Usted me atribuye algo que yo no digo cuando expone mis
palabras con estas palabras suyas que retomo para aclararle que no es eso lo
que yo digo y usted entiende que digo:
«Esa frase de que «Eva fue hecha para Adan»
en el sentido de que la mujer está sujeta al hombre, debe obedecerle en
todo». Mis dichos no contienen la afirmación que usted me atribuye: «que la mujer está en todo sujeta al hombre». Yo no he dicho eso ni he querido decirlo. En qué sentido lo digo creo haberlo aclarado positivamente con la entrada reciente sobre este tema.
Si Usted lo dice pensando en la situación de antes del
pecado original: yo me refiero a eso y lo afirmo de esa situación.
Si lo dice pensando en la situación del varón y la mujer
bajo las penas del pecado, como es la del varón y la mujer no redimidos por la gracia de Cristo,
no me refiero a eso, ni lo afirmo para ellos. Y le concedo razón.
Pero nos queda todavía considerar a lo que el varón y la
mujer pueden llegar por la gracia de Cristo, recuperando la santidad primera,
del principio. Donde la mujer (voluntad y amor) sigue al varón (inteligencia y
verdad), como el amor sigue a la inteligencia que le muestra el bien, objeto
del amor.
La gracia de Cristo vuelve a hacer posible, de alguna manera, lo del principio
restaurando por la gracia al varón y la
mujer.
Que la mujer sea para el auxilio divino del varón no tiene
que ver ni con la sujeción ni con la obediencia ni mucho menos con un sometimiento arbitrario o violento. Aunque sí vuelve a ser una meta alcanzable y beatificadora
por la gracia de Cristo. Particularmente gracias al sacramento del matrimonio (cuando ambos lo
viven siendo santos, y recibiéndose de Dios como «nuevas creaturas»).
Que la mujer sea auxilio no tiene que ver, ni siquiera en el relato del principio, con un sometimiento arbitrario o violento de la mujer al marido.
Que ella sea creada para el varón significa, en ese relato bíblico,
que ella sana, – como ministro del auxilio divino que enriquece al varón con las
relacione interpersonales -, que ella sana, digo, la soledad del varón dándole
hijos y haciendo del solitario un ser que se plenifica con una multitud de
vínculos amorosos, con hijos, familia, sociedad, ciudad… (Estamos siempre
hablando del estado de inocencia, del designio divino, de la intención divina.
No estamos hablando de lo que después frustra ese designio por las penas del
pecado original).
En el designio original y de antes del pecado, que la mujer
[que es ministro del amor y tiene ‘su fuerte’ en la voluntad dispuesta a amar el bien],
tenga que seguir al varón [que es ministro del conocimiento y tenía ‘su fuerte’ en la
inteligencia que le muestra el bien a la voluntad para que lo ame]… repito, en
el designio de Dios antes del pecado, esa es una lógica según toda lógica.
La voluntad ama lo que la inteligencia le muestra como
bueno. Y antes del pecado, la inteligencia de Adán no padecía ignorancia.
La mujer dialoga con la serpiente que no es la inteligencia
del Bien, sino ‘la astucia’, la inteligencia astuta, un logos mentiroso, al servicio del engaño y que es capaz de extraviar a la voluntad, mostrándole el bien como un mal. Eso es la acedia y es el pecado del demonio desde el
principio.
¿Qué pasa «después» del pecado original? También
está muy claramente dicho por Dios cuando le anuncia las penas a la mujer;
«tu deseo irá hacia tu marido pero él… te dominará (produciendo miedo) o
se te morirá (tristeza) o te traicionará (ira)» Ella, que quiere ser amada, podrá ser usada y abusada sexualmente por un varón caído, adicto al sexo, un ser mortal y por fin
potencialmente polígamo, etc. etc.
