SUSANA  SEEBER  DE  MIHURA 1951/8ª de 9 [78]

1951  – NOVIEMBRE
¿Qué debe ser mi vida, después del ofrecimiento de la Misa?… Debe ser “alabanza a Dios”. Alabanza en el dolor,… en la alegría… En todo, alabar porque me dio la vida. En la injusticia y en el dolor de la Humanidad, alabar. Porque la injusticia y la maldad, y la fealdad, son una nobleza y una belleza que se han desviado…
¡Oh Dios mío, nada hay en el mundo más bello que la Verdad!… . ¡Oh, que la Verdad sea siempre más fuerte, en mis hijos y en mí! La Verdad es como una roca de cristal dentro de nosotros, limpia y lisa. Y no hay serpiente que pueda trepar por las paredes lisas

Estoy leyendo el Libro de las Oraciones, del padre Castellani [Recopilación de poesías del padre Castellani, la mayor parte de ellas escritas en circunstancias de gran angustia y desolación interior.] Sí, yo lo sabía: con este dolor, con estas palabras sufriría. Tan hondo es su dolor, que no puedo llorar. Rezar por él; rezar por el que no conozco –y que, sin embargo, tan bien conozco.
Todos estos años he rezado para que no lo destrozara el sufrimiento: para que no destrozara a Dios en él. Y sé ahora (me cuesta escribirlo, pero debo hacerlo, ¿acaso no creo en Él?), leyendo su libro, que Dios nos oye y nos da lo que pedimos; y quiere que siga pidiendo por él. Ni un solo día dejaré de hacerlo.

Oh, dulce lección, la que me ha dado ayer el padre! Luchar contra la vaguedad y las brumas de la imaginación, abriendo mis ojos a todo lo que tiene volumen y forma. Las tristezas sin motivo, las depresiones, todo lo que aleja del don de Dios que es la vida real, a todo eso: no darles importancia.
              No conoceré, probablemente, jamás al padre Castellani en este mundo, y aunque lo conociera no podría ayudarlo. Conociéndolo o no, lo ayudaré rezando. No puedo pedirle a Dios que no sufra; pero sí que sea fuerte: “Dios no nos prueba más allá de nuestras fuerzas”. Que el padre Castellani sea capaz de aguantar hasta el límite, que no se traicione a sí mismo

1 ¡Todas esas páginas escritas! ¡Y qué miseria lo vivido! ¡Huyendo del dolor, dudando, traicionado! La vida, que debió ser como una llamarada, perdida como arena entre las manos indiferentes y perezosas.
                   Y encontrarse, de pronto, con Dios. Y sentir el terror de mí misma, y el terror de Su Perfección Infinita. Inmensidad helada y pura, justa y aterradora, una Inmensidad en la que no hay nada, nada que nos salve, que nos proteja y nos oculte. Hasta que me acuerdo de la Hostia levantada en manos del sacerdote. Y está Cristo, y me aferro desesperadamente a Él. A todo lo que Él es: Sacerdote, Redentor, Dios hecho hombre.
                    Y después, volver a empezar. Volver a las mismas bajezas, a la misma indiferencia, ¡al mismo feroz egoísmo!
                  “Tengo la impresión de que Ud. no le reza bastante a la Virgen”, me dijo con dulzura el padre S., el otro día. Le rezo ahora, me acuerdo de rezarle en esos momentos.

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3  Vengo de comulgar. ¡Oh, Jesús, se acabó la felicidad de estar contigo sola, aislada del mundo! Salgo de la iglesia, y está la vida de todos los días. ¡Que en lo más hondo de mí misma siga sola contigo, que no me olvide! ¡Que no me olvide, viéndote en cada una de las personas que se acerquen a mí: en los chicos, en Enrique, en mis sirvientas, en cualquier otra persona! Verte en ellos es comprender y sentir que he estado en Ti en la Comunión, y junto con todos.

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12 (En San Gabriel) Una cosa tan difícil la unión con Dios en la Misa y en la oración – y mi vida. Meditar eso ¿Qué debe ser mi vida, después del ofrecimiento de la Misa? ¿Qué debe ser, para no hacerse en mí falso, por ser estéril? Debe ser “alabanza a Dios”.

Alabanza en el dolor, sufrido en compensación por los que lo soportan sin saber; en las preocupaciones –esas tan pequeñas y abrumadoras porque no giran alrededor mío sino de otros- aceptadas serenamente para poder comprender a los demás y ayudarlos. En la alegría por la belleza con la que mis ojos gozan en este momento, alabanza de la Belleza que Dios creó. En todo, alabar porque me dio la vida. En la injusticia y en el dolor de la Humanidad, alabar. Porque la injusticia y la maldad, y la fealdad, son una nobleza y una belleza que se han desviado. Porque son ausencia de Belleza y de Bondad, lo Feo y lo Malo. Cosas deformes, que hay que enderezar.
                   En cada acontecimiento o acto de mi vida vivir así, consciente del Absoluto que es Dios.
En este instante, en algún altar, Cristo desciende sobre la Hostia. Es el milagro, es “lo que no puede creerse”, y que, sin embargo, se apodera de mi alma y de todo mi existir. Y es más fuerte que yo misma.
Y alabar a Dios también en la incredulidad y la duda, sacrificando mi insignificancia.

