Ser diferente en medio del mundo en que uno vive, cuesta. Pero vale la pena.
El Buen amor es diferente y exige que tú lo seas, si quieres amar bien y ser bien querido. Y no es fácil cuando se tiene un mundo en contra. La situación no es nueva.
Así se lo dice el Señor al pueblo elegido en la Ley de Santidad que leemos en Levítico.
“No hagáis como se hace en la tierra de Egipto, donde habéis habitado, ni hagáis como se hace en la tierra de Canaán a donde os llevo; no debéis seguir sus costumbres” (Lev 18,3).
El pueblo del Señor debe ser santo y para eso es imprescindible que la sexualidad no se separe del Buen Amor. Recomiendo la lectura completa de Levítico 18, 1-30.
Esto es precisamente lo que sucedía en toda la humanidad antes de la aparición del Pueblo elegido en el concierto de los pueblos. Precisamente, la descendencia de Abraham es elegida para que en ella sean bendecidas todas las naciones. Comienza con ella una escuela de santidad del amor esponsal que apunta a sanar una llaga universal de los hombres. Una llaga que era y es, porque sigue abierta, consecuencia del pecado original y debe ser sanada. La llaga del sexo sin amor, invade y despersonaliza la relación entre el varón y la mujer matando e imposibilitando el buen amor. El Buen Amor: el único que puede dar la felicidad que la sexualidad engañosamente promete pero no puede dar.
No hagan como se hace en Egipto ni como se hace en Canaán. Ustedes tienen que ser diferentes. Tienen que ser santos como yo soy santo. Porque yo su Dios soy santo.
En el texto el Señor lo anima a su pueblo a vivir de una manera diferente de la que viven los pueblos entre los que está disperso o vecino. Y la diferencia consiste en que debe mantener la sexualidad contenida exclusivamente en el marco de la relación esponsal. Todo ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio y fuera de los tiempos que el Señor prescribe a los esposos perjudica la santidad, es decir la relación con el Señor y con los demás elegidos.
Es funesto separar el sexo del marco del amor esponsal monógamo y fiel. Es el amor esponsal lo que refrena el desborde de la pasión sexual, que tiende a desbordar todos los límites. Es conocida la obsesividad que provoca el instinto sexual y su fuerza despersonalizadora de la vinculación amorosa. La obsesión sexual sin freno puede despersonalizar las vinculaciones humanas, familiares y sociales, ignorándolas e invadiéndolas todas.
A defender la santidad del matrimonio y de todos los demás vínculos familiares y sociales en el pueblo elegido, apunta esta reclusión del fuego de la sexualidad a la hornalla del fogón doméstico esponsal.
Israel era muy consciente del mal que produce el desbocarse del instinto sexual. Sobre todo en el varón. Los maestros de Israel enseñan que el varón (‘ish) fácilmente se enciende en la pasión sexual y se convierte en fuego (‘esh). Ese fuego sexual obsesionante devora la humanidad de los vínculos interpersonales, anegándolos en una marea que borra todas las diferencias relacionales. Todo es igual. Da lo mismo ser esposo que padre, tío o cuñado, vecino o huésped…
Los habitantes de Sodoma le reclaman a Lot que les entregue a sus huéspedes.
Con la sabiduría que el Señor comunica a su pueblo, éste puede conocer ahora los caminos del Buen Amor, que son los caminos de la santidad de los esposos. Y comprende que la lujuria, es decir la pasión sexual desbordada o desatada como un incendio devastador termina con los vínculos familiares y sociales.
Por eso dice el Sabio, en el libro del Eclesiástico: “El alma ardiente como fuego encendido, no se apagará hasta consumirse; el hombre lujurioso en su cuerpo carnal: no cejará hasta que el fuego le abrase; para el hombre lujurioso todo pan es dulce, no descansará hasta haber muerto”. (Eclesiástico 23, 17)
De vez en cuando se denuncia con escándalo público algún caso de incesto, de “corrupción de menores”, de un padrastro que abusa de la hija de su mujer o de su concubina, o de un niño. A la opinión pública le corre un escalofrío por la espalda y se levantan voces de indignación que llaman a veces a linchar al violador o al abusador. El abuso sexual de menores es hoy una verdadera plaga social de la que dan testimonio los psicólogos y los confesores a quienes les toca recoger los pedazos.
La sociedad humana necesita recuperar la sabiduría revelada acerca de los motivos que hacen posible el Buen Amor y sanan a la humanidad de la llaga y del incendio sexual desatado. La mirada social no basta para sanar al alma obsesionada. Sólo la mirada del Señor puede rescatarlo:
“16 Dos clases de gente multiplican los pecados, y la tercera atrae la ira:
17 El alma ardiente como fuego encendido, no se apagará hasta consumirse; el hombre lujurioso en su cuerpo carnal: no cejará hasta que el fuego le abrase; para el hombre lujurioso todo pan es dulce, no descansará hasta haber muerto.
18 El hombre que su propio lecho viola y que dice para sí: « ¿Quién me ve? ;la oscuridad me envuelve, las paredes me encubren, nadie me ve, ¿qué he de temer?; el Altísimo no se acordará de mis pecados »,
19 lo que teme son los ojos de los hombres; no sabe que los ojos del Señor son diez mil veces más brillantes que el sol, que observan todos los caminos de los hombres y penetran los rincones más ocultos. 20 . Antes de ser creadas, todas las cosas le eran conocidas, y todavía lo son después de acabadas.
21 En las plazas de la ciudad será éste castigado, será apresado donde menos lo esperaba.
22 Así también la mujer que ha sido infiel a su marido y le ha dado de otro un heredero.
23 Primero, ha desobedecido a la ley del Altísimo, segundo, ha faltado a su marido, tercero, ha cometido adulterio y de otro hombre le ha dado hijos.
24 Esta será llevada a la asamblea, y sobre sus hijos se hará investigación.
25 Sus hijos no echarán raíces, sus ramas no darán frutos.
26 Dejará un recuerdo que será maldito, y su oprobio no se borrará.
27 Y reconocerán los que queden que nada vale más que el temor del Señor, nada más dulce que atender a los mandatos del Señor.” (Eclesiástico 23, 16-27)
Llevando a su cumplimiento la Ley y los Profetas en este asunto, Jesús enseña:
«Habéis oído que se dijo: ‘no cometerás adulterio’. Pero yo os digo: ‘todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón'» (Mateo 5, 27-28).
¿Y la mujer? Jesús no habla de ella aquí sino del varón. Pero en ella lo que va contra el verdadero amor, contra el Buen amor, es atraer la mirada impura del hombre, por su sola falta de pudor, o por una provocación intencionada.
De ella pudo haber dicho Jesús: «Toda la que se exhibe para seducirlo, ante la mirada y el deseo de un varón, ya cometió adulterio con él en su corazón».