
Esta devoción popular se debilitó en España a partir de la supresión de la Compañía de Jesús hacia (1750-73), pero ha sobrevivido en el pueblo católico sobre todo en zonas rurales alejadas o, como en el sur de Chile, donde aún se mantiene viva la tradición oral dejada allí por los jesuitas en manos de catequistas laicos que se la han pasado fielmente de generación en generación a través de siglos.
Dos son los motivos por la que los fieles le atribuyeron a este santo una especial caridad con la mujer parturienta, sobre todo cuando estaba en dificultades.
Esta devoción se extendió muchísimo por toda Europa porque se vio confirmada por numerosísimos milagros, como se narra en muchas vidas de san Ignacio. El jesuita catalán Francisco Xavier Fluviá dice en la que se publicó en Barcelona en 1753: “Son tantos en esta parte los milagros [obrados por su intercesión en los partos], que sería nunca acabar, si quisiéramos referir los innumerables, que ha obrado en la maravillosa felicidad de los partos más peligrosos, o con sus reliquias, o aplicando sus estampas, u ofreciendo poner su Nombre al niño que naciere, o sólo con invocar su poderosa protección”.

En agosto de 1545, le llegaron sus días a la Duquesa de Parma Margarita de Austria. Ella mandó a buscar a San Ignacio que gozaba ya en vida de fama de hombre de Dios cuya oración era escuchada. Acudió San Ignacio, le dio la comunión y la confortó. Luego se retiró y permaneció en oración en la capilla del Palacio durante todo el tiempo que duraron los dificultosos trabajos de parto de mellizos. Finalmente Margarita alumbró con toda felicidad.
He aquí el relato del hecho en una carta de su discípulo, el Padre Pedro de Ribadeneira a dos jesuitas vinculados a la ilustre parturienta y su familia.
Carta de Pedro Ribadeneira a Pedro Fabro y Antonio Aráoz
Roma 29 agosto 1545
La suma gracia y amor de Cristo Nuestro Señor sea siempre en nuestro continuo favor y ayuda.
El jueves pasado, que fue a los 17 de este presente mes de agosto, cumpliéndose la voluntad divina, madama [Margarita de Austria] parió dos hijos. Mas, porque sé que en el Señor mucho os gozaréis en saber las particularidades del parto, siendo de tanta edificación, con la ayuda de Dios Nuestro Señor, para su honra y gloria, pienso en la presente brevemente narrar algunas de ellas.
Primeramente el jueves, como digo, a veinte horas del día vinieron en grande prisa a llamar al Maestro Ignacio de parte de madama. Y Maestro Ignacio yendo allá, madama se confesó con él, después oyó misa y comulgó, y por gracia de Dios N. S. estaba tan [bien] dispuesta, que dice Maestro Ignacio que se halló presente, que al recibir el santísimo sacramento estaba tan llena de lágrimas, [que] no solamente por los ojos, mas por las narices y cara le corrían en gran copia [=abundancia]; tanto, que era para mover a grandísima devoción a los asistentes.
Luego, inmediatamente que hubo recibido el santísimo sacramento, pareciendo más cosa divina que natural, sintiendo las creaturas que estaban en el vientre la presencia de su criador y señor, la cual la madre había recibido, “exultaverunt infantes in gaudio in utero suo” [= exultaron los niños de gozo en su útero].
Le comenzaron a venir ciertos dolores no recios [= no fuertes], y así estuvo, medio con dolores, medio durmiendo, hasta hora de vísperas.
Después, en comenzándole a venir los grandes dolores, Maestro Ignacio se fue a la capilla a hacer oración. Y estando allí, vinieron todas las damas para hacer también oración, y así estaban todos juntos.
En esto vino la señora doña María de Mendoza [esposa de Lope de Guzmán] a buscar a Maestro Ignacio para rogarle que hiciese oración muy caldamente [= fervorosamente] porque entonces eran la fuerza de los dolores. Desde una hora que estuvieron en la capilla, vino una diciendo que ya había parido un hijo. Y después a un poquito vino otra diciendo que ya había parido otro hijo.

Después las damas partiéndose [= yéndose] Maestro Ignacio quedó solo en la capilla, y desde a un rato que hubo hecho oración, vino a la cámara de madama, y estando allí, madama envió a decir que bautizasen las criaturas. Y queriéndolas bautizar, hallaron que la partera, en sacando el cuerpo del primero, por el peligro que había, le bautizó, y fue llamado por nombre Juan Carlos. Y al segundo quisieron que Maestro Ignacio le bautizase. Y así, estando allí presentes el señor Octavio [Octavio Farnese, el padre de las criaturas], la duquesa de Castro [Jerónima Orsina, madre de Octavio, esposa de Luis Farnesio, a quien Carlos V solía llamar duque de Castro, y no de Parma o Placencia] y otras señoras, trayendo el mismo señor Octavio el agua para bautizarle y respondiendo al bautismo, Maestro Ignacio lo bautizó, y fue llamado Juan Paulo [sobrevivió a su hermano mellizo y es el que luego será conocido como Alejandro Farnesio].
Fueron tantas las gracias que el señor Octavio, la duquesa de Castro con las demás hicieron a Maestro Ignacio, que era una cosa maravillosa, atribuyendo a sus oraciones el buen suceso del parto.
Maestro Ignacio estuvo allá desde la mañana hasta que hubo parido, y en la cámara [= habitación] donde estaba madama no dejaban entrar a ninguna persona, sino a la duquesa de Castro, a doña María de Mendoza y a Lope de Guzmán, su marido, que es gobernador de madama, y a Maestro Ignacio con otras dos que servían.
Después del parto viniéndose Maestro Ignacio a casa, en cenando volvió allá. Madama quiso que Maestro Ignacio, con la grande devoción que en él tiene, que dijese a cada una de las criaturas [recién nacidas] un evangelio. Y así lo hizo. Y así ahora, a juicio de los que más entienden en la materia, todos tres, madres e hijos, se hayan mucho buenos [= muy bien].
Plega a la santísima Trinidad que el placer y alegría, que en la tierra se ha mostrado por el nacimiento de ellos, entre los ángeles del cielo se muestre, y mucho mayor, siéndoles revelado que son predestinados y escritos “in libro vitae” [= en el libro de la vida].
Por amor y reverencia de Dios N. S. los tengáis por mucho encomendados en vuestras asiduas y devotas oraciones y santísimos sacrificios, para que sean para su santísimo servicio, alabanza y gloria. Quien por la su infinita y suma bondad nos quiera dar su gracia cumplida para que su santísima voluntad sintamos y aquella enteramente la cumplamos.
De Roma 29 de agosto 1545.
Vuestro en el Señor nuestro indigno siervo
Pedro de Ribadeneira.
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