SUSANA SEEBER DE MIHURA 1952/6ª de 7 [85]

ÚLTIMO ESCRITO DE SUSANA SEEBER DE MIHURA

FALLECIDA EL 21 /01/1953

1952 AGOSTO – SETIEMBRE – OCTUBRE 

Desprenderme de las cosas. Dios lo ha conseguido en mí, por medio de la enfermedad. Pero, ¿desprenderme de mí misma? ¿Por qué no escribo más, casi, en este cuaderno? Y no aprenderé a hacerlo escribiendo, sino en mi misa de todas las mañanas, y en mi dolor. Y viviendo, tratando de vivir la Caridad. Y tengo que apurarme. […]  Lo que yo haga: eso es lo único que importa; porque es lo único por lo cual vivo. Y hay tan poco tiempo, ¡de cualquier modo hay tan poco tiempo! […] Es extraño. Estoy contenta. Estoy feliz con el día de nuestro aniversario que fue un día de esos preciosos que se tienen en la vida: en que todo es alegría y dulzura, y ternura. La misa, con Enrique y los chicos, con el amor de Enrique envolviéndome, ¡fue tan, realmente, una misa de Acción de Gracias! […] yo no sabía cómo ni por dónde, empezar a ayudar a una mujer como G. Desearía con toda el alma ayudarla, porque es una persona presa en el infierno de sí misma. […] Hace un mes que estoy con fiebre, y me he sentido muy mal. Dolores. Yo quisiera tener paciencia, yo quisiera aceptar con una sonrisa, y “no mirar el don, sino las Divinas Manos que dan”. Y la realidad es que no puedo ni siquiera rezar. 

AGOSTO

2          Así como he buscado a Cristo en los libros, en las palabras y en la Misa, buscarlo en la vida. “Buscarlo”: una de las palabras tantas veces leídas y que no significaban nada. ¿Qué significan ahora? Comprender, conocer; y, habiendo conocido y comprendido, razón de ser de mi vivir. Pero encontrando ahora esa misma fuerza y ese significado, también en los hombres y en los acontecimientos de todos los días. Porque Dios con su Poder está oculto también en ella.

***

26   No dejarse engañar por la pereza, pero estar en paz. No pensar en sí mismo, ni siquiera en el ansia de perfección. Cerrar los ojos y besar Sus manos que me dan este día, este minuto. Y vivir, sin agitación, para los demás. Para este mi pequeño trabajo, fácil o difícil (no quiero llamarlo “deber”, esa palabra dura). Ahogarme en Él, en el silencio de la iglesia casi vacía. Y después, callar, y vivir sin atormentarme ni atormentar. Sentir o no sentir, ¿qué importa, si sé que Él es? Creer o dudar, ¿qué importa, si sé que soy irremediablemente ciega?

SETIEMBRE

          Desprenderme de las cosas. Dios lo ha conseguido en mí, por medio de la enfermedad. Está siempre allí en el fondo: la enfermedad, la duda. Si me despierto de noche, ya no puedo dormirme. Las cosas han perdido su sabor, y su capacidad de penetrar en mí.

Pero, ¿desprenderme de mí misma? ¿Por qué no escribo más, casi, en este cuaderno? Me parece, a veces, que hasta que no haya llegado a despojarme, realmente, de mí misma, nada de lo que escriba importa. Y no aprenderé a hacerlo escribiendo, sino en mi misa de todas las mañanas, y en mi dolor. Y viviendo, tratando de vivir la Caridad. Y tengo que apurarme.

OCTUBRE

 4          Estoy “clínicamente curada”: supongo que eso quiere decir que allí, en ese lugar de mi cuerpo, estoy curada. La enfermedad estará latente. No pensar más. “Vivir”, como lo dije hoy al padre, Vivir, no negándome jamás a nadie ni a nada que me reclame. Lo que yo sienta o piense de mí misma, o de mi fe – mis dudas- no importa, no tiene ninguna importancia. Lo que yo haga: eso es lo único que importa; porque es lo único por lo cual vivo. Y hay tan poco tiempo, ¡de cualquier modo hay tan poco tiempo!

Es extraño. Estoy contenta. Estoy feliz con el día de nuestro aniversario [Dada la incertidumbre del futuro, el matrimonio festejó los 20 años de casados, anticipando las “bodas de plata”] que fue un día de esos preciosos que se tienen en la vida: en que todo es alegría y dulzura, y ternura. Veinte años que han pasado tan ligero. Pensaba, y me acordaba de todos lo que he querido y han muerto. Pero, a pesar de todo, fueron veinte años iluminados. “Mon Dieu, je vous remercier, la vie etáit si belle”. Me acordé de la frase. La misa, con Enrique y los chicos, con el amor de Enrique envolviéndome, ¡fue tan, realmente, una misa de Acción de Gracias!

Soy feliz. Todo hizo de este día un día feliz. La noticia de mi “curación”, la alegría de ver felices a Enrique y a todos en casa (Fanny se reía por teléfono, cuando le conté: no hacía más que reírse), la compra de la casa nueva. [Después de muchos años de vivir en una casa alquilada, se realizaba un viejo sueño de la autora. Igual que la anterior, la casa comprada era en el barrio de Palermo Chico. En ella moriría dos meses más tarde.] Sé que todo esto es un poco “en el aire”: pero no me quita mi felicidad. Es una cosa extraña. Hasta de la casa nueva tengo la sensación: de que no es mía, sino prestada. Todo me parece prestado, ahora, en mi vida.

