“Ella, que tenía desde niña un hambre insaciable de afecto y de ser amada, padece la rudeza y la lujuria del marido, que le parece crónica e incurable después de tantos años. Es cierto que cayó tres veces bajo el peso de su cruz cuando encontró algún buen amigo que la comprendía. Pero las tres veces se levantó y volvió a cargar su cruz”
y llorar por lo que debería ser y no es”
Estimado Padre Horacio:
Mi amiga Fidelina me recomendó muchas veces que lo consulte y hoy me decidí. Ella siempre me alienta, Me da fuerzas. Me consuela. Pero yo soy una rebelde y una eterna desconforme.
Qué más quiero de la vida? Me casé y tengo cuatro hijos maravillosos,
Tengo un trabajo, Tengo mi casa, Mis amigos y tengo a Dios
Pero…algo me falta… falta algo que me llene…y creo que es el amor de mi esposo. O tal vez no es su amor sino la forma, la manera, el modo en que me lo da.
Yo necesito mucho, mucho afecto. Muchas veces me pongo a pensar «hacia atrás» el porqué de esa necesidad tan grande de cariño, De demostración de afecto, Ese «hambre» que siento.
Mis padres eran muy buenos; papá era un católico hecho y derecho, muy metido en las cosas de la Iglesia y así crió a sus siete hijos. De hecho uno de ellos es sacerdote…pero ahora dejó y con dispensa, lo que entristeció mucho a mi padre y eso junto a la muerte de mi hermano mayor con 30 y pocos años lo llevó a no querer vivir más y se dejó morir. Mi mamá siempre ocupada con las tareas de una casa donde hay tantos chicos…yo soy la cuarta hija.
Creo que me crié muy sola, en medio de varones y con una gran falta de alguien que se preocupara por mí.
En casa no éramos de abrazarnos ni de darnos demasiadas muestras de cariño, pero igual siempre nos llevamos bien. Al punto que cuando faltó mi mamá no hubo ningún tipo de problemas legales en cuanto a la herencia.
Fui criada bastante reprimida pues mi papá no quería dejarme salir a ningún lado, ni a bailes, ni a reuniones, etc. No obstante me puse de novia con un amigo de mi hermano que iba a casa y estuvimos bien hasta que él se fué a estudiar. Eso fue difícil para mí. Alguien que me daba cariño se iba…
Conocí a mi actual esposo y parecía que todo iba bien… ¡Claro! la necesidad de amor se cubría… Pero ¿a qué costo? Nuestro noviazgo fue complicado, Muchas peleas, celos, desconfianza…y violencia. Huí de mi casa y de él, Estuve en del otro lado del Río, en la casa de unas Hermanas religiosas durante un tiempo. Hasta que por medio de mi padre él, mi novio, me mandó llamar. Estaba mal, muy desmejorado, me extrañaba, me pidió perdón …y casamiento. En dos meses todo se concretó. Pero…esa coraza exterior que no cae, esa falta de diálogo, esos malditos celos…nunca nos dejaron en paz.
Las tres caídas de Renata
Primera caída:
Un día reapareció aquel novio que había tenido…y caí. Pero salí adelante, Me reconcilié con Dios, Me aferré a él, perdoné interiormente a mi esposo aunque él nunca me haya pedido a mí perdón por nada y seguí…
Segunda caída
Pero otra vez caí…conocí a una persona que me daba lo que mi esposo me negaba y saciaba esa hambre de afecto.
Pero ¡arriba nuevamente! Le pedí tanto a Dios que me ayudara. La soledad estaba jugándome una mala pasada; y fue ahí, justo, que llegó mi sol ¡mi hija Pierina! y aunque los problemas siguieron yo no estaba sola y ella me daba fuerza para seguir ¡no la iba a dejar sin papá!
Porque de verdad que muchas veces pensé en dejarlo. Tantas veces que la situación se volvía insostenible. Pero yo nunca dije nada. Nadie sabía lo que a mí me pasaba o que él me trataba mal. Más tarde todo se complicó más porque quedó sin trabajo y yo con otra criatura y luego otra más y otra más, Tres varones preciosos. Y así llegamos hasta hoy… ya hace casi 20 años que estamos casados pero la soledad que siento es más fuerte todavía.