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Perón ha vuelto a ganar. [Elecciones de 1951, que confirman a Perón para su segundo mandato.] Ignorando todos los “mecanismos” de la política yo les decía –razonando sin prejuicios- que iba a sacar más votos que en la elección pasada. Y razonaba, sencillamente, así: no hay ninguna razón para que el pueblo no lo vote. Ha conseguido ser – o aparecer- su representante, se dirige exclusivamente a ellos, ha dado lo que prometió, tiene un plan definido y ese plan está encarnado en él, no en un “programa”. El pueblo sigue a los hombres, no a los programas.
                  ¿Cómo no han visto, los “políticos”, lo que a mí me parece tan claro? ¿Cómo no se dan cuenta, los que al serme presentados no dudan de que yo “no puedo ser peronista”, que están ante una situación nueva? ¿Si ellos mismos lo reconocen al identificar un trabajador como peronista y referirse con desprecio a “la negrada”? “El Poder desgasta”, me decían. ¿Y acaso seis años de propaganda, y el haber cumplido lo prometido, arreglándose para que nadie lo ignorara, no cuenta? “El electorado da sorpresas”. Puede ser: pero eso cuando todos los partidos son más o menos la misma cosa amorfa. No cuando, frente a lo informe hay un hombre, y una idea simple y clara.
                   Y ahora, hay que sentarse a pensar. A pensar con objetividad: y situarse en el momento actual y prever. Le decía a Enrique que, para mí, los partidos políticos tradicionales han terminado. Esto es la prueba. ¿Ponernos en oposición a Perón? No hay posibilidad material y, por otra parte, no podemos oponernos a las ideas que compartimos. Lo único, en realidad, execrable en él, es su endiosamiento, y el rebajamiento moral de la gente que gobierna. Lo razonable sería, en realidad, la colaboración de la gente decente con el gobierno de Perón. Es claro: si Perón los dejara colaborar.

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24 (En Buenos Aires) Casi no me animo a escribirlo, porque parece beatería. Pero la verdad es que el encuentro de los chicos con T. [ Joven maestro de 6° grado de uno de los hijos que entró en una larga relación de amistad con toda la familia.] me parece una de las misericordias de Dios. Todo el rumbo de sus vidas vira lentamente hacia un lado: lo estoy viendo suceder frente a mis ojos. Siempre he pensado: ”Si fuéramos franceses, si mis chicos vivieran en Europa, en contacto con hombres de otra cultura, no temería la frustración de su inteligencia”. Y ahora los veo entrando tan naturalmente en un ambiente donde hombres de espíritu europeo (tan opuesto al espíritu norteamericano -y “mi alma se regocija”) los formarán. Los obligan, desde el primer encuentro, a hacer el esfuerzo de pensar y de escribir.

Me bastó con el primer encuentro de Ricardo con el superior de los paulinos, y su consejo (tan parecido a la frase de papá: “Escribe, escribe y escribe; la mayor parte será para el canasto de los papeles, pero escribe y publica no lo guardes en un cajón”), para darme cuenta de que esto es trascendental para su vida. Era lo que yo soñaba para su vida, como un sueño imposible: el servicio de la Verdad.
                 ¡Oh Dios mío, nada hay en el mundo más bello que la Verdad! Gozo con la Verdad, gozo con un gozo que no sé expresar, y que embellece toda la vida. ¿Y dudaré todavía de Dios? ¿Cómo es posible dudar, después de haber asentido toda entera, inteligencia y corazón, a las páginas que dicen del amor de Cristo y del fin de nuestras vidas? 
                  La tentación de la duda, ese es mi mal: tentación. Algo que viene de afuera, exterior, ajeno a mí misma. Que viene, sí, tal cual como la serpiente que se arrastra, sin ruido y suavemente y quiere penetrar dentro de uno mismo. ¡Oh, que la Verdad sea siempre más fuerte, en mis hijos y en mí! La Verdad es como una roca de cristal dentro de nosotros, limpia y lisa. Y no hay serpiente que pueda trepar por las paredes lisas.

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26 Hoy, después de comulgar, me acordé de las palabras del padre R. a los chicos: “La sangre de Cristo, la carne de Cristo, se unen a la nuestra: Cristo está en nosotros”. Las palabras que escandalizaron a los judíos, que nos escandalizan. Y son la verdad, la verdad primaria y elemental: todo lo demás, las páginas y páginas que se han escrito, están de más.
                        Y recién entonces entendí: “Oponerme a la voluntad de Dios” es oponerse a ese Dios, a ese Cristo que está adentro mío. En lo más profundo y sutil de mi ser está esa Voluntad que no es la mía. Y contra Ella me rebelo. No contra un Dios que está allá lejos, ajeno a mí. Dentro de mí, conocida de yo sola, está esa otra Voluntad. Y para que esa Voluntad no se cumpla, mi voluntad tiene que decirle “no”.
                      Me parece que jamás, jamás podré oponerme a la Voluntad de ese Dios que está adentro mío, me parece que nunca me podré rebelar, que todo lo aceptaré, que me esforzaré y andaré hacia donde Él me mande.

