La partida de la Hna. Adriana, huérfana
y sin hermanos;
rodeada de Hermanas e hijos… El encuentro con su amado Esposo…
y sin hermanos;
rodeada de Hermanas e hijos… El encuentro con su amado Esposo…
Quiero hablarles de otra monjita, que acaba de partir a la Casa del Padre, en la provincia de Entre Ríos: la Hna. Adriana de la Santísima Trinidad (en el siglo Dora Paulina Burgos), de las Hermanas Franciscanas Educacionistas; en cuya comunidad del Hospital de Gastroenterología «Bonorino Udaondo», de la Capital Federal, celebro generalmente la Misa de los lunes. Por cierto, no hubo para ella ni cámaras de televisión, ni titulares amarillistas…
Fue al encuentro de su amado Esposo, con el silencio y la humildad que la caracterizaron…
Había nacido el 22 de junio de 1940, en Resistencia, Chaco. Poco se sabe sobre su historia familiar. No tuvo hermanos; y, al momento de ingresar a la Congregación, sus padres ya habían fallecido. Huérfana y sin familia, el Señor, la iría rodeando de Hermanas e hijos…
Recibida de Maestra Normal Nacional, en el Instituto «Sagrada Familia», de Córdoba, en 1968; ingresó a la congregación un año después, en 1969, en los comienzos de la obra de la Casa Regional, en Villa Zorraquín. Allí hizo su Postulantado; su Noviciado, en 1970, y su Primera Profesión, en 1972.
En 1973 fue trasladada al Hogar Escuela «Juan XXIII», en Colonia Yeruá (Entre Ríos), donde trabajó como Maestra de grado, de alumnos muy pobres, hasta 1977. Trasladada, nuevamente, a la Casa Regional, hizo su Profesión Perpetua en 1978. Y se desempeñó como Maestra de primer grado en la escuela «Sagrada Familia», hasta 1989. En 1990 su nuevo destino fue la comunidad de San Luis, donde se desempeñó en el colegio «San Francisco», hasta 1994; año en que se concluyó con esa misión.
De regreso a la comunidad de Yeruá, continuó trabajando en el Hogar Escuela hasta el 2000; cuando se inició la escuela «Nuestra Señora del Silencio». En 1997 celebró sus Bodas de Plata, y pudo visitar la Casa Madre, en Viena, Austria.
En 2001, fue enviada a la comunidad de Ezeiza. Allí prestó sus servicios en el Hogar Geriátrico de la Fuerza Aérea; acompañando a los ancianos, ayudándolos en su alimentación, y brindándoles apoyo espiritual. En esos años, su salud mental comenzó a debilitarse.
Según relató la Hna. Gabriela, actual Superiora Regional, «en 2011, al cierre de la misión en Ezeiza, fue enviada a la comunidad de Federal, iniciada un año antes. Su salud mental decayó progresivamente, y se le diagnosticó Mal de Alzheimer. En Federal prestó pequeños servicios en la capilla, y en la comunidad; según lo permitía su estado de salud».
Según relató la Hna. Gabriela, actual Superiora Regional, «en 2011, al cierre de la misión en Ezeiza, fue enviada a la comunidad de Federal, iniciada un año antes. Su salud mental decayó progresivamente, y se le diagnosticó Mal de Alzheimer. En Federal prestó pequeños servicios en la capilla, y en la comunidad; según lo permitía su estado de salud».
Agregó que «en 2013 fue necesario su traslado a la Casa Regional, para que pudiera recibir mejores cuidados. Aun así, sus facultades mentales continuaron deteriorándose progresivamente. Y, en este último año, el avance de la enfermedad fue muy notable, también en su aspecto físico. Procurábamos, de cualquier modo, que compartiese con nosotras la Santa Misa, en la comunidad, y la oración de la Liturgia de las Horas. Falleció con 76 años de edad, y 44 de consagración».
Subrayó que «pensamos que para ella fue una alegría que el Señor la llamara, en la misma Casa de la que fue una de sus fundadoras; y en la que comenzó su vida religiosa… La recordamos como una hermana sencilla y silenciosa en su trabajo; con actitud de generosidad, y siempre dispuesta al servicio. Era frecuente su pregunta, ‘¿puedo ayudarle?’; aun en el último tiempo de su vida, con su salud y sus fuerzas declinando constantemente. Seguimos unidas a ella por el amor fraterno, y le agradecemos al Señor haber compartido parte de nuestra vida».
Quise escribir estas líneas para que, una vez más, tomemos conciencia en la Iglesia de todas las riquezas que tenemos. Y que, por supuesto, nada tienen que ver con «el oro del Vaticano»; según la venenosa muletilla de quienes nos odian…
La Hna. Adriana de la Santísima Trinidad, al igual que miles de consagrados, en todo el mundo, vivió y murió para su Señor, muy lejos de los halagos del mundo… No habló de «los pobres»; vivió entre ellos, y los llevó a Cristo… No hizo discursos sobre las «periferias»; las conoció a fondo y las cristianizó todo lo que pudo… No quiso «cambiar la Iglesia»; se dejó cambiar por la Iglesia, se abrió a la gracia de Dios, e hizo maravillas en sus Hermanas de religión, y en todos los hijos espirituales que el Señor le regaló…
¡Gracias, muchísimas gracias, querida Hermana, por haberte «gastado y desgastado»
(2 Cor 12, 15)!. ¡A disfrutar, ahora, de la «alta fiesta» del Cielo!. ¡Y a interceder para que el dueño de la mies nos mande muchas y santas vocaciones, como la tuya…!.
Con mi bendición en Cristo Jesús; Rey y Señor de las almas consagradas…
Con mi bendición en Cristo Jesús; Rey y Señor de las almas consagradas…
+ Pater Christian Viña