SUSANA SEEBER DE MIHURA 1950/1[65]
«NO ENCUENTRO PLACER MÁS QUE EN CRISTO»
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1950 – PRIMERA PARTE Enero – Febrero Marzo – Abril

ENERO
¿Y por qué no escribir lo que está amaneciendo en mí?
No encuentro placer más que en Cristo.

26 (En San Gabriel) La preocupación fundamental es conciliar el espíritu y la materia: Dios, Cristo, y la vida mía. Intelectualmente, no lo consigo, tampoco sentimentalmente. Pero veo que, en la práctica, se concilian solos. Que puedo rezar sola en mi cuarto, y vivir después normalmente, haciendo lo que tengo que hacer con los chicos, en mi casa.
                Pero, ¡qué angustia, a veces!, ¡que desesperación aprieta mi corazón! Quiero, cuando estoy sola, amar a Cristo. Vengo a mi cuarto, a estar sola, a arrodillarme y rezar, llevada por no sé qué urgencia. Y lloro, por no poder alcanzar lo que deseo. Es como si algo luchara dentro mío, no sé qué. Leo el Evangelio, buscando al Hombre que fue, al Hombre que es Cristo. ¡Oh Dios, dame el poder entregarme sin dudar más, sin esta eterna incertidumbre de mi misma!

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27 ¿Qué es esto que me hace gozar dolorosamente de mis minutos de oración? ¿Y por qué no escribir lo que está amaneciendo en mí? Dios mío, yo nunca sentí que me amabas, y ahora lo siento. ¡Nunca quise admitir que Te amo! ¿Qué dureza, qué soberbia, qué respeto humano me ha estado impidiendo entregar mi corazón a Cristo? Reconozco ahora, Dios mío, ese Amor que Tú has hecho brotar en mí, y quisiera que todos leyeran lo que estoy escribiendo: que yo, la mujer escéptica y razonadora, sin haber dejado de ser la que soy, la mujer culta y de este siglo, pese a todo lo que he leído y a la incredulidad general, yo siento que Cristo vive, que me quiere y que Lo amo. No estoy loca ni histérica, pero no puedo negar la realidad que está en mí: la certidumbre de algo que no puede demostrarse, ni verse ni tocarse.
                     ¡Oh Dios mío, haz que las últimas ligaduras se desaten, que vea yo más claro, que ame más y más. Haz que pueda amarte con toda mi espontaneidad, con todo mi entusiasmo! ¡Qué desaparezcan todas las sombras de mi alma y yo sea libre, libre para amarte!

FEBRERO
7 Es difícil aceptar humildemente que la voluntad de Dios sea el cumplir con santidad el insignificante deber de cada día.
A veces pienso que nada es verdad. No hay Dios, ni inmortalidad, no hay cielo ni infierno: y recuerdo, y deseo mi alegría de antes, mi gozar de cada instante. Yo era feliz. Aunque mi bondad no fuese más que el deseo de ser amada, y mi seguridad en mí misma.
                   Pero mi seguridad, ¿qué era sino un velo que cubría mi complejo de inferioridad? Porque ahora recuerdo el origen de aquella seguridad en mí misma, y la razón de mi éxito. No era verdadera seguridad. Era artificial. Empezó cuando resolví convencerme a mí misma de mi inteligencia y de mi charme, para tener éxito. Empezó con W. James: “Look cheerful and You´ll be cheerful”. [“Muéstrate agradable y serás agradable”] Por eso se ha derrumbado ahora, cuando por fin me he enfrentado con la verdad de las cosas.
                    Y en esos días en los que dudo de todo, vuelvo al Evangelio. Y creo, entonces, en Jesucristo.

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18 Frases mil veces leídas, que parecen de pronto ensancharse y adquirir una “virtud” que las hace vivientes.
“Porque la Caridad de Cristo nos urge: al considerar que si uno murió por todos, luego es consiguiente que todos murieron. Y Cristo murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para el que murió y resucitó por todos… Y así, nosotros os exhortamos a no recibir en vano la Gracia de Dios…” [ S, Pablo, 2 Co 5,14-6,1]
                 Así, unidas por primera vez, se me aparecieron esas dos frases, y una consecuencia de la otra. Y algo tan simple, tan elemental, se me apareció como una cosa nueva, como la clave de todo. El padre Moledo me dijo un día: “Viva”; me dijo, en otra ocasión: “No sea infiel a la Gracia”. No lo entendí entonces; y cuanto más pensaba más se confundía y diluía la verdad que buscaba. Y aquí está la explicación. Vivir, como aquí dice San Pablo, vivir la vida de cada uno, la de siempre, pero vivirla así. Y “ser fiel a la Gracia” es ¡hacer eso, sencillamente!

