SUSANA  SEEBER  DE  MIHURA  1951/5ª de 9 [75]
Lo único que importa es la Misa

1951/5 AGOSTO

Sí, es cierto: el odio es un mal que no se hace a los demás sino a uno mismo. El odio no ensucia ni hiere a aquél a quien va dirigido: es el mismo que odia, el que se desnuda en una desnudez repelente. Aunque odie con razón, el que odia es más horrible que el odiado. Aunque el odiado sea “odiable”.

            Ha llegado el momento de detenerme a pensar en mi papel en la “Liga de Madres”… Pero, Dios mío, ¡qué claro es para mí, ahora, que no se puede construir nada, si antes no desaparece nuestro yo con su vanidad y sus mezquinos egoísmos!

 15        Lo único que importa es la Misa. Es lo único que hay que entender, lo único que hay que enseñar. Yo veía hoy, en misa de 12, a toda esa gente. Que “van a misa”, pero que no ven nada de esa cosa tremenda que está sucediendo allí, delante de sus narices. De esa cosa tremenda que es la raíz, la clave de todo. Me sentí como una persona que está excavando la tierra con las manos, que está escarbando una tierra que oculta, que contiene entre su masa oscura, la fertilidad, la vida. No puedo meditar en otra cosa, más que en la Misa.

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23No el no oír de ellos una palabra de odio, sino el que no lo sientan: esa fue mi alegría hoy, en lo de H. y V. Fue como una cosa suave, como algo fresco, claro y libre, al compararlo con las palabras de otros, cuando vomitan (es la palabra que traduce la sensación de oírlas) cataratas de insultos contra Perón y Evita. A H. y V. Perón les va a quitar, realmente, el piso firme bajo sus pies. Y, sin embargo, no odian. Sufren por la injusticia y la desilusión; y no odian. [H., hermano de la autora, militante nacionalista y escribano de profesión que se negó, por dignidad personal a firmar una declaración de apoyo a la reelección de Perón.]

Sí, es cierto: el odio es un mal que no se hace a los demás sino a uno mismo. El odio no ensucia ni hiere a aquél a quien va dirigido: es el mismo que odia, el que se desnuda en una desnudez repelente. Aunque odie con razón, el que odia es más horrible que el odiado. Aunque el odiado sea “odiable”.

La “imagen de Dios”, ¡aún en el último de los canallas! Pero estos –y católicos- hacen una excepción: “Ese, no”; “no odio más que a ese” Y porque en ellos también, mientras vomitan ese odio, está la imagen e Dios, por eso es tan terrible. Cualquier canallada es menos que ese odiar. Me hace el efecto de que, al odiar, con sus propias manos estuvieran destruyendo a Dios dentro de ellos, mientras que el odiado ignora lo que está haciendo. O, aunque no lo ignore, el mal que él hace es otra destrucción, independiente de la que realiza el que lo odia. ¿Será que el odio, me causa esta impresión porque es, siempre, algo consciente y querido…?

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 25        ¿Por qué es tan difícil explicar, con palabras sencillas, la realidad de las cosas espirituales? Si digo que es “una silla marrón” lo que tengo ante mis ojos, para el que me escucha o lee será siempre “una silla marrón” y no “una mesa gris”. Y, sin embargo, mil veces he leído que “Jesucristo, Dios y  Hombre, está en la Hostia”, y no  he podido verlo  como Hombre hasta hoy. Y cuando digo que es el amor de un Hombre el que se deja crucificar por mí, ese Hombre, ese Amor, sobrepasan a mi inteligencia y se diluyen. Y es como querer apretar entre mis brazos las nubes del cielo. Pero hoy, de pronto, eso inmenso se ha achicado a mi medida. Y ese Cristo era un Hombre.

Un hombre como cualquiera de nosotros, en su naturaleza de Hombre.

¿Y por qué “hombre”, referido a Cristo, había que tener otro significado que “hombre” referido a cualquier otro? No lo tiene, no debe tenerlo.

