Él Todo es mi Parte.
Todo Él es mi Parte.
Dios es mi Parte.
El Salmo 15v (16h) nos muestra un caso de extralimitación por limitación, de exaltación por humillación.
El salmista es allí un levita, guardián y servidor del Templo. Todas las tribus de Israel habían recibido en suerte un territorio, una parte de la Tierra Prometida.
El territorio de cada tribu, su herencia, su porción en la Promesa a los Patriarcas, es objeto de un inventario geográfico amoroso.
En el Libro de Josué, la Geografía se exalta a nivel de una Liturgia, de una Liturgia celeste, donde la Tierra se hace por un momento imagen del Cielo.
Cada monte, torrente, pueblo, campo, le cae en suerte – y en la suerte está la mano de Dios – a alguna de las tribus.
Los límites de las tribus son como el abrazo geográfico de la porción terrena del amor de Dios.
Sólo los levitas no tienen parte en este reparto de tierras. Su parte, su heredad, es el Señor mismo, es el altar, el templo, el culto de Dios:
«El Señor es mi heredad y mi copa; mi suerte (la piedrecita del sorteo y el territorio sorteado) está en tu mano; me ha tocado un lotecito delicioso (edénico), me encanta mi heredad (la parte de mi herencia)» (Salmo 15,5-6).
Dios ha dilatado las fronteras del levita. Le ha dado como parte, no una tierra, sino que, limitando su «derecho a una tierra», ha hecho de ese límite el privilegio de tener su parte en el Todo.
En primer lugar porque su parte es un diezmo de todo lo que fructifica toda la Tierra Santa.
Pero sobre todo porque su parte es el Señor, su parte es El Todo. «Todo» es la Parte del que no tiene nada.
Nada propio en este mundo.
En la vocación del levita se prefigura la del sacerdocio y de la vida religiosa. Y nosotros podemos apropiarnos las palabras del levita.
Amar nuestra vocación sacedotal, religiosa, es amar nuestra herencia. Los límites que nos imponemos con los votos, expresan nuestro anhelo de la ilimitación del amor. O mejor dicho, nuestro deseo de que Dios dilate nuestro corazón y nuestro amor: Dilatasti cor meum (Salmo 118, 32) Ya no sólo para «correr por el camino de tus mandamientos» (Salmo 118,32) sino para «correr detrás de sus perfumes» (Cantar 1,3).
El Salmo 15 contiene una promesa de esperanza respecto de la resurrección de los muertos.
Es el célebre: «no me entregarás a la muerte; no dejarás que tu fiel conozca la corrupción» (v.10).
El que no tiene parte en esta tierra por amor del Cielo, no puede concluir su camino en una fosa de esta tierra.
En su humildad lee con esperanza inscrita la promesa: «Me enseñarás el camino que va a la vida; me saciarás de gozo en tu presencia; de alegría perpetua a tu derecha»
El que se humilla será exaltado. Los levitas no tienen parte en esta tierra y por eso son establecidos por testigos del Cielo. De nuevo aquí, la humildad es sostenida por la esperanza. La desposesión terrena alimenta la esperanza de una posesión eterna.