LA FUERZA DEL SILENCIO

El Cardenal Robert Sarah, dice citando al Cardenal Newman en un libro reciente titulado: «La fuerza del silencio» : 

«En su Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento, el beato John Henry Newman dirige amargos reproches como éstos a los sacerdotes: «El silencio conserva el calor interior del fervor religioso. 

Este calor manifiesta la vida del Espíritu Santo en nosotros. El silencio permite alimentar y mantener encendido el fuego divino en nosotros (…). La vida del Espíritu requiere vigilancia. Si queremos dar testimonio de la presencia del Espíritu Santo en el mundo, debemos alimentar especialmente y con el mayor esmero el fuego interior.   

No es de extrañar que muchos sacerdotes se hayan convertido en envoltorios sin alma, hombres que hablan mucho y comparten multitud de experiencias, pero en quienes se ha extinguido el fuego del Espíritu de Dios, y solo expresan ideas insignificantes o sentimientos insulsos. 

 A veces da la impresión de que no estamos del todo seguros de que el Espíritu de Dios sea capaz de tocar el corazón humano: nos creemos en la obligación de remediar esa deficiencia y de convencer a los demás de su poder con abundancia de palabras. 

Pero es precisamente esa incredulidad charlatana la que extingue el fuego (…). Para quienes ejercemos un apostolado, la mayor tentación es el exceso de palabras, que debilitan nuestra fe y nos hacen tibios. El silencio es una disciplina sagrada, centinela del Espíritu Santo». 

El Cardenal Robert Sarah comenta así las afirmaciones de Newman acerca de los sacerdotes que se han apropiado de la palabra de Dios, de los sacramentos y la liturgia, demuestra claramente que existe un estrecho vínculo entre el silencio y la fidelidad al Espíritu Santo:

 «Sin la ascesis del silencio los pastores se convierten en hombres irrelevantes, prisioneros de una verborrea tediosa y patética. Sin la vida del Espíritu Santo y sin el silencio, la enseñanza del sacerdote no es más que palabrería confusa, desprovista de consistencia. La palabra del sacerdote debe ser expresión del alma y signo de la presencia divina». 
 Cardenal Robert Sarah La fuerza del silencio, pág. 86 y 88 

 Me permito comentar: 
Hay dos clases de silencio, uno nocivo y otro eficaz. 

 1) Acerca del silencio maligno ha alertado Jean Guitton en un libro de denuncia: «Silencio sobre lo esencial» [1988]. De este silencio dijo San Agustín: ¡Ay de los que se callan de ti!, porque no son más que mudos charlatanes.» [Confesiones 1, 3 – 4] Diríamos que este mal silencio consiste en dejar implícito todo o parte de lo que se guarda en el depósito de la fe y debe ser anunciado por voluntad explícita del Señor: Id y enseñad TODO [Mateo 28,20] 

 2) Por el contrario, acerca del silencio eficaz escribió bellamente san Ignacio de Antioquía: 

 «Más vale callar y ser que hablando no ser. Bien está el enseñar, a condición de que, quien enseña, haga. Ahora bien, hay un Maestro que dijo y fue [Salmo 32, 9; 148,5; refiriéndose al relato de la Creación por el Verbo, en Génesis ]. Mas también lo que callando hizo son cosas dignas de su Padre. El que de verdad posee la palabra de Jesús, puede también escuchar su silencio, a fin de ser perfecto. De esta manera, según lo que habla, obra; y (hasta) por lo que calla es conocido» [Ad Efesios, 15, 1-2]

 Y en otro lugar: «Y quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y el parto de ella, del mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios estruendosos que se cumplieron en el silencio de Dios» [Ad Efesios 19, 1].

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