Cuando san Pablo presenta el ideal del matrimonio cristiano
a los fieles de Éfeso está hablando a cristianos iluminados, purificados, que
pueden entender y vivir según el modelo del amor de Cristo y de la Iglesia. A
los que no han contemplado ese misterio, como son los Corintios, Pablo les
habla como lo hace en el capítulo 7 de la primera a los Corintios. Y cuando intenta – en el capítulo -11 decir algo más profundo
(como podría decirlo a los Efesios) encuentra la resistencia de las mujeres
carnales de Corinto que no lo entienden. Es a ellas también que les dice que no
quieran enseñar en la Iglesia y que se callen la boca, porque quieren enseñar
antes de entender y aprender.
Por eso afirmo que el pasaje sobre el matrimonio de la carta a los Efesios no
debería leerse en las ceremonias de matrimonio donde los asistentes son en su
mayoría gente mundana, que tiene una mentalidad carnal y que no entiende de misterios cristianos, gente que mira «desde
afuera» a Cristo y a la Iglesia, aunque estén bautizados y hayan hecho la
primera comunión y hasta vivan comulgando pero sin que el misterio cristiano haya conseguido convertir sus inteligencias.
Los que leen el texto de Efesios acerca del matrimonio y lo aplican a sí mismos o a los demás
[que son varones que viven después del pecado], lo hacen no teniendo bien
asimilada la luz de la revelación y por eso lo entienden mal. Porque no
distinguen los cuatro momentos que son cuatro situaciones del alma: 1) En un
principio 2) después del pecado 3) en el Antiguo Testamento 3) bajo la gracia
de Cristo y del Espíritu santo que todo lo puede hacer nuevo y rectificarlo
según el proyecto del principio.
Pero lo mismo que con mis libros, les pasa a algunas personas con toda la
Sagrada Escritura, que es inspirada por Dios. Teniendo entenebrecido el corazón, rechazan la luz.
«La Luz vino al mundo pero los hombres no la recibieron
porque sus obras eran malas» leemos en el Evangelio de san Juan, capítulo
primero.
Si eso pasa con las Sagradas Escrituras que son inspiradas
por Dios ¡con cuánta más razón sucederá que mis palabras sean mal entendidas por quien no está bien
dispuesto a entender ya sea por defectos morales o por ignorancia o por
errores? Yo no he escrito para ellos, sino para los buscadores
humildes de la luz. Y me es imposible impedir que se haga mal uso y se entiendan y expliquen mal las cosas que he escrito. Es imposible cuando uno escribe imaginar de antemano las
posibles objeciones o malos entendidos y atajarlos de antemano, saliéndoles al
paso con infinitas aclaraciones a posibles malos entendidos. Es imposible también hablar para todos los posibles lectores
en todas las posibles situaciones morales o intelectuales.
Los santos padres dicen: «Las cosas santas son para los
santos». Y Jesús: «no déis las cosas santas a los perros ni a los
cerdos». Lo que yo expongo en mis libros son misterios santos y por
eso los destino a los bien dispuestos. Pero no puedo impedir que los libros
destinados a ellos caigan en manos de los que no están bien dispuestos por el
pecado, por el error o por la ignorancia, o incluso in-dispuestos en contra,
etc. etc. Dios da su gracia al humilde. Y al bien dispuesto y que
pregunta humildemente, Dios no le niega su luz.
Volviendo a la frase que le hace dificultad. La verdad es
que en el designio divino del principio no es el varón para la mujer sino la
mujer para auxilio divino del varón. Y esto es necesario no perderlo de vista
para comprender cómo, después del pecado, hay que convertirse de tal manera que
ambos puedan vivirlo según la
inteligencia divina y no según la oscuridad de su ignorancia o de su rebeldía
por el pecado.
Cristo vino a hacer posible que por la gracia divina podamos
sanar de las consecuencias del pecado y vivir de acuerdo «al
principio». Para eso es necesario que ambos, varón y mujer, vivan
santamente, es decir como hijos de Dios, discípulos de Jesús (él como otro
Cristo y ella como la Iglesia santa) y templos del Espíritu santo: o sea:
haciendo la voluntad del Padre y no «haciendo la tuya» («Hacé la
tuya»)
La luz es la luz y hay que mostrarla, aunque los ciegos o
los que no quieren ver (que son los ciegos peores) huyan de ella como de la del
sol huye el murciélago o el buho.
