Blog destinado a presentar y comentar la Revelación divina acerca del amor humano: Creado según el designio divino, luego caído y herido por el pecado original, después santificado en el pueblo elegido; elevado por fin a Misterio Grande en el sacramento del matrimonio y hoy tan ferozmente agredido.
“El amor perfecto exorciza el miedo” (Ver 1ª Juan 4,18)
Un día tuve un sueño.
Subía corriendo desenfrenadamente hacia lo alto de la torre. La escalera de piedra daba tantas vueltas, que parecía no tener fin. La luz del sol penetraba por ventanas que bañaban la oscuridad interior, guiando mi camino.
Vestía túnica marrón, como de monje, y en los pies, sandalias que se movían con una rapidez nunca como nunca en mi vida habría podido correr.
Al llegar a la cima me topé con un calabozo repleto de niños en harapos. Para mi sorpresa, cuando yo les abrí la reja ellos la volvieron a cerrar. El pánico que sentían era tan abrumador, que preferían estar privados de la libertad.
El amor que desprendía mi mirada los animó a seguirme después de tantísimo tiempo tras los barrotes.
Sin embargo, al hallar la salida se prendieron a mí desesperados, queriendo convencerme de no seguir adelante. ¡Salgan, corran! -grité. Ellos obedecieron.
Las piernas me temblaban…daría mi vida por ellos.
Sin embargo, al pasar el umbral, la cosa horripilante que estaba al acecho esperando para atacar,
se esfumó cuando la enfrenté. En su lugar apareció un ser luminoso que dijo: esos niños son los dones que el SEÑOR te regaló. Cuida de no dejarlos nuevamente a la merced de tus miedos… entonces desperté.
Esto trajo a mi memoria algo que años atrás, un sacerdote expresaba: «Querer es decirle al otro, vos sos mío. Amar es decirle, yo soy tuyo».
El Señor me invita a la heroicidad del amor, a trascender la frontera de mi piel hacia mis prójimos.
Santa Faustina dice al respecto: “No la grandeza de la obra sino la grandeza del esfuerzo será premiada. Lo que se cumple por amor no es pequeño, oh Jesús mío, ya que Tu ojo ve todo» (DIARIO, “La divina misericordia en mi alma», pág.469).
Sin embargo termino optando por el querer, limitando mi existencia a una vida mediocre, pegada a lo mundano.
El miedo (la cosa horripilante de mi sueño), es el freno para la entrega. Este sentimiento contrario a la confianza, provoca en mí, dos reacciones: huida o defensa.
Cuando mi reacción es como la del avestruz, tiendo a la cobardía. Me vuelvo omisa al amor, negligente en los deberes. Evito correr riesgos y enfrentar realidades. Me oculto en la mentira, la gula, la lujuria, el trabajo, la enfermedad, entre tantos otros escondites. Miro la vida detrás de una careta, olvidando quien soy. Me masifico.
Pero, si mi reacción es como la del perro rabioso defendiendo su territorio, tiendo a la violencia. Atrincherada en el amor propio, logro tener una vista panorámica de mis heridas, culpas remordimientos y limitaciones. Me vuelvo posesiva, manipuladora. No puedo controlar a Dios con sus tiempos, así que comienzo a prescindir de ÉL. Caigo en la trampa. Mi mirada queda petrificada en la miseria que soy. Lo que quedan son cadenas, vacío y muerte.
Atrapada en la oscuridad, clamo al SEÑOR ser rescatada. Es entonces que recuerdo las palabras del Padre Pío de Pietrelcina: «Tener miedo de perderse entre los brazos de la divina bondad, es algo más extraño que el temor del niño estrechado entre los brazos de su madre».