CARLOS ABUD – En Memoria al año
¡Qué amigo de sus amigos!

Gracias Padre!
Papá falleció el 4 de junio del 2021 a causa del covid. El 25 de mayo, fecha patria argentina, cocinó un buen guiso para la familia y ya no lo vimos más. Ese día éramos 5 en casa: papá que cocinó y se acostó porque se sentía mal, mamá, mi hna que vivía con mis papás, un, sacerdote amigo de la familia, y yo. A papá lo internan el 26 de mayo, a mamá el 2 de junio, al sacerdote el 3. Papá muere el 4. El sacerdoe el 17 de junio. Mamá estuvo al borde pero se salvó. Mi hna  y yo no tuvimos síntomas ni molestia alguna. Fueron días muy duros para todos nosotros. Pero lo hemos vivido con esperanza cristiana sostenidos por la oración de todos. Me duelen las ausencias todos los días. Pero evocar a papá siempre es causa de alegría. Eternamente agradecida a Dios por el papá que me dio. Le comparto algunas palabras de esos días que pronunció Jordán: 
Teresa
Amigos, hoy hemos despedido los restos mortales de nuestro querido Carlitos. No creo que exista la forma de sintetizar en una sola palabra los recuerdos y gratitudes que se han agolpado en el alma entremezclándose con la desolación y la angustia. Como no podía ser de otra manera -parece que a Dios le gustan las alegorías-, tuvo que ser un sábado y cantando el Cara al sol. Es que él nos hizo entender desde siempre al sábado como la cita de honor con los amigos, cada semana, cada mes, cada año.

Qué difícil se hace decirle al mundo lo que hoy sentimos, memoramos y pedimos. Qué extraña soledad se experimenta al tener la certeza de que el mundo no podrá ser jamás un interlocutor válido si quisiéramos contarle lo que ha sido Carlitos para nosotros. ¿Cómo explicarle a todos que somos portadores de un inmerecido Tesoro y que él fue propulsor y guía, savia y luz, encarnadura y norte de ese Tesoro? ¿Cómo lograr resumir en dos palabras su hondo y permanente sentido de la proporción y de la jerarquía; y que todo era para gloria de Dios y salvación de nuestras almas, el guiso bien hecho, el reto justamente dado, la plata bien gastada,  las Jornadas meticulosamente planificadas, todo, todo por amor a la Causa. Todo por Dios y por la Patria.
Era cierto nomás, vivir bien es prepararse para morir. El oscuro gris de tu muerte queda convertido y esplendente con el rojo del martirio diario y el blanco de la resurrección prometida.
Gracias Carlitos, gracias por tanto. Por tu militancia varonil e incansable, por tu intransigencia en lo esencial, por tu paciencia renovada, por tu generosidad única, por tu humildad genuina. Dios ya te habrá premiado tantos bienes ofrecidos que nosotros, destinatarios, desconocimos. Gracias por enseñarnos con tu vida que mandar es servir.    Gracias por acompañarnos en todas, aunque después vinieran las correcciones y las advertencias.
Gracias por estar siempre, en las buenas y en las malas. Por participar de nuestras alegrías y tristezas con una delicadeza que te hacía distintivo. ¡Qué amigo de tus amigos! Si se trataba de los amigos, estabas en todas y estabas con todos. Y para vos la Unidad eran los amigos. Gracias por esa forma de entusiasmar que ya, aunque recién te despedimos, empezamos a extrañar.  Qué bien supiste hacer familiar lo divino y extraordinario lo humano. Con vos, el buen vino y la arenga se mezclaban, la añoranza de tiempos idos y la carpa recién armada se daban con continuidad. La urgencia del día y la planificación de largos años tenían un invisible hilo conductor. Claro, si nos dijiste que la Unidad es una invitación a vivir y morir en una obra y en un estilo.
Como nuestros curas nos enseñaron hoy al despedirte, son las dos caras de esto que hoy nos desgarra: la fragilidad y la gloria. Porque la angustia nos hace preguntarnos ¿así nomás termina todo?, ¿por un virus ignoto y en una cama solitaria se acaban tantos años de nobles locuras y de sueños de restauración? ¿Tantos momentos compartidos y así sin más todo queda en la nada? Pero no dejaremos que nos gane la tristeza y se adueñe de nuestras almas. La guardia en los luceros y la comunión de los santos serán nuestra certeza. Tan real como tu muerte repentina es el legado que nos dejaste y que estará en cada minuto de nuestra vida en la Unidad y en nuestros corazones. Estarás allí, bajo la sombra de los árboles, en el salón, revisando el quincho o curioseando en cada rincón.
Gracias, gracias por tanto. Te prometemos que seguiremos, como podamos. Te prometemos que no abandonaremos la Causa, que seguiremos marchando, que seguiremos cantando, que seguiremos combatiendo. Con lo que nos quede de vida  y de fuerzas. Será difícil no verte llegar con el mate y las alpargatas, mirando de reojo para ir hablando con todos, cada uno a su turno y cada uno por su tema. Es que ahora nos toca esta lección que desconocíamos: nos impacientaste de eternidad, pero el paso obligado es la muerte. Y fuiste el primero.
Ya estarás, padrino querido, con tu amigo Alberto Ezcurra, de quien tanta nostalgia tenías. Te habrás encontrado con el cura Rausch, y empezarán las historias de campamento y de indicaciones médicas no cumplidas.  A la abuela Alcira, decile que cuide de tu hermano mayor que considera esta adelantada tuya como una avivada que te perdona; y si la ves a Clarisa…no le digas nada, yo me encargo.
No te vamos a mentir, con tu muerte nos preguntamos cómo seguiremos. Y en algún sentido no lo sabemos porque el dolor de hoy no tiene fondo. Pero desde ese fondo tomaremos envión y llegaremos a las estrellas. Así será patente que en nuestra máxima debilidad es la gracia la que sostiene y obra.

Carlitos, nunca pensamos que llegaría este día, pero Dios tiene sus planes y lo mejor que nos puede pasar es estar en Sus Manos. Que los ojos de nuestra alma se hagan más vigorosos, que la fe no desfallezca, que el estilo no muera, que lo prometido resplandezca. ¡Hasta el reencuentro! Salve salve, Santa María! Por Dios y la Patria, arriba Unidad!

Jordán Abud.

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