SUSANA SEEBER DE MIHURA 1949/5[64] «LENTA TRANSFORMACIÓN POR EL AMOR»

1949  OCTUBRE y NOVIEMBRE
AMAR A CRISTO

“DESPACIO, MUY DESPACIO
SE VA TRANSFORMANDO UN ALMA”

“¿Crees que a Dios le importa?, ¿crees que Él necesita de las buenas acciones? No, no es lo que realizas, sino la lucha, lo que glorifica a Dios. Lucha, sigue luchando. Vive, eso es lo que vale. Sigue leyendo, meditando, rezando y luchando”

OCTUBRE
18 Y, sin embargo, sigues encadenada. Un deseo venido no sé de dónde te impulsa a levantarte y romper las cadenas, te empuja hacia arriba. Amas esa fuerza, quieres dejarte arrastrar por ella: y no lo haces. ¿Qué es lo que te retiene, si ya esas cadenas son blandas, si solas se desprenderían de tus manos? No. No estás atada a ellas: tú no las sueltas.
                  Tu inteligencia ha reconocido la Verdad, tu voluntad estuvo dispuesta a seguirla. ¿Qué es lo que falta?: dar libertad a tu corazón.
                  ¿Es que temes amar una sombra? Para tu inteligencia y para tu voluntad no es una sombra, es una realidad. ¿Por qué ha de ser una sombra para tu amor? ¿Por qué te cuesta tanto dejarte amar a lo que ya amas con tu inteligencia?
¿Qué es?, ¿qué es?, ¿qué temes? ¿Qué hay, que hace tan temible amar a Uno, a quien nuestros ojos no ven y nuestras manos no tocan?
                Pero si yo no puedo amar con mi corazón, si no puedo amar como ama un ser humano, seguiré siempre dividida adentro mío, frenada. Como cuando pongo en marcha el auto y me he olvidado de sacarle el freno.
               Amar así, sólo puedo amar cuando comulgo. En ese momento no es una sombra El que amo. Pero ¿dónde está Él cuando salgo a la calle? ¿Cómo lo encuentro entonces?
                Tanto Te he pedido amor, y ahora me lo das y no me animo a amar. Y ese amor, ese amor es lo único que me hará posible entregarme a Ti.
“Amor a Cristo”. Y no hay más que una sola manera de amar, y es con el corazón, como se ama a lo que amamos en la tierra.

***

21 Yo quisiera vivir realmente consciente de que estoy de paso por el mundo. Pero vivir: no estar distraída y ausente, divagando en alturas inaccesibles. Quisiera que todo lo que sucede y me rodea sea un símbolo, una fuerza y un reflejo de Dios, un paso más en el camino que lleva a la eternidad.
                Me parece que si uno consiguiera santificarse, dominar el pecado (el pecado que nos destruye) eso es posible. Encontrar a Dios en la alegría y en el dolor, en la sonrisa de mis hijos y en la belleza de los árboles y en la angustia de mi corazón, y en la humillación y en las tinieblas. ¡Qué ojos tan puros hay que tener, y qué amor tan confiado! ¡Qué corazón tan recto! (La mezquindad, la bajeza, la mentira, la desconfianza, eso es lo que se opone). Oh Cristo, ¡dame un corazón generoso!

***

“No dé tantas vueltas a las cosas, no piense tanto. Cumpla con su deber, sea fiel a la Gracia de Dios”. Eso me dijo el padre. Pero una no piensa porque quiere; yo no puedo no pensar. Yo no puedo no buscar a Dios de la única manera que está en mí.                      Y si esta manera mía está mal, si es un engaño, ¿qué me queda?, ¿qué voy a hacer de mí? Dios mío, Tú ves dentro de mí. Tú ves. No puedo escribir más. Yo no puedo, no puedo ser como otras que conozco y admiro, y que admito que son mejores que yo. No puedo ser sino como soy, y quererte así, escribiendo y pensando. Aunque quisiera tanto quererte como las otras, que hacen cosas más eficaces y se sacrifican más. Y lloro porque quiero quererte mejor. ¡Oh Jesús, Oh Cristo, Dios Mío! Y porque no puedo darte nada y porque ni sé si estoy haciendo bien o mal, acercándome o alejándome de Ti.

