ALFONSO MARTÍNEZ DE TOLEDO [8]
CORBACHO

PRIMERA PARTE – Caps. 10 a 12º

Capítulo X
De cómo cuanto mayor ardor es en la lujuria
tanto mayor es el arrepentimiento ella cumplida

Otra razón induce al hombre a no amar, si en ella mientes parare, conviene a saber que con amor loco cualquiera, si el pecado tal de fornicio
continúa, mientra más irá más se arrepentirá. Y ¿no es harto ejemplo notorio y palpable al que quisiere considerar en este vil y sucio pecado, que cuanto es el ardor y el fuego al su comienzo de cometerlo y poner por obra, tanto y mucho es más el arrepentimiento súbito, él acabado, que el viene al que le ha cometido? En tanto que no es hombre en el mundo que, hecho, luego no le pese y se arrepienta, y cometido no le duela. Y más te diré: que ha enojo de su fealdad, suciedad, y casi como en asco aborrece su torpedad por ser deshonesto, vil y sucio. Y no duda de caer luego y
otra vez y más veces en él por su poca firmeza de entendimiento, mengua de juicio y natural seso o mal comportamiento de voluntad; querer al apetito consentir haciendo de sí siervo pudiendo señor ser, como ya suso dije. Por lo cual te digo que tal es este pecado de la carnalidad, que aun los que por matrimonio son ayuntados por mandamiento de Dios, tanto ya en él exceden que apena, venialmente pecando, de él pueden escapar; que muchos y muy muchos casados en él pecan mortalmente no guardando días, tiempo, sazón, ni horas debidas, ni aun guardando las circunstancias y orden del matrimonio; antes el marido a la mujer suya, y la mujer a su marido, así desordenadamente ama que quebranta la ley y ordenamiento del matrimonio, donde debe haber pura intención y guardamiento de hijos, fe y sacramento.

Pero, dejando esto, todos locamente se aman en deleite y uso de la carne. Por tanto, se acusaba David: «Señor, en iniquidades soy concebido y en pecados me concibió mi madre». Pues, amigo, si en el matrimonio por Dios ordenado no te puedes apartar del pecado, ¡cuanto más debe ser pecado fuera de matrimonio, no hay sino contra comisión de Dios y su mandamiento! Pues tú, que amas, ama en manera que seas de Dios amado.

Capítulo XI
De cómo el eclesiástico y aun el lego se pierden por amar mal

Otra razón te digo por do el amor inhonesto por ti debe ser repelido, por cuanto nunca vi, ni viste, ni ver esperas eclesiástico, que de amor deshonesto fuese vencido, que alcanzase beneficios ni honras en la Iglesia de Dios; antes de los habidos, sobreviniente el amor desordenado, perdieron, pierden y perderán con gran difamación queriendo amar a quien nunca los amó ni ama; que no es mujer, de cualquier condición que sea, que ame al eclesiástico, salvo por haber de él y por la desordenada codicia
que la mujer tiene por alcanzar, haber y andar locamente arreada con mucha vanagloria. Y por esta razón muestran amarlos, que no los aman. Ejemplo de esto: no es mujer al mundo que no quiera a los eclesiásticos peor que a enemigos, que nunca hacen sino denostarlos, maltratarlos y decir mal de ellos, así las que han de ellos como las que no han. Y de esta regla no
saco a los seglares aunque hijo sea del propio clérigo; pero nunca los
dejan de inquietar, demandando dado, o emprestado pidiendo. Y más te digo:
¿qué sacrificio entiende hacer a Dios el que por cautela o engaño, o por otra vía alguna, saca alguna cosa, mucha o poca, de eclesiástico? Pues de caballeros, burgueses, ciudadanos, regidores, justicias y de otros mayores
y menores estados, según más o menos, si hay enamorados que pierden honras y oficios, y deniegan por ello la justicia por ser locos en amar, que en
el pueblo no son reputados por hombres, por experiencia lo verás. Y ¿a cuál darán regimiento que rija a otros si a sí regir no sabe? Y ¿cuál será por el pueblo preciado que él mismo no se precie? Y ¿quién honrará al que a sí mismo deshonra? ¿Quién dará favor al que a sí mismo desfavorece?
¿Quién ayudará al que se quiere perder? Eso mismo de las mujeres digo, de

cualquier condición que sean. Por ende, el que amare vea quién ama o qué provecho viene de locamente amar, y no caerá, si bien lo considerare primero.

Capítulo XII
Cómo el que ama no es solícito sino en amar

Otra razón que lanza al amor y lo desfavorece es, a saber, que no hay hombre enamorado que sea diligente en cosa que sea, salvo en todas las cosas que a su amor pertenecen; que de otros negocios suyos ni ajenos tanto le da que se pierdan como que se cobren. Más te digo: que cosa no le place oír ni su oreja inclina, salvo cuando de su amante le hablan; allí pone toda su hacienda y su hemencia, su corazón y voluntad, y oír otras cosas le es muerte y enojo insoportable; y si de su amor le hablan días ni
noches, no se enojaría aunque la noche toda no durmiese. Y si un su amigo le ha menester o habla con él una hora, nunca palabra entenderá, que no para mientes a lo que habla por el pensamiento alterado que tiene pensando en la que ama. Y eso mismo en la mujer se halla. Pues verás amor cómo altera los corazones, muda las voluntades, nunca huelga ni reposa por su fuego continuo que de sí da a aquel que ama y quiere amar

—oOo—

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.