Y, ahora que lo veo así frente a mí, ahora que es sencillamente un hombre, ahora recién comprendo el significado de que me haya amado hasta querer morir crucificado para expiar por mis  pecados. Recién ahora entiendo por qué no puedo quedarme tan tranquila y satisfecha, mientras otro,   otro hombre sufre por mí. Ahora sé que no puedo dejarlo solo, es necesario estar con Él, por mí, y por todos, porque por todos ha expiado.

Este es el “camino de la Humanidad de Cristo”, que leí en Santa Teresa, sin entenderlo bien. Por ese camino, dice, “se va bien”. Yo creía que era un camino muy difícil y elevado (buscaba, en esta “Humanidad”, no sé qué significado); y es un camino que va por la tierra, sencillo y corriente.

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26        Ha llegado el momento de detenerme a pensar en mi papel en la “Liga de Madres”. [La “Liga de Madres de Familia”, recientemente fundada como rama de la Acción Católica (21 de junio de 1951), atrajo inmediatamente a la autora, que vio en ella un movimiento de apostolado laical más natural, y afín con su vocación, que la propia Acción Católica] De preguntarme si creo, realmente, en la posible futura trascendencia de este movimiento, y de resolver entregarme a él.

Me acuerdo de que, hace años en los de M., antes de que naciera mi preocupación religiosa, se habló de “la mujer en política”, y yo protesté contra el voto que se nos imponía. Dije que el único partido admisible sería uno auténticamente femenino. Pero cuando llegué a casa y empecé a hacer una especie de programa de ese partido, que no tendría otro objetivo que la defensa de los hijos y de la familia, me di cuenta, de pronto, de que tendría consecuencias nefastas. Porque lo único que se conseguiría con eso sería quitarles votos a los partidos más cercanos a nuestra manera de pensar, y favorecería a los otros. Con lo cual no volví a pensar más en el asunto. Ahora aparece, como bandeja puesta en mis manos, esta Liga de Madres. Que no es otra cosa que lo que yo pensaba, sin sus inconvenientes. Porque no es un partido independiente, sino un movimiento con facilidad para poder infiltrarse en todos los partidos.  

               No es posible que mi actividad se reduzca a mandar cartas inocuas a las “presidentas de círculo”, a corregir errores gramaticales y poner los puntos y las comas donde corresponden, en lo que los demás escriben. No es posible que esté dando sólo, una pequeña parte de mi inteligencia y de mi energía. Pero solamente el padre podrá decirme si tengo las condiciones necesarias para, junto con Sara [Sara Benedit de Pereda, primera presidente de la Liga. La autora compartió la dirección como secretaria] tomar las riendas de esto y hacerlo marchar.

Pero, Dios mío, ¡qué claro es para mí, ahora, que no se puede construir nada, si antes no desaparece nuestro yo con su vanidad y sus mezquinos egoísmos! Mi vida, mis ansias de vivir una vida en la que yo fuera el eje, las preocupaciones de mi vanidad, de mi alegría o placer, ¡qué tristes y miserables son!¡Cómo me cegaron para que no viera el lugar que uno ocupa en el mundo! Hoy, con esta Liga de Madres, que aunque apenas existe es una realidad, todo lo que en mí era fantasía tiene la posibilidad de ser una cosa concreta.

No ser ya nada, nada más que el instrumento, lo más perfecto posible, que modela una verdad universal. Me parecía espantoso tener que contemplar, de brazos cruzados, la destrucción de la mujer, la mentira triunfante. Ahora, ¿serán imaginaciones mías, o hay, realmente, en este encontrarme de pronto en un puesto en la Liga de Madres, un llamado de Dios, una de esas misteriosas “casualidades”?

Las finalidades de la Liga, ¿cuáles serían? Una, por decirlo así, “interior”: aprovechar la mayor libertad e instrucción, y conciencia de sí misma, que hoy se reconoce a la mujer, pero para que sea más consciente y cumpla mejor su misión de mujer. Y otra, “exterior”: la influencia sobre los partidos. ¡Qué extraordinario sería que, aquí, la “emancipación de la mujer”, en lugar de ser una cosa falsa, sirviera para construir algo verdadero!

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