***

22 No me acuerdo qué medité, ni cómo “razoné” allí arrodillada. Pero salí a la calle contenta y tranquila después de comulgar, esta mañana. Mi inquietud de ayer había desaparecido. El padre me dijo que siguiera escribiendo. ¿Y de qué otra manera he de buscar la Verdad sino encerrándome en mí misma, cavando dentro de mí misma, hasta llegar adonde Dios está? Me siento libre otra vez, y sin temores.
                   ¿Qué importa si todo lo que yo pueda pensar y escribir sobre mi buscar a Cristo carezca de todo valor y utilidad para el mundo? ¡Qué poco me importa! Al mundo le daré el cumplir lo más perfectamente posible lo que se me presente, en cada momento, para dar “testimonio del amor de Dios”. Pero esto que en mi soledad medito es mío solo, y a mí me tiene que llevar a Dios.

***

25 La gota de agua vibrando en la punta de la rama, que ya cae y que nunca supe si cayó, algo así es lo que siento y no puedo expresar. Es algo que tiene que cumplirse, que es inevitable que se realice, y que, al mismo tiempo, tiembla incierto. Y es también como el resplandor de un segundo, del sol entre dos nubes: cuando el cielo está cargado de nubes que huyen, empujadas por el viento sur después de la tormenta. Algo así: tan instantáneo y fugaz; y que es, sin embargo, vistazo de un resplandor fijo permanente. ¿Creemos realmente que Cristo está en la Hostia?                             El Cristo verdadero, el que vivió y sufrió, el Hombre que habló y amó, el Dios, en esa Hostia? ¿Creemos realmente que ese Cristo, Hombre y Dios, se une a nosotros en ese instante? ¿Que se une, no como cuando nos unimos a Él por la oración o la meditación, sino físicamente, materialmente? El Cristo histórico, no un “ideal”, no un “mito”, no una figura. ¿Creemos? ¿Creo yo en eso?
                Creo que Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, está en la Hostia ¡pero no logra mi humanidad “poseer” lo que creo! Creo, y es demasiada amplitud para la pequeñez de mi espíritu. Creo, y es demasiada luz para mis ojos. Creo, y es demasiada libertad para mi esclavitud.
                Si yo lograra, si todos lográramos aunque fuera solo un instante, abarcar, realizar, poseer eso que creemos, Dios mío, si lo lográramos, “ríos de agua viva brotarían…”.

***

26 Hace un tiempo me preguntaba cómo convertir a los hombres de hoy, cómo hacer cristianos a los hombres modernos. Y ahora veo la respuesta obvia: igual que cómo se convirtió a los de entonces. Es una estupidez pretender que es más difícil creer para el hombre de hoy que para el de ayer. Creer: tomarse en serio a un Dios hecho Hombre. ¡Como si los filósofos modernos hubieran inventado el escepticismo! ¡Como si el materialismo hubiera esperado a la ciencia moderna!                             ¿Acaso ha de ser más difícil para un estudiante de hoy que para un muchacho de las escuelas de Cartago creer semejante enormidad? Es el colmo de la ignorancia creer que los hombres de otras épocas no razonaban como nosotros. Si mi hermano Horacio hubiera nacido hace 2000 años, razonaría con su mismo escepticismo de hoy. Cristo habrá escandalizado a los intelectuales romanos y judíos, exactamente como escandaliza a los de hoy. ¡Qué disparate decir: “Hay cosas que después de Nietzsche, de Kant, de X y de Y, ya no se puede creer! El cristianismo es tan nuevo y tan viejo hoy como el primer día. Es el mismo Cristo que habla, a la misma humanidad. El mismo Hombre que se enfrenta al mismo hombre.
                 Hacer amar a Cristo: esa es la contestación a mi pregunta. ¿Cómo hacer para convertir al cristianismo a los hombres de hoy? Y la respuesta es una “verdad de Pero Grullo”: haciendo amar a Cristo.
                Cristo ya había muerto, también, cuando los apóstoles convertían. ¿Qué importan unos siglos más o menos? No caminaba Él, ya, por las calles de Jerusalén, el día siguiente de su Ascensión, como no camina hoy por estas calles. Y, sin embargo, hubo ricos y pobres, sabios e ignorantes, que lo amaron y creyeron en Él.                 También hoy, Jesús, Dios mío, te podemos amar. ¿No hubo acaso alguna mujer culta y refinada, amante de lo bello y arrastrada por sus pasiones, entre las que convirtieron en Roma los apóstoles? ¿Qué importancia tienen los 20 o 200 o 2000 años, entre esa mujer y Tú? Ya no estabas allí delante de ella, en carne y hueso (porque entonces, yo sé que le hubiera sido fácil amarte; que Te hubiera amado tanto: si, te hubiera amado aun cuando ya no tenías “figura de hombre”, te hubiera amado todavía más en esa hora). No, no me separa de Cristo el tiempo, ni lo que he leído ni escuchado: yo misma soy la muralla. Como ella misma había sido la muralla, para esa otra mujer. No es de algo exterior o aprendido, sino de dentro de mí, que brota la incredulidad y el escepticismo.