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28 Quiero a los libros que me hablan de Dios, ya que no tengo un ser humano con quien hablar (y ni aunque pudiera hablar sabría decir lo que siento). Tomo las Confesiones de San Agustín, y siento el consuelo de la amistad. No estoy ya sola, sino con un amigo que comprende y que me hace comprender. Las Confesiones de San Agustín, la Vida de Santa Teresa, esos son los libros que quiero, porque son como personas vivas a mi lado. Ellos, y las Epístolas de San Pablo.

MARZO
5          Necesidad de hablar con el padre Moledo. ¿Para qué, por qué? No lo sé exactamente. Dos problemas: uno espiritual, mi estancamiento. La causa la sé: es negarse, lo más íntimo de mi misma (tan íntimo que está más hondo que mi inteligencia, en el plano de mi voluntad), a decir: hágase Tu voluntad. Porque Su voluntad es la expiación y el dolor. Y otro problema es el material: mi inutilidad en la Acción Católica. No tengo entusiasmo en la acción, no sirvo para la acción. Soy menos inteligente y menos eficaz que cualquiera en eso.

ABRIL
1° (En Buenos Aires) Tratando de poner en claro lo que he entendido de la conferencia del padre Moledo sobre la Misa.
El Sacrificio de la Misa es el mismo de la Cruz. No porque Cristo repita su crucifixión, sino porque se ofrece como entonces. Una vez aceptó Dios el Sacrificio con derramamiento de sangre: una vez fue objeto de Su Justicia. En la Misa, Cristo se ofrece, adora y suplica, pero sin derramar Su sangre.
                   La idea de la culpa y de la sanción aceptada es la idea central, el eje alrededor del cual gira todo el misterio. Dios, la Justicia misma, no puede no castigar el pecado. Pero la humanidad puede sufrir esa sanción aceptándola, o sufrirla rechazándola. Cristo la aceptó, y la aceptó en nombre de todos los que habrían de aceptarla con Él. La aceptó siendo Él inocente; y en el Huerto de los Olivos, al comenzar la Pasión, que es el castigo, Cristo es objeto del odio de Dios. Cuando exclama “aleja de mí este Cáliz”, es porque lo sabe y cuando grita “¡por qué me has desamparado!” es porque, realmente, Dios se ha alejado de Él.
                     En la Misa, el Confiteor es el reconocimiento de nuestra culpa y la aceptación de la sanción, unidos a Cristo. El Evangelio se reza de pie, porque es como hombres libres que aceptamos: porque podemos no aceptar si así lo queremos. Demostramos nuestra libre voluntad de adherirnos a Cristo. El Ofertorio: Cristo se ofrece, y nosotros con Él como miembros que ya nos hemos proclamado suyos. Ofrecemos nuestra vida, como Cristo ofreció la Suya a la Voluntad del Padre. Cristo se ofrece para lo que el Padre quiera: y así nos ofrecemos nosotros, con Él. La Consagración: no levanta el sacerdote la Hostia representando con ello la Crucifixión, sino el ofrecimiento de Cristo. La Consagración es la Misa. Por efecto de las palabras, las sustancias del pan y del vino quedan destruidas: y es Cristo, la Víctima, lo que está realmente presente.

El que aquella única vez sufrió la Pasión, está ahora en el altar, implorando nuestro nombre, adorando en nuestro nombre. No es crucificarlo otra vez, pero se ofrece como aquella vez. Y ese único derramamiento de Su sangre, ha valido esto que se realiza ahora: Su Presencia, Su eficacia como Redentor y Adorador. Y aquí me parece vislumbrar el sentido de aquellas palabras de San Pablo. Nosotros nos hemos ofrecido a Dios, con Cristo. Dios no acepta una nueva crucifixión, ni la nuestra. Pero Él dispone otra sanción: la que cada uno de nosotros sufre en su vida particular.