NOVIEMBRE

3          ¡Dios mío, Dios mío: cómo es posible ser tan tonta! ¡Cómo es posible que haya tantos zonzos! ¡El error fundamental está en creer que se puede amar naturalmente el dolor y el sacrificio, al renunciamiento! ¡Es claro que no se puede! Y que nos ponemos a luchar una lucha ridícula y estéril contra nosotros mismos al querer convencernos de que es lindo sufrir, ¡cuando es tan evidente lo contrario! Y tantos hay que creen que por ese camino, con razonamientos humanos, se puede llegar a “amar el Dolor”. Tanto, ¡hasta algunos vestidos de sacerdotes! Y en esa lucha falsa nos desgastamos, sufrimos, y no alcanzamos nada: porque, sencillamente, se está librando sobre el error, sobre el absurdo.

He necesitado abrir hoy un libro que me mandaron leer, para llegar a comprender de golpe, en un instante, la verdad: “Llevar la propia cruz de cada día, odiarse a sí mismo, renunciar al mundo por Dios… he aquí un ideal tan por encima de la tierra, tan contrario al mundo, que sobrepasa hasta tal punto todos nuestros conocimientos y fuerzas naturales… que el alma no puede encontrar las luces y la energía para llegar allí, más que en el sacrificio de Jesucristo. En este amor de la Cruz este ardor esta sed por el sacrificio, no es una planta que crezca en el suelo de la naturaleza sino en el de la Gracia. La inspiración y la fuerza para ello, vienen ante todo del altar”.

Luchar contra sí misma contra la propia inteligencia que nos muestra la negatividad del dolor, ¡qué tiempo perdido! No, no es así. No es con el pensamiento y con la voluntad. Es diciendo: “Jesús, aquí me tienes, así como soy: haz Tú, obra Tú en mí. Yo estoy tirada a Tus pies, pasiva. No diré que no, a nada de lo que Tú dispongas”. Eso es todo lo que se necesita.

Y me acuerdo, de pronto, de G., y de ese artículo sobre la Esperanza, que me mandaron escribir (porque todo está tan maravillosamente “ensamblado” en mi vida). Le decía el otro día a D., que yo no sabía cómo ni por dónde, empezar a ayudar a una mujer como G. Desearía con toda el alma ayudarla, porque es una persona presa en el infierno de sí misma. Y todo en ella está tan embarullado, tan descentrado y equivocado, que no se acierta a ver dónde está el mal esencial. Pero –me parece haberlo comprendido ahora- su mal esencial es que no tiene Esperanza. Eso es lo que la quema, la retuerce, la deshace. La impresión que hace es la de algo que se lastima y deshace delante de mis ojos, sin que yo pueda tenderle una mano. Lucha consigo misma, hierve de rabia y de desesperación consigo misma.

Con la voz temblando de odio me decía: “Quiero creer, rezo: y no puedo creer, no puedo, no puedo. No”. Con el mismo odio habla de amor a la vida y a sus hijos. Y quiere, con esta violencia desesperada, ser buena: y no puede, y lo sabe y lo dice.

¿Cómo hay que hablarle a esta mujer? ¿Qué hay que ponerle delante de los ojos? Esto: la inmutable Serenidad de Dios. Creo que no sabe la existencia de esto que se llama la confianza en Dios, la Esperanza como descanso. No hay que hablarle de la Fe ni de la Caridad. Porque Fe, a su manera tiene; y es lo bastante sincera y agradecida para amar, después.

Pero, Dios mío, ¿cómo se hace para decir lo que hay que decirle, en palabras que sean verdaderas, y no beaterías ni frases untuosas? ¿Cómo se hace para decirle, sencillamente: “G., hay algo que se llama silencio, reposo. Aquieta ese corazón tuyo que ha buscado tan frenéticamente la felicidad.

Lo que en realidad buscas y no lo sabes, es paz. Acepta, calla, ríndete”? Que se rinda, aunque más no sea por cansancio: porque a los temperamentos como el suyo quizás sólo por cansancio puede dominarlo Dios.

***

16       Hace un mes que estoy con fiebre, y me he sentido muy mal. Dolores. Yo quisiera tener paciencia, yo quisiera aceptar con una sonrisa, y “no mirar el don, sino las Divinas Manos que dan”. Y la realidad es que no puedo ni siquiera rezar. Hoy sí: pero es que ahora no tengo dolores y me siento mejor, aunque sigo con fiebre. No sé cómo se hace, para hacer como debo y quiero ser. No me da el cuerpo. Cuando me siento mejor, todo se hace más fácil.

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Último escrito de Susana Seeber de Mihura, fallecida el 21 /01/1953

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3 comentarios en «SUSANA SEEBER DE MIHURA 1952/6ª de 7 [85]»

    1. Estimado Alfonso, la republicación en forma de libro no está prevista por nosotros y es una decisión que depende de sus descendientes y no de nosotros. Ellos tienen sus derechos y nosotros no podemos ni pensamos poder encarar esa publicación que por otra parte puede visitarse en el Blog. Paz y Bendición

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