no te haga pecar contra la verdad y contra el amor a Dios.
Tu voluntad contrariada puede
a) someterse a la verdad de los hechos,
b) puede también interrogarse humildemente acerca de posibles errores,
c) puede también acatar una Voluntad superior, indudablemente bondadosa, aunque no satisfaga algún deseo, por ardiente que sea. Indudablemente amorosa aunque no entienda tu razón sus caminos. Los que así sienten, permanecen en el amor y encuentran la paz.
O bien puedes rebelarte airada y despechada, desde un pertinaz apego a la propia voluntad, congelada en un deseo absolutizado, que quizás te está dejando ciega para ver otros bienes recibidos de la bondad divina y que quizás estás usufructuando sin gratitud. ¿Será necesario que el amor misericordioso de tu Padre celestial, para sanarte de esa ingratitud, te los quite para que los reconozcas como dones de su amor y te conviertas?
Me alarma verte sometida interiormente por ese espíritu malo que te arrastra hacia la rebelión de Satanás. Te inficiona con una ira que puede seguir inflamándose y convirtiéndose en ira contra Dios, contagio de la demoníaca. Una ira que, aún incipiente, me salpica a mí también, desde los términos de tu carta, con algo de tu enojo.
Porque tu mensaje, intencionalmente o no, es un mensaje hiriente. Si no tiene una directa intención hiriente, por lo menos no se guarda de serlo y es difícil creer que una mujer inteligente como tú, no lo haya percibido.
No soy yo el que ha contrariado tus deseos ¿por qué te enojas contra mi? ¿Quieres acaso alcanzar a Dios en mí? Recuerda el dicho de Jesús: “El que a vosotros rechaza, a mí me rechaza, y el que me rechaza a mí rechaza al que me envió”. Esto es lo que, conscientemente o no, estás haciendo. Ten cuidado. Puede morir en ti la caridad y abismarte en la muerte del alma.
Si te sientes contrariada por Dios, entiendo que estés airada contra él. Pero es mi deber advertirte que airarte con Dios es un acto de soberbia, y que es malo para ti misma. Puede encerrarte en tu propio infierno para siempre, sin salida, en un rechazo a la verdad y al amor. Aún cuando Dios llama desde las puertas del infierno, no recibe desde dentro más que los reproches del enojo y la decepción que has encontrado dentro de ti.
Ten cuidado que tu voluntad no se endurezca con los años y las decepciones y se haga terquedad; en un capricho absoluto, como si tú fueras Dios, conocedora del bien y del mal.
Una creatura no puede querer absolutamente lo que quiere. Menos aún pretendiendo imponer su voluntad a la voluntad de Dios, por más que no la comprenda. Menos aún reprochándole injustamente ser el causante de lo que lamentas en tu biografía. Esa historia aguarda un juicio final, donde Él será tu juez. No tú el suyo. ¿Puede tomarle cuentas la vasija al alfarero?
Tu enojo y decepción implica un juicio y una condena, que puede resultar la tuya.
El árbol de la Vida en medio del paraíso, puesto que la Vida de Dios es Amor, era el árbol del Amor. Del amor de Dios, y de todos los amores humanos imagen y semejanza suya. También de ese amor esponsal que te enoja no haber alcanzado en tu vida.
Ahora bien, Dios le prohibió a Adán tomar los frutos de ese árbol por sí mismo porque sólo podría comer de ellos si le eran dados por Dios. Esos frutos figuran la gracia, el Espíritu Santo, el amor de Dios, que solamente se puede recibir como un don y nadie puede arrebatar por sí mismo, porque nadie tiene derecho a disponer de ellos si Dios no se lo da.
Los frutos del amor nadie puede pretender tomarlos por sí mismo, como si tuviera derecho a ellos. Sólo pueden recibirse como don de Dios. Lo contrario sería querer violar a Dios y arrebatar su amor y sus dones por la fuerza. Y si Dios no se los da, o se los da según una cierta medida, o en una determinada forma, nadie puede sentirse ofendido o víctima de una injusticia. Creerse con derecho, es creerse dueño o pretender adueñarse. Y eso fue el error de la Mujer, inducida por las mentiras de Satanás.
¿De dónde viene tu error de creer que el amor esponsal era un derecho en tu vida y que se te ha privado o despojado de un derecho y por lo tanto tienes derecho a enojarte y considerarte lesionada injustamente? ¿Piensas acaso que es lícito arrebatar por la fuerza los frutos del amor? ¿Quieres comprarlos y apropiarte de ellos? Dice el Cantar de los Cantares que el que quisiera comprar el amor con todos los bienes de su casa, se haría despreciable.
Siento que estás siendo tentada con la misma tentación que tu madre Eva. ¿No lo adviertes? Le pido al Señor que, en su misericordia, te ponga un espejo delante del alma para que puedas ver en ti la misma herida de soberbia que empujó a la primera mujer. Ella tomó por sí misma, como si fuera su derecho, lo que no estaba en su potestad disponer. Sólo pudo ser pedido, esperado y recibido como gracia, pero de ninguna manera exigido.
Si el primer varón no se lo hizo ver para impedirlo, el último, Cristo nos lo enseñó, al entregar su amor en el árbol de la Vida. ¿Significa algo para ti ese amor? ¿Puede ser remedio para tu enojo y tu decepción? ¿Eres capaz de arrojarlo lejos como un fruto indeseado, porque no has recibido ese amor a través del ministerio de un esposo?
Pero, ¿es que acaso ese esposo que sueñas o imaginas, hubiera sido fiel ministro de “ese” amor? De nuevo te lo pregunto y te invito a mirar dentro de ti: ¿Significa algo para ti el don del fruto del árbol de la Vida que es Cristo pendiente de la Cruz? Si no aprendiste a desear este fruto en tus largos años de formación cristiana, tienes razón en lamentarlo. Pero estás a tiempo de descubrirlo hoy, y de recibir el don de ese amor.
Ten cuidado. Te quiero mucho y me duele verte tan engañada. Es muy malo y dañoso para ti abrazarte con ese enojo y decepción.
Ábrete al Pan de Vida eterna y al amor del Padre que te ama como hija y quiere unirte a Sí en un abrazo eterno
tp