Cuando papá habla un poco con Catalina (y fue lo único que habló) le dijo medio en broma, que ella tenía que ir a Buenos Aires así se casaba conmigo.
Ella, precisamente en esa reunión, conoció a su ex novio.
Papá llegó a casa y me comentó, pero yo no le llevé el apunte. Cuando Dios quiere algo…
Al mismo tiempo, una monja le comentó a la hermana de Catalina (también monja de la misma orden, pero que estaba en Mendoza) que en Buenos Aires había un chico ideal para ella, o sea, yo. Pero tampoco se le llevó el apunte a eso. Así las cosas, pasaron los años.
En diciembre del año pasado, Catalina descubre el engaño de su ahora ex novio, corta la relación y se muda a Mendoza.
Al mismo tiempo, la Madre superiora de las monjas dice que me quiere presentar a alguien. Y quiere que vaya a Mendoza, en enero, a verla. (La madre no pensaba en Catalina). Terminé yendo en febrero. La madre estaba en España, así que tuve que acudir, no sin cierta vergüenza, a ver a una monja que no conocía. La monja no sabía qué hacer ni a quien presentarme. Y le pregunta a la hermana de Catalina si no podía presentarme a ella. Y claro, como acababa de cortar con el otro, dijo que no.
La cuestión es que la otra chica que me quisieron presentar, no quería saber de nada.
Una semana en esa ciudad y no conocí ni a la chica que la Madre superiora me había prometido presentarme, ni a Catalina ni a nadie.
Volví a Buenos Aires, y me olvidé del tema.
Entonces me cruzo con el amigo de papá, y me dice que me quiere presentar a Catalina. Yo, le dije que no, que muchas gracias.
Otra monja, de Bs As, me dice, para Semana Santa, que me quiere presentar otra chica. Yo acepto, me la presenta, pero cuando hablo con esta última, no me termina de convencer.
Entonces decidí no ir por más, y no establecí ningún contacto (no nos dimos ni teléfonos, ni e-mails). Como la monja vio que yo no hacía nada, me vino a hablar. Y yo, por no ser muy descortés (y como queriendo explicar un poco el por qué no aceptaba «aún»), le dije que me querían presentar a otra chica que tenía una hermana en el convento de Mendoza. En seguida le surgió el nombre sin que yo se lo dijera: «¡Ah, Catalina!»
Pero la realidad, es que yo tampoco pensaba en hacer nada por volver a viajar a esa ciudad. Un día papá, preocupado un poco por mi desidia en buscar a la que Dios quiere darme por esposa, me habla, y yo, otra vez (y todo por aquel enamoramiento que tuve, y que le comenté en uno de mis primeros e-mail), respondí evasivamente, aunque al final, y sólo por no darle tanta pena con mi actitud, acepté conocer a Catalina.
Pero interiormente, era sólo para que dejaran de hablarme de ella.
Entonces el amigo de papá, le pide a Catalina su correo electrónico, diciéndole que era por un «apostolado» que yo quería hacer y no sé qué verdura más le vendió. (Ella me confesó que sabía de antemano cuál era la intención).
De todos modos, Catalina tampoco quería saber nada, porque hacía poco que había cortado con su anterior novio, y, como le conté a Ud, le habían recomendado las monjas y su director espiritual que durante un año evitara relacionarse con alguien más. (Dios se ríe de algunos consejos, por buenos que sean ¿no? jaja). Pero Catalina le dio igual el e-mail al amigo de papá, pensando que yo no le iba a escribir.
Desde que tuve la dirección de e-mail, tardé 2 semanas en decidirme a escribir, y aún así, cuando me senté, tardé como 5 horas en decidirme qué poner. (Aclaro que envié el correo porque, supuestamente, al otro día iba a venir el amigo de papá a casa -al final no vino- y, como lo había molestado, no podía «quedar mal»).
A las 3 / 4 de la mañana mandé el mail. Daba vueltas y vueltas. Me parecía absurdo, ridículo. Y lo del «apostolado», más. Así que decidí ser franco, y le dije que estaba buscando la esposa que Dios quería darme. Pensé que no iba a responder. Y de hecho, no iba a responder. Cuando lo recibió, pensó: «¡qué desubicado!!, ¿cómo me va a escribir????»
Lo comentó con una amiga. Entonces respondió de la siguiente forma (más o menos): que como yo había sido franco (es cierto), ella también lo iba a ser, y que como acababa de cortar una relación, no estaba interesada en otra hasta tanto pasara un tiempo, y que entonces no tenía problema en conocerme, pero solo como amigos.
Me sorprendió que me contestara enseguida, y pensé con molestia: «que desgraciada» (ojo, padre, no tome la palabra en su verdadero sentido, es sólo una expresión, mal utilizada, lo reconozco). Pero claro, ya no podía ser descortés. Y tenía que seguir la comunicación. Pero no sabía qué escribir.
De hecho, pensaba en dejar todo ahí. Pero… vuelve a intervenir Dios.
Catalina recibe un correo electrónico mediante el cual se invitaba a unas Jornadas de formación. Y reenvía el mail a todos sus contactos. Incluido yo, en quien no había pensado al reenviarlo. Y a mi papá también.
