PARA PROTEGER EL BUEN AMOR: DOMINAR LA IRA

Nuestro Señor Jesucristo dijo: “Habéis oído que se dijo a los antepasados ‘no matarás’ y aquél que mate será reo ante el tribunal. Pero yo os digo que todo aquél que se enoje con su hermano será reo ante el tribunal, pero el que llame a su hermano ‘imbécil’ será reo ante el Sanhedrin” (Mateo 5, 21-22). El Sanhedrín era el tribunal que entendía en las penas de muerte.

Jesús se refiere aquí a la mala ira. En efecto, hay una ira buena cuando el motivo es justo y la respuesta es medida. Pero hay una ira mala, cuando no hay motivo o habiendo motivo la respuesta no es la correcta.

¿Puede ser la ira mala sola lo mismo o algo tan grave como matar?
Sí, porque aunque yo no mate al otro, mi enojo puede matar en mí el amor al otro.
Y con eso me quita vida a mí mismo, porque me resta buenos amores y personas amadas. Y la vida está en tener muchos buenos amores.
La ira, la cólera, el enojo, son enemigos directos del amor, y desatan o cortan los vínculos de amor, de amistad, de afecto entre las personas. Por eso hay que dominar la ira y sus manifestaciones externas, si es que queremos cultivar los lazos del Buen Amor, que son el gozo de la vida.

La ira se manifiesta en el maltrato verbal. Una forma del maltrato verbal son los insultos, pero se puede maltratar también con los gestos y de otros modos y hasta con el silencio.

Un amigo me mandó este pequeño relato por correo electrónico que contiene una meditación sobre la ira y sus consecuencias.

Hubo una vez un niño que tenía muy mal genio. Su padre le regaló una caja de clavos y le dijo que cada vez que perdiera el control tenía que clavar un clavo en una tabla de la verja

El primer día el niño había clavado 37 clavos en la tabla. Durante las próximas semanas, como había aprendido a controlar su rabia, la cantidad de clavos comenzó a disminuir diariamente. Descubrió que eras más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos.

Finalmente llegó el día en que el niño no perdió más los estribos. Se lo comentó a su padre y su padre le sugirió que desde ahora, por cada día que se pudiera controlar sacara un clavo de la tabla.
Los días transcurrieron y el niño finalmente le pudo contar a su padre que había sacado todos los clavos. Entonces, el padre tomando a su hijo de la mano lo llevó hasta la verja. Le dijo: «Has hecho bien, hijo mío, pero mira los hoyos en la madera. La verja nunca volverá a ser la misma”.

Cuando dices cosas con rabia, dejas en el otro una huella igual que ésta. Le puedes clavar un cuchillo a un hombre y luego sacárselo. Pero no importa cuántas veces le pidas perdón, la herida siempre seguirá ahí».

Una herida verbal es tan dañina para el Buen Amor entre las personas, como un golpe o una herida física. El Buen Amor es participación en la Vida divina. La ira mata la Caridad y por eso aparte de Dios y de los otros al mismo tiempo.
Así lo enseña Nuestro Señor Jesucristo cuando enumera la ira como el primer impedimento en lista de los actos que impiden “ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Se entiende: perfecto en la Caridad, perfecto en el Buen Amor.
Este relato aconseja lo que san Ignacio de Loyola llamaba el “Examen particular” para luchar contra algún defecto que deseamos vencer. En vez de clavar clavos en una tabla, podemos llevarnos la mano al pecho, lamentando lo que acabamos de hacer, y deseando corregirnos.

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