NOVIEMBRE
15 El arco tendido y la flecha que no se puede disparar, la piedra que no pudiera caer atraída por la fuerza de la gravedad, el ansia terrible que jamás se saciará, eso es la desesperación. El infierno: estar tendido hacia algo que jamás se alcanzará.

***

“Mi reino no es de este mundo” Pero nada es de este mundo, porque nada tiene permanencia. Todo es de Dios, en Quien está la permanencia.

***

18 Ni sé exactamente lo que le dije al padre después de la confesión. Pero él quizás adivinó: descubrió en mí lo que yo misma no descubriría. Percibió esta frase que no dije: “No sé si ando por un camino errado; no sé si estoy en un camino siquiera.”                      Me habló, y todo se ha aclarado; y me ha vuelto la paz y la alegría. Me sentí, recién después de sus palabras, no perdonada por el mal que he hecho –ya lo estaba- sino librada de la angustia y la desesperación. Del bien que no hago, de mi imperfección, que me intranquilizaba más que el mal cometido, ¿qué me dijo, qué palabras tan sencillas y tan justas?: “¿Crees que a Dios le importa?, ¿crees que Él necesita de las buenas acciones? No, no es lo que realizas, sino la lucha, lo que glorifica a Dios. Lucha, sigue luchando. Vive, eso es lo que vale. Sigue leyendo, meditando, rezando y luchando”. Y esas palabras fueron las que me hicieron salir de allí tan tranquila y tan llena de alegría. Me preguntó, también, si acaso yo creía que estaba peor o igual que antes. Y es cierto que yo sé que he adelantado algo. “Despacio, muy despacio se va transformando un alma”. De esto tengo que acordarme siempre. De ser humilde y paciente, y no desfallecer.

***

19 ¿Llegaré alguna vez a ser seria? Leo el libro de Elisabeth Leseur: es como mamá, es todo lo que yo no soy. Quisiera ser así, no toda entera vaguedad y confusión y ligereza . Un espíritu “inquieto y derramado”: un espíritu así no me llevará a Dios. En realidad, nunca he querido ser seria. Me asusta la gravedad. ¡Puede ser que, a pesar mío, me vuelva seria!
                 Volviendo de misa esta mañana, la calle bordeada de jacarandás en flor. Yo no conocía otro mundo sino éste del cielo azul y los árboles florecidos, y de los rostros sonrientes y amados. No conocía, no existía para mí más que un mundo material. Y cuando hablaba del “espíritu”, era “amor y belleza” lo que quería decir. Ignoraba –ignoraba hasta esta misma mañana, y a pesar de mi “conversión”- la realidad de otro mundo espiritual. Que no es una cosa vaga, ni algo superpuesto a este mundo terrenal, sino “infiltrado” en él. Infiltrado en él pero distinto. Y del mismo modo, dentro de mí, ese mundo espiritual no es algo vago y que se confunda con mi carne, sino otra dimensión perfectamente definida. Pero debo vivirla simultáneamente con mi vida material, infiltrada en ella.