Ahora está otra vez sin trabajo y con menos perspectivas que antes. Tiene miedo de largarse a hacer algo solo. Le desespera no tener dinero, se enoja por todo, me culpa de todo lo malo que pasa, me ridiculiza, me humilla…
Pero ah!!!!! a la hora del sexo debo estar siempre disponible. Si quiero hablar con él, nunca puede porque tiene sus horarios para la televisión, para el trabajo, para…no participa en las cosas de sus hijos, ni en la escuela, la catequesis, los juegos, las salidas. Nunca compartimos salidas, películas, etc. Le molesta que yo vaya a las reuniones de Catequesis, que vaya a tocar la guitarra en las misas o que me encuentre con mis amigas…Le molesta si me maquillo o si me arreglo para salir o si a la salida de la escuela aprovecho y hago algún mandadito y llego más tarde a la casa…
No, no me valora para nada, me siento usada. Cuando peleamos salen chispas. Antes me cuidaba por los chicos…ahora no me cuido más y sé que no es bueno. Mis hijos lloran porque me ven mal y empezaron a tratar mal a su padre así que tuve que parar la mano…
Tercera caída
Pero de nuevo esas ansias de amor. Lo único bueno es que ahora hace mucho tiempo que no tenemos episodios de violencia pero tengo una tristeza tan profunda…
Y entretanto todo esto tuve un accidente que me produjo múltiples fracturas. Y aquí viene otra vez mi caída…sí, conocí a una persona que me hizo volver a tener 25 años…alguien que me valora, que me respeta, con quien puedo tener un diálogo y con quien engañé a mi esposo.
Mi vida entonces consiste en llorar amargamente por lo que no puede ser y llorar por lo debería ser y no es.
Cada día me obligo a pensar en positivo respecto a mi esposo, quiero ver en él todo lo bueno, olvidar lo que me ha dañado y volver a empezar…y cada día él se empeña en lo contrario. Sufro, sufro mucho esta situación, sé que hice mal y me arrepiento pero qué difícil es sacarla de mi corazón y de mi cabeza!
Sé que Dios me espera, me tiende su mano, sufre por mí y sé que no tengo derecho a seguir ofendiéndolo! Le pido tanto por mi esposo! Que se abra, que podamos dialogar. Creo que no podría vivir una separación, no puedo pensar una vida sin mi esposo pero al mismo tiempo la vida con él es muy difícil. Tal vez no para él pero sí para mí. Siento que pasan los años y mi vida se va inútilmente, que no logré nada.
Ve que soy una inconformista? ¿Está bien desear tener toda la felicidad? ¿Está mal desear el bien para mi esposo?
Si puede enviarme una palabra de aliento se lo voy a agradecer.
Renata
Estimada Renata:
Te habrá explicado Fidelina que estoy a punto de salir de viaje, con la agenda colmada y no puedo ahora contestar tu mail, que exigiría una extensión por lo menos igual.
Ahora me arriesgaré a decirte algo que no sé cómo lo vas a tomar. Pero no es un consejo mío. Es una verdad que nos enseña Dios en la Sagrada Escritura. Dios no creó a Adán para Eva. Dios creó a Eva para Adán. Medítalo y el Espíritu Santo y tu Padre celestial te iluminarán. Si la mujer aspira a ser amada, se hace desdichada. cuando se olvida de ser amada y se entrega amando a los demás, olvidada de sí misma, es más fácil que sea feliz. No porque el deseo de ser amada sea malo en sí mismo, pero como el alma de la hija de Eva está herida por el pecado original, ese deseo se hace desmedido y a la vez se estrella contra la herida del pecado original en el varón, que es la lujuria, la tosquedad del alma, la insensibilidad para la necesidad de su esposa de ser escuchada y atendida, el egoísmo y su lucha con los cardos y espinas.