Cuando recibí el mail, pensé, «No creo que sea a mí a quien envió el mail, sino a todos los contactos». Pero papá, a quien también le llegó, me lo reenvía a mí. Y, sin darme cuenta, me fijo en la hora, y veo que hay una diferencia de 4 horas entre el mail enviado a mí, y el enviado a papá (ignoro el por qué de la diferencia de horario, ya que fueron enviados juntos, lo pude corroborar después, y ambos utilizamos el mismo servidor. ¡Bah! ¡“Ignoro”! ¡Interviene la mano del que nos quiere juntos!).
Y pienso: “Bueno, tendrá algún interés en conocerme (a pesar de lo que puso en su primer mail), y quiere disimularlo enviando a papá también el correo”.
Por no ser descortés, le digo que para tener un primer contacto, voy a las jornadas, con la idea de tener un tema en común con el cual conocernos mejor.
Ella me contesta que la idea es que todo fuera lo más natural posible y que no había necesidad de forzar los temas de comunicación.
Le vuelvo a contestar, avisando que voy, y le agrego una frase: «Dios ayuda al que se ayuda». Pero, en lo personal, iba a las jornadas para hablar con un expositor con el que quería hablar hacía tiempo, por una causa que me interesaba. Y aproveché la ocasión. “Así no malgasto el viaje”, pensé.
Bueno, llegué allá. Ella llegó más tarde a las jornadas porque estaba dando catequesis. Como le comenté, al principio no me atraía. No era por lo físico, sino más bien por el temperamento, la forma de ser que me había imaginado que tendría (ilusiones, y bastante orgullo de mi parte). La comparaba con la chica que me había atraído tanto antes, algo que, como Ud me dijo, hacía mal en hacer. El demonio, aprovechando de esto, y sabiendo que no era la que Dios me tenía preparada, me había hecho creer que como esa no había otra. Mentira. Más que mentira. Un engaño que me llevó a pensar que no me iba a casar. Y que me tenía triste. Señal de que era el demonio, y no Dios.
No supe verlo hasta que conocí a Catalina.
A pesar de esto en los dos días que duró la jornada descubrí, con ella, algo que no había visto en otras. Coincidíamos en ideas, pensamientos, sentimientos, criterios. Y me fui de allá con una sensación rara. No era enamoramiento. Al contrario. Era molestia. Era resistencia a la gracia.
No veía claro. Ella no era lo que mis ideales habían soñado. Me resistía. Pero por alguna razón que ignoro, le empecé a escribir. Mensajitos al celular, más correos electrónicos. Hasta que empezamos a chatear. Y después conectamos la videocámara del chat. Y yo me resistía. Pero volvía. Tenía en mí una necesidad (y ante la cual me resistía) a querer contarle todo lo que hacía. Y cada vez que escribía, me decía: «¿para qué lo hiciste?? ¿no ves que se puede ilusionar, enamorar??? ¡si vos no querés nada con ella! No podés ser tan mala persona. No tenés derecho a ilusionarla». Pero volvía a caer. Entonces le escribí a Ud. Y cada vez que Ud me contestaba un mail, la aceptaba. Y cuando me dejaba guiar por mí mismo, la rechazaba.
Cuando me dio las reglas de discernimiento, empecé a analizar mis pensamientos, mis sentimientos. Y comprendí qué era lo que me turbaba. Era mi orgullo no complacido, por no ver cumplidos mis ideales irrealizables por inexistentes. Era el demonio que se rebelaba. Todos estos años con tristezas absurdas, sólo por no querer seguir la voluntad de Dios.
Y entonces, decidí entregarme, confiar en Dios. Aunque uno sea varón, nuestra alma, respecto de Dios, se comporta como mujer, ¿no? No se quiere entregar, confiar definitivamente en Él. (Algo de eso hay en las poesías de San Juan de la Cruz). Desde que hice la entrega, se borraron los fantasmas. Empecé a quererla, y se lo terminé diciendo por chat. Pero no me enamoré hasta más tarde. La amaba especialmente, pero notaba que no era enamoramiento (al menos el pasional que había tenido de más joven). Sabía que era ésa la mujer que Dios me daba por compañera. Y la amaba sólo por eso.
¿Sabe? cuando leí la vida de Santa Catalina de Génova, ella le dijo a Dios que le resultaba imposible amar a las criaturas porque sólo lo amaba a Él. Y Nuestro Señor le respondió algo que a mi me quedó grabado: «Ama lo que Yo amo».
Así la amé a Catalina. Así la amo. La amé porque Dios la amaba. Y trato de amarla como Dios la ama. Y la amo porque es la que me dio para esposa y madre de mis hijos. Yo no la elegí, como no elegí mi patria. Y así como amo a mi país, (a pesar de todos los defectos que pueda tener), del mismo modo la amo a Catalina. Porque es la flor que Dios me dio para que yo, jardinero, la cuide.
El resto, más o menos lo sabe. No lo entretengo más. Espero no haberle hecho perder el tiempo y haber complacido su interés en las intervenciones de la gracia. Que Dios lo bendiga padrecito. Lo tengo en mis oraciones. Javier (el enamorado de Catalina).