***

27 Un profundo malestar espiritual fue la consecuencia de una noche de “vida social”. Las causas: una, mis propios defectos de pequeña vanidad, pero las otras más hondas e importantes. Comimos con N.N. y su mujer, y la conversación giró alrededor del “arte” y de la “inteligencia”. Era la misma conversación, ininterrumpida durante veinte años, que yo escuchaba en las reuniones de intelectuales y artistas, en casa de R.O.
                   Hablando de Silvina Ocampo, dijo la mujer de N.: “Se le pueden perdonar todos los errores de su vida, en mérito a que produce”. Y esa frase, tantas veces dicha, no me hirió, pero enturbió algo adentro mío. Porque me siento culpable por no exteriorizar en obras la verdad y la justicia que conozco, y porque me veo incapaz de hacer lo que tan apasionadamente deseo hacer. Silvina Ocampo escribe, en sus libros, lo que no es verdadero; “con arte y belleza” según la opinión de ellos.                      La admiran por eso, y endiosan los que es mentira y error. (Sentí, de paso, agrandarse el abismo que separa su punto de vista del mío, con respecto al arte y la belleza). Y yo, ¿he puesto mi talento o he trabajado toda mi vida para ser capaz, hoy, de revestir de belleza la Verdad que conozco y amo? Porque hoy en misa, cuando comulgué, tuve la convicción de que si no encuentro mi apostolado en las obras de la Acción Católica, es porque tengo que escribir. Nada interior me arrastra a esas obras; en cambio, a escribir me arrastra mi razón y mi amor. Pero no sé si es eso lo que Dios me pide: ¿cómo conocer la voluntad de Dios? Si fuera la voluntad de Dios, si el encuentro con aquella muchacha que buscaba la fe, si la enfermedad de M., o esa frase oída ayer, toda falsa, si fueran esas señales de que debo escribir. Si mi deseo, si la necesidad de escribir, a la que me arrastra mi naturaleza, fuera una señal de la voluntad de Dios, ¿acaso podré hacerlo? En este momento creo que sí, ¡pero conozco las dudas que me esperan!
                    En medio de mi malestar, no puedo dejar de sonreír ante el efecto que me produjo la conversación con N. Fue el mismo de aquellas otras de hace veinte años, a pesar de todo lo que ha pasado desde entonces. Me acuerdo del desengaño que tuve, al ver que los intelectuales que yo admiraba se deslizaban como sombras por una región inexistente. Me acuerdo de mi impresión, de que todo eran teorías, y edificios levantados sobre palabras. Teorías sobre teorías, ¡sin que jamás tocaran la tierra con los pies!

Hoy me dirán, quizás, que yo también hago lo mismo: porque en su vaguedad, en su estar somnolientos, meten también a la religión junto con sus idealismos y sus sueños. Pero no, no: es todo lo contrario. ¡Qué firmemente se enraíza en esta tierra mi fe en Dios, que es fe en un Hombre! ¡Con qué pasión puedo amar el azul violeta de los jacarandás en flor, las sombra profunda y bella que han volcado sobre las calles, la atmósfera umbrosa en la que camino y que me envuelve! ¡Oh Belleza, amada Belleza, dulce y serena! Sí, amar así, y gozar de la belleza de unos árboles florecidos, que han encantado la ciudad sin gracia: y al mismo tiempo, ver que no son más que árboles. Conocer su nombre, y porqué florecen unos más que otros, y saber que, más allá de esta belleza, hay otra, Invisible, Incomprensible y Eterna. Y a la que sólo Dios me puede hacer aspirar. Para gozar de la cual sólo Él puede darme la capacidad.
                 Porque estoy tan en la tierra, porque siempre he tenido mis pies tan firmemente plantados sobre la tierra, es que no me confundieron nunca, en esas reuniones de “intelectuales”, ni tomé por realidad lo que sabía que era ilusión. Mi sentido común (y ¡cómo lo desprecian!) no me deja entremezclar los planes. Sé que el arte y la belleza, aquí en la tierra tienen su mundo. Y que es un error transportarlo a la esfera de lo ultraterreno. Más arriba del arte y la belleza, más arriba de todo lo terreno, sólo Dios Inmenso.

—oOo—

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.