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29 “La castidad no es una cuestión de sentimientos, sino de voluntad. No se peca porque sintamos esto o aquello, sino sólo si hay voluntad de pecar. No se puede combatir la imaginación con la voluntad, directamente: porque la imaginación pertenece a lo orgánico. ¿Cómo se la combate? Sustituyendo las imágenes. Sólo hay pecado cuando hay consentimiento en la imaginación pecaminosa. ¿Y cómo sabemos cuando hay consentimiento? No nos preocupemos: cuando no nos queda ninguna duda de que ha habido consentimiento, entonces lo ha habido. Si dudamos, ya no. A veces, las cosas más santas ponen en marcha esa imaginación, y eso nos espanta. No nos espantemos, no le demos importancia. Hasta en sueños nos perturba la imaginación, y esa es la prueba de que no somos responsables de ella. El subconsciente está todo hecho de imágenes que escapan a nuestra voluntad”.
¡Qué paz, qué tranquilidad, qué seguridad me han dado esas palabras! Conservar bien claro ese criterio. A lo demás, no darle importancia.
Pero no es sólo a propósito de la castidad, que la imaginación perturba y esclaviza. Más todavía nos inhibe el vivir normal, cuando nos hace a nosotros mismos el centro de su divagar. ¡Y tantas veces he confundido yo esto con el “conocimiento de mí misma”!
Una imaginación dominada por la voluntad, eso debiera ser. Una imaginación que no pierda pie en la realidad. Que se deje volar, sí, pero para ser retenida y devuelta al momento presente: para ser aplicada en él, cuando es llamada.
¡Tanto he amado la realidad de este mundo, el tiempo y las cosas, y los seres que han rodeado mi vida en esta tierra! ¿Cómo he podido dejar, tantas veces, que la imaginación envenenara y ensombreciera la realidad del momento presente? Me parece que recobro ahora, mi ardiente amor a las cosas, mi voluntad de vivir y mi optimismo, y la fe en mí misma. ¡Oh, dulce lección, la que me ha dado ayer el padre! Luchar contra la vaguedad y las brumas de la imaginación, abriendo mis ojos a todo lo que tiene volumen y forma. Las tristezas sin motivo, las depresiones, todo lo que aleja del don de Dios que es la vida real, a todo eso: no darles importancia.
Oh, Dios: “Mi alma engrandece al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. Porque todo está en orden y en paz. Sobre la tierra, cubriéndola, se extiende el cielo infinito. Y lo visible y lo Invisible forman una sola Unidad.

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30 Estoy leyendo el Libro de las Oraciones, del padre Castellani [Recopilación de poesías del padre Castellani, la mayor parte de ellas escritas en circunstancias de gran angustia y desolación interior.] Sí, yo lo sabía: con este dolor, con estas palabras sufriría. Tan hondo es su dolor, que no puedo llorar. Rezar por él; rezar por el que no conozco –y que, sin embargo, tan bien conozco.
                     Todos estos años he rezado para que no lo destrozara el sufrimiento: para que no destrozara a Dios en él. Y sé ahora (me cuesta escribirlo, pero debo hacerlo, ¿acaso no creo en Él?), leyendo su libro, que Dios nos oye y nos da lo que pedimos; y quiere que siga pidiendo por él. Ni un solo día dejaré de hacerlo. No conoceré, probablemente, jamás al padre Castellani en este mundo, y aunque lo conociera no podría ayudarlo. Conociéndolo o no, lo ayudaré rezando. No puedo pedirle a Dios que no sufra; pero sí que sea fuerte: “Dios no nos prueba más allá de nuestras fuerzas”. Que el padre Castellani sea capaz de aguantar hasta el límite, que no se traicione a sí mismo. Que dé de sí todo lo que hay en él, que es mucho: por eso es mucho su dolor. Y que la Virgen, la Virgen a quien yo no le rezaba bastante, que ella pida por él para que no sufra más. Para que Jesús diga “basta”.

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2 comentarios en «SUSANA  SEEBER  DE  MIHURA 1951/8ª de 9 [78]»

  1. Leer a Susana es ver cómo hoy todo es así: vaguedades; tristezas; maldades y perversiones. Ausencia del Señor.
    Sus cartas deberían ser conocidas y leídas por muchas mujeres que se dejan arrastrar por la mente; la ‘ loca de la casa’. En ningún lugar ( ni en sectas cristianas ni en la psicología o coaching) les enseñan que deben luchar contra ella. Solo les señalan el exitismo de ver el vaso medio lleno…pero cuando la realidad es que lo tienen casi vacío; no saben adónde ni a qué recurrir. El vacío las envuelve y enloquecidas buscan completarse pero no les enseñan a nuestro Señor; fuente única de consuelo y esperanza.

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