LOS DILEMAS DE JACINTA:
INDECISA EN SU VOCACIÓN
¿FACUNDO , EL CONVENTO O EL SEMINARISTA?
CONSULTA Y RESPUESTA
Cuarto mail de Jacinta 4 de abril:
¡un gran avance! Jacinta reconoce que el amor de Facundo y el del seminarista no son iguales
Padre mío:
El otro chico no me ama como Facundo, eso es una realidad que me di cuenta y lo se. Pero eso es ahora, ya que al otro chico en su seminario lo apretaron bastante por el tema, y se anuló por completo, será de Dios? Por qué, padrecito mío, porqué no puedo amarlo como lo amaba antes a Facundo? Yo no veía la hora de formar una santa familia… ¿qué me ocurre? ¿por qué no me llena ese amor? ¿Tan enferma estoy?
Su hijita, Jacinta
MI RESPUESTA A JACINTA
Montevideo 4 de abril
Hija mía
Lo tuyo no es enfermedad. Es tentación.
Tú, en todo este asunto de tu vocación, has tomado por guía tus propios sentimientos y deseos, y no la medida de la razón, que es la medida de la realidad.
La razón dice que las relaciones virtuosas y los vínculos, establecidos históricamente con un hombre que te quiere, es decir que quiere tu bien, es un asunto de fidelidad. Y que ante el deber de la fidelidad, la sensibilidad debe hacerse a un lado, y no manotearle el volante a la razón.
La razón permite ver la complejidad de los elementos y las personas en juego.
Iluminada por la fe, discierne la voluntad de Dios. Y hasta es capaz de sufrir y sacrificar por ser fiel.
¿No será que tu amor a Facundo no estaba puro de egoísmo y necesita ser purificado? ¿Y no será que esta prueba la permite el Señor para que se purifique en el fuego de esta tribulación? A veces, sin darse cuenta, la hija de Eva puede hacerse “adicta” a sus sentimientos y sus emociones. No puede vivir sin ellos o sacrificarlos, de manera parecida a la del drogadicto.
Supongamos que tu amor no era puro, porque -no Facundo mientras te resultaba gratificante- sino el bien de Facundo no contaba, y me parece que aún no cuenta, verdaderamente para ti. Sino que lo que estaba en primer plano era tu amor a ti misma al nivel de tu auto-gratificación sentimental. Querías a Facundo como un bien para ti. Pero no querías – y quizás aún no quieres – el bien de Facundo como un bien para ti.
En este momento ¿puedes querer el bien de Facundo como un bien para ti? ¿Puedes entender que no tú, sino tu bien es un bien para Facundo? ¿Puedes entender que Facundo, no el bien de Facundo, era un bien para ti?
Y ahora te encuentras con otro más que resulta un bien para ti, que agita tu pasión y se presenta como un bien para sectores de tu alma, como la sensibilidad, la percepción estética, la gratificación en el trato, el halago de tu vanidad, etc.
Pero tampoco el bien de este X es un bien para ti. Sino que él mismo es un bien para ti. De hecho, no tiemblas ante la posibilidad de estar coqueteando con un seminarista, o permitiendo que un seminarista coquetee contigo. ¿Ése es el bien de X? ¿Será el bien que Dios quiere para él? ¿O será una tentación para mal de X? Sus formadores ¿te lo sacan a ti? ¿O convencidos de su vocación, defienden el bien de X viéndolo en peligro por una tentación tan común en el varón? ¿Eres capaz de tener en cuenta la posibilidad de que el bien de X no seas tú sino su vocación? ¿Y no tiemblas de estar echando mano como Eva al fruto prohibido, teniendo otro árbol en tu jardín?
A mi parecer, lo que te sucede es que no amabas bien a Facundo. Te parecía amarlo bien. Pero lo amabas bien solamente a medias. Amabas a Facundo con amor mezclado de concupiscencia y no con puro amor de amistad. Y de la misma manera amas ahora a ese chico, No con amor de amistad sino de concupiscencia.