Pablo VI defendió en la Humanae Vitae la inseparabilidad del
sexo y el amor, y tropezaron en su Encíclica hasta enteras conferencias
episcopales y facultades de teología que se creían católicas. No digamos nada de muchos bautizados cuya mente estaba colonizada por el pensamiento mundano.
Juan Pablo II predicó decenas de catequesis acerca del amor
humano. Y contra algunas de ellas se levantaron hasta teólogos moralistas
afamados. Una de ellas, que levantó más escándalo es la que yo incluí en mi
libro «El Buen amor en el Matrimonio». Y hasta el mismo San Agustin a
propósito de afirmaciones como las suyas que recogí también allí, ha sido
descalificado y rechazado.
No porque sean muchos los incapaces de dejarse iluminar hay
que dejar de decir la verdad. Y la verdad es la que dice la Escritura clarísima
y luminosamente. (Y en cuyas huellas van los Santos Padres como San Agustín y
el Magisterio como Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI). De nuevo: Primero fue creado el varón. Y porque no convenía
que él estuviese solo, para el varón, de su costado, el Señor sacó y «construyó» una
mujer.
Si yo dejara de intentar explicar estos misterios, o si
tuviera que esperar a poder explicarlos hasta que pudiera hacerlo de manera tan
perfecta que saliera al paso, de antemano, a todas las posibles objeciones e
incomprensiones… entonces…, los muchos que recibieron y siguen recibiendo
luz con esos libros, tal como están, – sin tantas explicaciones, matices,
distingos y atajes de posibles malentendidos – se habrían quedado a oscuras.
Lo mejor es enemigo de lo bueno. Yo hago lo que puedo y me
alegro con los que se aprovechan con ayuda de la gracia. Tengo decenas, cientos
de testimonios de almas y de parejas de novios y esposos que se han visto
iluminados por esas páginas y en concreto por esa verdad de la Escritura que
san Pablo retoma y explica en 1ª Corintios 11, y le ha valido el estigma de
«machista».
También han llegado a mis oídos «descuentos» y «desacuerdos». No
son desacuerdos conmigo. Son desacuerdos con la doctrina católica que expongo, con la
enseñanza revelada por Dios. Esos desacuerdos me honran, me animan. Sólo me
entristeces los que no reciben la luz.
Los que piensan así no creen que la Sagrada Escritura (y las
Cartas de Pablo que son parte de ella), sea inspirada por Dios, por el Espíritu
santo, ni que enseñen la verdad revelada por Dios.
No he escrito para ellos. Escribo para los bien dispuestos
que están a oscuras. Y ellos se alegran de ver la luz que les ocultaba el
príncipe de este mundo y la cultura de la muerte y del sexo separado del amor.
Muchos náufragos se han subido al bote de la verdad divina
que expongo en los libros. A nadie puedo ni quiero subirlo a la fuerza. No me
toca a mí cambiar los corazones, sino iluminar la noche con la luz de unos
reflectores que no son los míos, sino de la verdad revelada. Trato de mostrarla
siendo fiel a la Sagrada Escritura para que el que lea lo pueda comprobar en la
Escritura.
Más no he logrado hacer, aunque bien lo querría. También
acepto mis límites, porque la fuerza de Dios se agiganta en ellos. Pero eso le pasa hasta al mismo Dios ¿Cómo puedo pretender
que no me pase a mí? No me ha enviado el Señor a convertir a nadie, sino a
predicarle a todos. Y los que crean y se conviertan se salvarán.
Querida F.: me quedo muy contento de haber tenido el
tiempo de responderte largo y tendido.
Volviéndonos ahora a contemplar los misterios del Dios
hermoso que obró en Maria y José para mostrársenos en el Hijo, Jesús, te mando
aquí abajo una linda poesía de San Juan de la Cruz… Yo sé bien cuál es la
fuente que mana y corre aunque es de noche…
Bendiciones y la Paz de la Navidad
Padre Horacio