Ya lo dice el Señor cuando le advierte a Eva cuáles serán para ella y para su descendencia, las consecuencias de su desobediencia: “tu deseo irá hacia tu esposo, pero él… te dominará”. O bien pudo agregar otros “peros”: te engañará, te descuidará, no te dará lo que esperas, querrá poseer tu cuerpo descuidando tu alma, se te morirá…
Pero aún así, Eva es y sigue siendo para Adán, porque Adán es un ser tomado del polvo de la tierra y que vuelva al polvo: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Mientras la mujer es una creatura más espiritual y angélica, que le ha sido dada como un segundo ángel custodio a ese ser tan tosco y desvalido que es el varón.
Y es ella la que no debe cansarse de lograr a fuerza de oración y paciencia que su esposo vaya cambiando y entendiendo cómo desea ser tratada, y enseñarle a darle la ternura que él no sabe dar no porque no quiera sino porque no sabe ni puede, y de la que ella debe ser maestra.
El varón como hijo de Adán, después del pecado original, tiene que renunciar a su deseo sexual sometiéndolo a las razones del amor a su esposa. Y esto no puede hacerlo sin la ayuda de la gracia que Jesucristo nos da en los sacramentos. Porque, como dice Jesús, si Moisés le dio al varón la posibilidad de repudiar a su mujer, fue solamente porque reconoció “la dureza de su corazón”, herido por el pecado original. Pero Jesús afirma que “no fue así en el principio”.
Por eso, aún así, el sueño de Dios, es que la mujer pueda ser feliz teniendo hijos para el esposo, como don de su amor a su esposo. Y si, por el contrario, hoy, la mujer se apodera de los hijos que considera más suyos que de su marido y hasta los pone de enemigos de su padre, es porque también su corazón está desordenado y herido por el despecho de sus aspiraciones insatisfechas a un amor soñado, aspiraciones que a veces son soberbias y desobedientes como las de su madre Eva.
Y entiendo por soberbia esa actitud exigente que reclama sí o sí lo que desea, sin pararse a pensar si lo merece, si tiene derecho a exigir en el terreno del amor, lo que es puro don de Dios y gracia inmerecida, o lo que debe y puede ser fruto de un ministerio de esposa, confiado por Cristo más como una tarea y un deber que como un derecho.
Ella, la hija de Eva, tiene por delante una pena y un sacrificio mucho más grande y doloroso que el del varón, que es el sacrificio de sus sentimientos y de su deseo de afecto, ternura y delicadeza. Ese deseo natural, bueno en sí, cuando se desordena se convierte a menudo en una exigencia soberbia de lo que en sí mismo es un don que no hay derecho a exigir que nos den. Como dice el Cantar de los cantares, el que quiere “comprar” el amor, se hace despreciable. Y también quien lo mendiga. No te digo nada del que lo exige.
Si para el varón la castidad exige el sacrificio de sus apetitos sexuales sometiéndolos a las razones del amor, para la mujer, la castidad es un sacrificio de apetitos espirituales y afectivos que también deben ser sometidos a las razones del amor. Si al varón la lujuria lo despersonaliza por el sexo separado del amor y la ternura, a la mujer, el deseo indominable de atención, afecto y ternura puede despersonalizarla por la separación del amor de sus expresiones sexuales.
No te canses de no ser amada como tú desearías serlo y de seguir firme en la fidelidad. El amor no es un sentimiento sino una decisión de la voluntad. En realidad, ese deseo de ser amada a tu manera es una consecuencia de la pena del pecado de Eva que el demonio aprovecha para llagar la herida y tentarte.
Estas heridas disimétricas del pecado original en el varón y la mujer, producen un desencuentro allí donde deberían poder encontrarse y anhelan encontrarse, con un deseo que un terrible equívoco impide realizarse.
Jesucristo vino a salvarnos. Por eso vino a salvar nuestros amores heridos.
¿Has probado volverte a María Santísima para pedirle que en tu matrimonio te alcance de su hijo Jesucristo “el vino mejor que viene al final”?
Renata, hija querida, estos son principios generales. Yo no puedo aplicarlos a tu caso así no más. Pero pido al Espíritu Santo que te enseñe a aplicarlos inteligente y santamente.
Padre Horacio