Sufrimos con Cristo, ya que con Él nos ofrecimos, y sufrimos como sufrió Él, en expiación. En expiación de nuestras culpas, esta vez, y de la de todos los miembros de Cristo, porque nos hemos hecho una sola cosa con Él, al ofrecernos con Él al Padre. (En este momento, en esta idea, está todo el sentido de nuestra vida: la explicación de la aceptación del Dolor y de la Voluntad Divina). Y Cristo es sepultado, no en un sepulcro, como entonces: porque no es un muerto ahora, sino que está vivo. Cristo es sepultado vivo en nuestra propia vida. Y eso es la Comunión. En el sepulcro viviente de nuestro corazón está Él que es la Vida. Y está allí para comunicarnos Su vida.
                 Todo esto está muy mal explicado, pero bendigo las palabras del padre. La Misa era para mí una muralla de piedra. Ahora, no es que ya comprenda, pero es como si la piedra se hubiera ablandado y hecho transparente.

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5 El existencialismo: no hay principio ni fin, nada es cognoscible. Lo único que podemos conocer
es que existimos, nuestra propia existencia individual. Como no hay leyes sino las de nuestra propia
existencia, no hay valores espirituales. Este existir, sin cosa que justifique la existencia, engendra la
náusea, y ésta, ante la conciencia del fin, la angustia. Pero ¿es que el hombre, entonces, está
condenado a una perpetua angustia? Sí, pero como tiene que vivir en sociedad, y vivir nomás, para
escapar de esa angustia se emancipa: la libertad absoluta. Todo lo que me hace existir, a mí, individuo,
más intensamente, esa es la ley. La frase “vivir mi vida” es existencialista; y todos los egoísmos en las
costumbres actuales: divorcio, etc.

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12 (De los sermones del padre Moledo) Se negó a tomar la mirra, que era un narcótico: “Conoció perfectamente su dolor”. El mundo de hoy está narcotizado. Diversiones, placeres: todos narcóticos para huir de la responsabilidad. Para mí: enfrentar las cosas, no huir. Conocer perfectamente nuestro dolor, nuestro deber, tener conciencia de la responsabilidad que nos incumbe.
De todo lo que oí del padre, dos columnas han quedado: vida, y sinceridad.
¿Qué ha sido mi vida sino beber el narcótico que Cristo rehusó? No era que yo no viera, es que no quería ver. Mi narcótico se llamaba “fantasía” y “egoísmo”.

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14 Oyendo hablar a una señora, que se abalanzó sobre mí a contarme de las misiones que hacía en su estancia: “Pero estoy desalentada, no responden; ya este año no hice, ¿para qué? Porque yo…y yo…y yo “.
Oyéndola, pensaba: “Sí, evidentemente con ese espíritu no puede tener resultados”. ¿Por qué? No lo averiguo, pero nunca se tienen resultados cuando se lo hace así. Y pensé: qué poca comprensión, qué poco conocimiento había en esa mujer que, sin embargo, se refería a “Nuestro Señor” y al “manto protector de la Virgen”, tan corrientemente como puedo yo referirme a la cocina y al automóvil. Y después pensé un poco más. Y me di cuenta de que no era yo mejor que ella, a pesar de todo. Porque a pesar de sus fallas, esta mujer obra, mientras que yo no hago nada. Si uno solo ha conocido y amado a Cristo como consecuencia de sus misiones, ¿qué importa lo demás? Me vino muy bien la lección.

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19 Yo voy a hacer, Dios mío todo lo que esté en mis manos hacer para servirte humildemente. No me negaré a ninguno de los trabajos que se me propongan. Como no me negué ayer a hacer algo que, si lo hubiera pensado fríamente, me hubiera espantado: hablar en público. Y hablar sobre un tema que jamás se me hubiera ocurrido pudiera tocarme hablar. Algo raro me sucedió ayer. La vergüenza que me cohibía en las reuniones de Acción Católica, de pronto la había perdido. Con toda naturalidad hablaba, pero sin acordarme de mí misma. Tuve una sensación rara todo el día, como si yo fuera y no fuera, al mismo tiempo, yo misma. ¿Será posible que un día, así, de golpe, se pueda cambiar, cambiar de naturaleza, casi?

