
«La demasiada libertad parece, pues, que no termina en otra cosa sino en un exceso de esclavitud lo mismo para el particular que para la ciudad. Y por lo tanto es natural que la tiranía no pueda establecerse sino arrancando de la democracia; o sea que, a mi parecer, de la extrema libertad surge la mayor y más ruda esclavitud»
(Platón, La República)
-Nos falta, pues, que tratar -dije yo- del ‘más hermoso régimen político’ y ‘del
hombre más bello’, que son la tiranía y el tirano.
-De entero acuerdo -dijo.
-Veamos entonces, mi querido amigo, ¿con qué carácter nace la tiranía?
Porque, por lo demás, parece evidente que nace de la transformación de la
democracia.
-Evidente.
-¿Y acaso no nacen de un mismo modo la democracia de la oligarquía y la
tiranía de la democracia?
-¿Cómo?
-El bien que se proponía la oligarquía -dije yo- y por el que ésta fue
establecida era la riqueza, ¿no es así?
-Sí.
-Ahora bien, fue el ansia insaciable de esa riqueza y el abandono por ella de
todo lo demás lo que perdió a la oligarquía.
-Es verdad-dijo.
– ¿Y no es también el ansia de aquello que la democracia define como su
propio bien lo que disuelve a ésta?
-¿Y qué es eso que dices que define como tal?
-La libertad -repliqué-. En un Estado gobernado democráticamente oirás
decir, creo yo, que ella es lo más hermoso de todo y que, por tanto, sólo allí
vale la pena de vivir a quien sea libre por naturaleza.
-En efecto -observó-, estas palabras se repiten con frecuencia.
-¿Pero acaso -y esto es lo que iba a decir ahora- el ansia de esa libertad y la
incuria de todo lo demás no hace cambiar a este régimen político y no lo pone
en situación de necesitar de la tiranía? -dije yo.
Platón, República, libro VIII, 562a-564a