raissa Maritain, empalagada de tanta religión. ¡No, la vida no es solamente ese vivir llorando de emoción mientras bautizan al convertido en la capilla de la casa! ¡No es ese permanente hablar de Dios y del espíritu! Odio ese libro. Algo en mí lo rechazaba; tanto, que me costaba tomarlo y empezar a leerlo. Es que este asunto me toca demasiado íntimamente, y desconfío. Desconfío de cada palabra santa. Y el resultado de leerlo ha sido que ha levantado en mí una ola de rebeldía.

            ¡Oh, no, los otros libros que he leído, libros “de piedad”, no me han empalagado ni rechazado así! Porque son los libros de mi intimidad, la religión en mi alma. Y el alma puede ser, debe ser, todo lo religiosa que pueda. Son libros escritos por sacerdotes, o libros que dicen los sentimientos ocultos de la persona religiosa. Pero este otro es el de una vida en el mundo, vida vivida exteriorizando crudamente el amor de Dios: vivida ante los ojos de los demás en actos y gestos que no son los del mundo. Y esto es lo que me subleva.
            Dios oculto en mis actos. Dios, allí, con la misma naturalidad con que está mi amor humano: que no me hace hacer ningún acto que no sea normal y corriente.

 ***

LA ACCIÓN CATÓLICA NO ES PARA MÍ
Tengo que pensar serenamente, y lo más profundamente que pueda, sobre todo este asunto de la Acción Católica y de mi fe, y de lo que soy. Razonar.

            He estado leyendo el folleto del padre sobre la Acción Católica; y así, de primera impresión, sin pensar, digo: esto no es para mí. Yo no soy lo suficientemente profunda, ni tengo fe suficiente para vivir “en esa conciencia profunda, terriblemente austera, de lo que es su vida, vivir que se reduce a vivir en la Iglesia, en orden al apostolado”.

No, el padre se ha equivocado. Yo no puedo ser una monja laica: porque, en cierto sentido, de eso se trata. Yo no puedo vivir enteramente para Cristo, así. Y, además, no entiendo. Estoy pensando en la “mirada de Rabbí”: “Vende todo y dáselo a los pobres”; y el muchacho, que lo amaba, no pudo hacerlo. Pero no, ¡no puede ser que ese sea mi caso, no ¡Dios mío!

 ***

 27    Gracias a Dios por la luz del día. Gracias a Dios, porque ha pasado la noche con sus sombras y su silencio. Todo revive; y el miedo, y eso que abulta en la oscuridad, que se hace enorme y misterioso, y que asfixia ahora se ve. Y es un bulto, pero algo real, y que puede mirarse de frente y reconocerse.
            Anoche no podía dormirme, y hoy me desperté antes del amanecer, y por todos lados eran sombras. Anoche, un momento, cuando apagué la luz, yo no era nada más que odio y rebeldía. Pensé: todo esto es mentira, tiraré todos los libros que he leído, no quiero saber más nada de este Dios que no existe, quiero volver a ser lo que yo era, lo que soy. Pero, enseguida, mi razón me decía: este es un momento de desesperación: lo que fuiste descubriendo serenamente con tu razón, en estos dos años, no por ello deja de ser cierto. Tu arranque emocional no lo invalida.
            ¡Pero yo estaba dispuesta a compartir con Dios! ¡No a esto, no a dar todo! ¡Yo no quiero, no quería “la perfección”! ¿Por qué ha tenido que venir este padre a decirme al pasar, como si no tuviera importancia: “la Acción Católica”? Ya sé que en cualquier otra forma pudo habérseme hecho patente esta diferencia entre compartir y dar, entre lo mediocre y lo perfecto. Pero, en mi caso, ha sido por medio de esa palabra que he comprendido; que me he visto, de pronto, frente a la realidad de lo que se me exige. La monja en su convento, yo o la que se quedó soltera, en el fondo todas iguales en eso. El mismo espíritu de total entrega, aunque la forma sea distinta. Desasirse de todo, como la monja.
            ¿Pero qué veo, cuando digo “desasirse” de las criaturas? Veo la sonrisa inocente de todas esas caras marchitas, esa sonrisa estúpida siempre igual a sí misma, así esté frente a un muerto o a un bebito recién nacido. Veo esas páginas de Raissa Maritain. Y sé que nunca podré tener esa sonrisa estúpida, ni escribir esas frases abrumadoras. Pero en el fondo, lo de adentro deberá ser el mismo espíritu: y de ese espíritu desconfío.
            Desasirse de las criaturas, ¿qué quiere decir? Yo quiero a mis hijos, quiero su cuerpo y su risa y su espíritu, y no los quiero para mi gozo sino para el de ellos. Quiero desarrollar todas sus posibilidades –su personalidad-: no para que sean “buenos burgueses”, sino hombres con espíritu. Y ahora se me pide amarlos, ¿cómo? ¿Amarlos, no para un “fin natural” sino “sobrenatural”? En realidad es sólo un paso más, un paso pequeño e inmenso. Amarlos y educarlos para que sean hombres, no de una Ciudad terrena, sino de una Ciudad del Absoluto. No el fin y el ideal en la tierra – por noble y espiritual que sea- sino fuera de la tierra. Y eso es la piedra, ese el obstáculo. Porque amo esta tierra y esta vida por lo que son y cómo son.
            Pero habiendo visto la perfección, ¿cómo detenerme a mitad de camino? Yo no puedo ser sincera, ser verdadera y deliberadamente detenerme.
            Pero si algo resulta de todo esto, no es porque yo lo quiera. Es contra mi voluntad, es arrastrada en contra de mi voluntad. No es el padre, no es ninguna voluntad humana lo que influye sobre mí; sus palabras solamente señalaron una dirección a mi pensamiento. En ese acto de decisión no son sus palabras ni su voluntad lo que influye, sino otra cosa, otra cosa que me arrastra a donde yo no quiero ir.
            No, Dios no es un Dios “bueno y suave”. Es un Dios terrible y duro, que pide la misma vida que Él dio.
 

