He recibido hace un tiempito un correo electrónico de un varón católico, ya adulto y profesional bien establecido que, entre otras cosas me cuenta lo siguiente:
«Le cuento que estoy de nuevo solo. Después de andar de novio como un año y medio con Yolanda.
Es una chica muy buena y de buen corazón, pero no sé qué es lo que Dios quiere para nuestras vidas. Es largo para contar esta novela de mi vida. Ahora estoy bien, voy a hacer unos ejercicios espirituales de ocho días».
He recibido decenas de veces noticias como ésta.
Y conociendo a los dos que se separaron, la mayor parte de las veces no he terminado de entender por qué se cortó la cuerda que empezaban a tornear.
Algo pasa en la juventud católica formada de «buenas chicas» y «buenos chicos».
Y creo que el Señor me ha dado por fin a entender qué es lo que está pasando en buena parte de los casos ¿Quizás en muchos de los casos?
Aquí va lo que le respondí a Ricardo.
Es algo que yo tenía en el corazón para decir sobre los techos y nunca se daba la oportunidad. Pero Ricardo me la ha brindado y aquí va lo que le escribí:
Querido Ricardo:
El primer mandato de Dios para el varón y la mujer, fue «Creced y multiplicáos y llenad la tierra».
No se lo entiende hoy como mandamiento porque se presenta como una bendición. Pero ¡es un mandamiento! Y es, en el tiempo, el primero de todos.
A la luz de esta bendición imperativa, de esta palabra de ánimo que Dios le da a toda creatura varón y mujer, entiendo que: «si no es para tener hijos, más vale no casarse y vivir castamente como soltero».
Conociendo el medio católico de tu ciudad, me he preguntado hace mucho, — y recuerdo haberlo comentado allí, no sin cierta común extrañeza, con algunos y algunas, — si buena parte de la juventud masculina católica, (allí pero lo he vuelto a ver un poco por todas partes) no ha perdido de vista el primer mandamiento, el del Principio, que es en realidad una bendición: creced multiplicaos llenad la tierra.
La consecuencia es que por lo general ellos se fijan en la mujer, o buscan mujer, apuntando a tener una esposa. No he encontrado uno que buscara una madre para sus hijos. Así que después, ella, a veces, resulta madre como por sorpresa más que como el resultado de un propósito. Muchos varones ‘católicos’ tienen la mira de la intención desajustada y la mayor parte tira al aire.
No afirmo que sea tu caso, porque no estoy bien informado. Tu carta ha sido más bien un motivo para largarme a exponer estas reflexiones que van más allá de ti y de Yolanda.
Pero me intriga que digas: «no sé qué es lo que Dios quiere para nuestras vidas». ¿¡Cómo que no sabes!? ¿En qué sentido lo dices? ¿No está clara en la Sagrada Escritura en la que tú crees la voluntad de Dios para varón y mujer? ¿No es su primera palabra a ellos: «Creced y multiplicáos y llenad la tierra? ¿No se pudieron poner de acuerdo tú y Yolanda para asociarse en el cumplimiento de la voluntad del Creador que los hizo varón y mujer, ni del Redentor que estableció el sacramento del matrimonio?
Te invito a leer y meditar el texto, algo enigmático del libro del Eclesiastés 4, 9 al 11. Dimas Antuña, el místico uruguayo de la Eucaristía, me enseñó a entenderlo. Dimas lo aplica al varón y la mujer cuando los unen entendimientos recíprocos de conveniencia mutua. ¡Porque vaya si las hay en el matrimonio!
Pero esa cuerda de dos hilos, de dos voluntades torneadas, no resiste, porque son dos voluntades que miran sólo a los bienes inmediatos que se reportan uno al otro (y son buenos) y todo se va en cálculo de ventajas e inconvenientes. Y al fin los miedos al amor vencen.
Pero cuando las dos voluntades se entretejen «acordes» con la tercera voluntad (versículo 12), que es la voluntad de Dios, «buscar los hijos», entonces, difícilmente se rompe.
¡Más! es lo que hace estable el tira y afloja de ventajas e inconvenientes y lo que protege la llamita débil del amor, del soplo de los temores del uno y el otro… del uno al otro.
La segunda foto que colgué más arriba enseña que el texto del Eclesiastés era algo que muchos cristianos habían entendido. Y Dimas debe haber conectado con esa tradición que alcanzó una expresión ritual tan hermosa.
«La cuerda de tres hilos difícilmente se rompe»
¿Será quizás porque estando el interés de Dios por medio y no sólo los propios, Dios bendice y eso significa que defiende la cuerda y a los dos hilos trenzados con su querer divino «con-cordemente» «con-cuerdamente», en fin: «cuerdamente».
Nuestra lengua delata cuánto tienen de común una cuerda con la cordura. «Cordura» es trenzar las propias voluntades con la divina.
La adhesión de dos voluntades a esa voluntad hace fuerte la cuerda triple, por encima de la conveniencia del uno o del otro. Pero basta que falle en adherir a la tercera uno de los otros dos hilitos, para que se deshilache pronto.
Creo que los medios juveniles o en general ‘solteriles’ católicos están necesitando esta sabiduría esencial y, por otra parte elemental por lo obvia, si no fuese porque leemos la Sagrada Escritura con oídos sordos para entenderla.
He visto en tu ciudad y veo aquí en la que vivo y veo por todos lados buenas chicas católicas que desearían ser madres y buenos chicos católicos que buscan esposa. Y veo que al final se quedan solteros porque ninguno es capaz de esperar del otro y darle al otro lo que el otro desea.
¿Será que olvidaron de que, por encima de sus propias razones, está el designio y el mandato divino? ¿O porque nadie se lo recuerda? Si ambos se pusieran de acuerdo con Dios para buscar los hijos que Dios desea y porque Dios los desea, terminarían, pero por añadidura, recibiendo lo que deseaban cuando eran miopes ante la voluntad divina.
Quisiera tener una azotea, o mejor: ¡un minarete! desde donde gritarle a la soltería católica: ¡el matrimonio no es tanto ni en primer lugar cuestión de me gustas o no me gustas, me entiendes o no me entiendes, eres o no lo que yo busco, sino cuestión de fe y de encontrar un «cón-yuge» es decir alguien para ponerse junto conmigo, con igual fe e igual espíritu filial, bajo el yugo común de la paternidad bendecida y prescrita por el Creador y Redentor.
Donde se entra por fe, se encuentra todo lo demás, porque la fe los transforma a los dos.
Cuando la voluntades de los bautizados se guían más por el «atractivo», por el propio deseo, no obtienen lo que ciertamente obtendrían ¡y más! escuchando la palabra de Dios en el principio y dejándose conducir por ella.
Si ambos se han prestado dócilmente al yugo del mandato divino, Dios le pone al lado el cón-yuge adecuado. Amén, así sea. Un abrazo y feliz 2015.
Padre Horacio
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