El amor de amistad quiere el bien del otro como su propio bien. Y por eso puede sacrificarse por lograr el bien del otro, como cualquiera hace sacrificios por lograr bienes.
Tú no estás siendo capaz de sacrificar-te por el bien de ninguno de los dos. Estás presa en tu incapacidad de amistad pura. Herida como hija de Eva por tu posesividad afectiva, quieres al otro para tu bien, aún a costa del otro.
¿Cómo distinguió Salomón a la verdadera madre del niño? Porque era la mujer capaz de renunciar a la posesión del niño, con tal de preservar el bien del niño. La otra mujer no era la verdadera madre, sino una ladrona de niños.
Si Adán-Facundo ya no es un bien para tí, quieres ahora a Adán-X como bien para ti.
Pero y ¿El bien de ellos? ¿Es un bien para ti el bien de cada uno de ellos? No. Los quieres para ti. Porque, por lo visto, no te sabes ver a ti misma como estando en función del bien de otro, en función del bien de Adán F o X. Y lo mismo te pasaría con Adán Y o Z. Lo que tiene que cambiar es tu corazón. Esta prueba es para tu purificación.
¡No es Adán para Eva! ¡Eva es para Adán! Y Eva no será feliz si no se hace cargo del Adán al que Dios la destina. No es Eva la que reconoció a Adán. Es Adán el que reconoció a Eva: «Esta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos».
Eva no se hizo a sí misma. Dios la construyó con un pedazo de aquél a quien estaba destinada. Sólo lo que Dios ha unido no lo ha de separar el hombre.
Volvamos pues a tu pregunta: «¿Por qué no puedo amarlo como antes a Facundo?».
Voy a formular de nuevo mis hipótesis. Tú dirás si pueden ser verdaderas.
A mi parecer, no lo puedes amar como antes, porque antes no lo amabas bien.
Tu amor era todavía impuro. Mezclado de egoísmo. Facundo era el que te había rescatado de tu desesperación por tu soledad y del fantasma de la soltería para toda la vida. Te habías agarrado a él como a tu tabla de salvación. Había sido tu bote salvavidas.
Pero he aquí que ahora se presenta un yate que te parece mejor, más confortable, que satisface otras necesidades tuyas, que halaga otras partes de tu ser de Eva.
Entonces tu amor de antes a Facundo, ya no resiste la tentación, y la parte de egoísmo que había mezclada con aquél amor, como un remiendo nuevo en paño viejo, tira de tu amor egoísta y lo desgarra.
La solución no está en dejar un amor egoísta por otro amor egoísta. La solución está en purificar de egoísmo el amor primero. Y eso se llama fidelidad.
¡No! No trates de volver a amar a Facundo como antes (como tú dices).
Tienes que empezar a amarlo mejor. Con otro amor. Menos mal que a aquél amor que miras con añoranza indiscreta y te parece sano, empieza a madurarle el abceso y le revienta el pus.
Ahora es cuando puedes empezar a amar a Facundo como se debe y no con el amor posesivo y egoísta con que lo amabas antes. Amarlo porque te ama. Porque es el hombre de tu vida, el hombre que te envió el Padre, poniéndole a él en su corazón el amor a ti y el interés por ti.
Naturalmente que también en Facundo podrá haber heridas del pecado original, propias del Adán pecador. También en él tendrán que reventar abcesos y padecerá las fiebres como te está pasando a ti ahora.
Eva sufre las penas de Eva. Y Adán las de Adán que son disimétricas. Tú ahora estás padeciendo las tuyas. La tentación de Eva es amarse a sí misma más que a aquellos a quien Dios la destina. Pero la felicidad a la que Dios la llama está en cuidar y procurar el bien de los que Dios le confía. Y no en apoderarse de los otros, poseerlos, y someterlos a sus intereses.
Medita esto y dime si te iluminó algo. T. p. Horacio Bojorge