*** 

28        ¿Por qué ayer me parecía “tan pequeño y tan inmenso” ese paso de lo natural a lo sobrenatural? Hoy me parece sencillísimo –y está dado. ¿En qué consistía? En considerar todo lo humano como relativo; reconocer que hay un Absoluto, y que su nombre es Dios. Y así plantada definitivamente en la inteligencia, esta norma: vivir como cualquier ser humano. Y entonces todos los actos, aunque se realicen sin conciencia de ello, tendrán invisiblemente el acento religioso y sobrenatural.

            Releyendo, me doy cuenta que empleo frases que no significarían nada para quien no hubiera pasado por las mismas regiones que yo he cruzado. Es el mismo defecto que he encontrado en todos los libros que tratan estos temas, y hubiera querido que en mi diario no fuera así.

 *** 

 “La religión es una cosa tan íntima”: esa frase como argumento de las críticas a la actuación pública de la Iglesia, en estos momentos. Y en esa frase está contenido todo el problema de la conciliación – del “marchar juntos”- de la vida natural y sobrenatural. Sí, la religión es “tan íntima”; pero es otra cosa también, e igualmente importante. Porque somos individuos pero también somos “seres sociales”. Como individuos frente a Dios, nada hay más íntimo en el mundo: yo, frente a Dios, como estaré en mi lecho de muerte, sola y separada del mundo. Pero cuando desciendo a la calle – a la realidad de todos los días- es de otra manera que tengo que ser una mujer religiosa. Allí mi religión ya no me pertenece, ni es un contacto silencioso y espiritual con Dios; porque no es solo mi espíritu el que actúa, sino mi cuerpo y mi espíritu. Hay entonces, allí, en el lazo que me une al resto de la humanidad, algo que es también religioso. Allí, mi religión y la de los demás forman una sola cosa, una sola armonía, como el concierto musical no es el sonido de un instrumento ni el de todos ellos tomados individualmente, sino el sonido distinto de la totalidad.

            ¿Para qué sirve esa intimidad con Dios, del hombre como individuo? ¿Cuál puede ser su único objeto? Extraer de allí, el hombre. La fuerza que lo haga actuar como ser social. Nada más: porque la negación de toda religión es el egoísmo, y para ejercer nuestra caridad no hay sino el mundo material en que vivimos, no hay sino esta vida humana y social que Dios nos ha dado.

ES como el agua con la que empapo la tierra de mis plantas, y que las raíces absorben: las hojas marchitas por el sol, se abren y se levantan; pero de ese proceso subterráneo reabsorción del agua clara, nadie sabe y a nadie le interesa. No el gozo de las raíces, sino la gloria de la planta fresca y brillando al sol, eso es lo que importa. Porque la planta es entonces lo que debe ser: aquello para lo cual ha sido plantada en el jardín. Porque yo no la planté para que absorbiera agua, sino para que embelleciera y diera perfume y me llenara de felicidad al mirarla. Y sin embargo, es cierto: aunque no fuera agua ni raíz lo que yo buscaba sino hoja y flor, toda la planta depende de esa agua y esa raíz.

—oOo—

1 comentario en «SUSANA SEEBER DE MIHURA 1947/2 bis [50 bis]MAYO»

  1. Cuánta claridad mental para dirimir sus ansiedades y dudas aún cuando no lograba decidir dónde servir al Señor. Me fue muy útil leer sus escritos. Muchas gracias!

Responder a Clotilde Baravalle Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.