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22 ¿Qué es eso que me ha sucedido? No sé qué es, en su esencia. Qué es eso que me hace perder toda autoconciencia, y aceptar con naturalidad, cosas para mí extraordinarias. Cosas que antes me hubieran llenado de pasiones encontradas: de orgullo, temores, de ambiciones y rebeldías. Ahora estas cosas no conmovieron mi corazón. Sé que es porque no se me importa de mí, porque no me estoy sirviendo a mí misma. Pero ¿cómo y porqué ha sucedido esto, y qué es? Eso no lo sé. Tengo conciencia de algo, pero que no se me aparece, a no ser en una forma muy simple e infantil: Jesucristo me está mirando, y yo quiero ser como Él quiere que yo sea.

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26 No encuentro placer más que en Cristo. Ni los libros, ni las conversaciones me interesan, si no rozan, al menos, la preocupación religiosa. De Dios quiero oír, o de los que amaron a Cristo y Lo buscaron. Quiero a todos los sacerdotes. Lo critican al pobre padre F., y no lo quieren, pero yo le besaría las manos cada vez que lo encuentro, porque son las manos que me dan la comunión todas las mañanas.
                  Lo quiero a Jesús con un amor que me hace doler el corazón. Y sé lo que siento, y qué es ese dolor. Es amar sin alcanzar la plenitud del amor, es estar tendida hacia una felicidad presentida, y no alcanzarla. No dudo de mí, al escribir estas líneas. No son imaginaciones, fantasías o histerismos. ¡Oh no, Dios mío, esto que escribo tan consciente de mí misma, con una inteligencia tan realista de lo que siento, y con mis pies tan firmemente plantados en la tierra como siempre, esto no son imaginaciones.
                  Todo lo que me rodea lo veo tan claro y sólido como siempre. Aquí estoy, en mi cuarto, con mis libros y mis vestidos y mis muebles, y mis hijos durmiendo en el cuarto de al lado. Y mi vida se va derramando desde la mañana hasta la noche en puros actos materiales, menos esa media hora de la misa. Y, sin embargo, me duele el corazón porque algo en mí, ama y desea. Desea apasionadamente, sordamente, calladamente. No, no me atrevo a escribir lo que deseo. Pero, aunque me duela más, mil veces más que ahora, aumenta mi amor, auméntalo, Dios mío. Nunca recibiré lo que deseo mientras viva, pero haz que yo Te ame tanto, tanto, que no viva sino para Ti; para hacerme perfecta y para llevar a todos los demás a Ti. Que mi amor sea tan doloroso y tan fuerte, que para poder vivir con él tenga que vivir arrastrando a todos a Ti, porque es eso lo que Tú quieres.

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29 ¿Por qué amor desesperado he cambiado mis amores de antes? Desesperado tiene que ser este Amor, que no puede dejar de sentir como un ser humano, y que no tendrá jamás una satisfacción humana.
Porque, Dios mío, ¿de qué otra manera puedo querer, sino con mi corazón y mis sentidos? Yo quiero Al que no veré jamás con estos ojos. Del que nunca sentiré un abrazo, un estrecharme Él entre sus brazos. Y esto que escribo, y que parece una irreverencia y un histerismo, yo sé que no lo es. No, no me voy a mentir a mí misma, voy a decir toda la verdad de lo que siento. Cómo puedo querer al que mis manos no pueden tocar ni mis ojos ver, yo no lo sé. Pero sé que lo quiero, y sufro de querer, y no quiero dejar de querer. He cambiado mis amores locos y encantadores de antes por un Amor que me angustia. Y me alegro de este Amor y deseo con toda mi alma amar más. ¡Y no estoy loca, ni soy otra mujer distinta de aquella, sino la misma!
                  Y no quiero más que ser, a los ojos del que amo, más amable de lo que soy. El espanto de mi indignidad, es solo por eso que lo siento: porque no puedo soportar la vista de mi fealdad ante Sus ojos. ¡Oh Dios, y para que me quieras más es necesario sufrir, entonces sí, bendigo el Dolor! Si negándome al placer y al egoísmo soy un poco menos repugnante ante Tus ojos, ¡con qué fuerzas lucharé contra mí misma! Pero ayúdame: no me quites la visión de Tu mirada. Que viva yo siempre consciente de que me estás mirando. Y eso que te pido, la conciencia de esa mirada, es la Fe. No dejes, Dios mío, que se nuble mi Fe. Cualquier otra lucha, cualquier otra tentación, pero no esa. ¡Que yo no dude de Ti, Jesucristo, Dios mío!

 

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2 comentarios en «SUSANA SEEBER DE MIHURA 1950/1[65]
«NO ENCUENTRO PLACER MÁS QUE EN CRISTO»

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