3 meses que no alcanzaron para conocernos. Al poco tiempo también, todo empezó a funcionar mal -no nos conocíamos- y las diferencias eran inevitables, la falta de paciencia, de tolerancia… de amor; porque no se puede amar lo que no se conoce. A los 10 meses de casados tuvimos un accidente automovilístico, y los que me rescataron me dijeron que no entendían que estuviera con vida, ya que, ante la velocidad que llevaba el automóvil, el acompañante (yo) sale desplazado de tal manera que el auto al volcar lo aplasta. Increíblemente salí por la luneta trasera del auto sin rasguño, pero con fracturas varias. Las personas que vieron cómo había salido del auto me lo contaron: el auto había quedado como a 20 metros de la ruta sobre la banquina contraria, y yo volé, por la violencia de frenar abruptamente el auto a alta velocidad, y volando cruce toda la ruta y caí a 10 metros de la otra banquina y la cabeza a 15 centímetros de un guarda ganado de cemento, todo un milagro! Sobre todo porque cuando crucé volando la ruta (camino a Mar del Plata, mes de enero, 18 hs) no pasaba ningún auto, ni colectivo, porque me podrían haber llevado por delante, ya que volé a 1 metro del piso. Perdí el conocimiento por unas horas, pero nunca tuve ningún dolor, a pesar de que parte de mi cuerpo tenía a un color violeta por los golpes.
En esas 2 semanas que estuve internada experimente la importancia de la vida, del don que Dios me había dado y por negligencia estaba yo allí en esa situación, al igual que mi marido. Durante algunas tardes me sentí como acompañada, con una gran paz, pero a la vez con un gran arrepentimiento por no haber tomado el Sacramento del Matrimonio como lo que es, no le di ni la importancia ni mucho menos el valor que tiene (aún no conocía esta gran importancia). A partir de ese momento me sentí muy en falta ante Dios, me sentía indigna de Él y lloraba mientras le pedía perdón. En esas largas tardes que hay en los hospitales, donde las horas no pasan, me hicieron reflexionar, y por sobre todo me «encontré con el Señor» esa fue mi gran ganancia de estar allí. Como experimentaba la culpa también experimentaba el perdón, la misericordia de Dios. Mi vida ya era otra, y por primera vez empecé a leer las Sagradas Escrituras.
Años más tarde, el Señor me inspira para que sea catequista, y así me dispongo a estudiar. Gracias a Dios estuve en un buen lugar, y lo digo así porque lo primero que estudiamos fue el Catecismo de la Iglesia Católica, mejor dicho, en algunas asignaturas daban por sabido algunas partes, por tanto, yo, para no desentonar con el resto lo estudiaba, y digo lo estudiaba, no lo leía. Cuando estudiaba y cuando leía las Sagradas Escrituras, siempre, me disponía primero a la oración, para que el Señor abriera mi inteligencia a sus sagrados misterios. Cuando estudié el Sacramento del Matrimonio, me daba vergüenza de mi misma, me preguntaba cómo había hecho algo así.
Y me pasó algo bellísimo, digo bellísimo porque va más allá del estudio o de lo que se puede razonar: el Señor «tocó mi corazón» y sin palabra alguna, y con toda certeza, me hizo saber que me amaba. Sólo los santos podrían explicar esto que acabo de decir, porque ¿cómo hablar del amor de Dios? difícilmente podré decir una frase; simplemente que, es un amor muy suave, sumamente delicado, que deja un gozo que puede durar toda la vida, hasta la eterna. Y mientras mi corazón se dilataba ante ese amor que se derrama en mi corazón, casi inmediatamente quise compararlo con otro amor -imposible-, si alguien me preguntara sobre el amor humano, diría que es egoísta, mezquino, interesado, nada suave, comparándolo con el de Dios, es más, el del matrimonio hasta diría que se lo ensucia con la proximidad de los cuerpos.
El amor de Dios es limpio, que es decir puro, Cristo se entrega en la cruz por nosotros por amor, ese amor, puro, verdadero, fiel y eterno. Para tratar de vivir ese amor es necesario tener un cuerpo casto, como el de Cristo; y en el caso de los matrimonios, sólo la proximidad para la procreación -únicamente-.
Parece difícil o imposible lo que digo? Nos basta leer en las Sagradas Escrituras, en el libro de Tobías, Instrucción sobre el Matrimonio; cuando el ángel Rafael le dice a Tobías, estando este próximo a casarse con Sara: «Óyeme, y te enseñaré cuáles son aquellos sobre quienes tiene potestad el demonio. Son los que abrazan con tal disposición el matrimonio, que apartan de sí y de su mente a Dios, dejándose llevar de su pasión, como el caballo y el mulo que no tienen entendimiento; ésos son sobre quienes tiene poder el demonio. Más tú, cuando la hubieres tomado por mujer, y hayas entrado en el aposento, no llegues a ella en tres días, y no pienses en otra cosa sino en hacer oración en compañía de ella. En la primera noche quemarás el hígado del pez, y será ahuyentado el demonio. En la segunda noche serás admitido en la unión de los santos patriarcas. En la tercera alcanzarás la bendición para que de vosotros nazcan hijos sanos. Pasada la tercer noche, recibirás la doncella en el temor del Señor, llevado más bien del deseo de tener hijos, que de la pasión, para que consigas en tus hijos la bendición reservada linaje de Abrahán.»
Siempre me gusta leer todo este libro, lo recomiendo, esto es una pequeña parte, leyendo todo el libro también podemos apreciar la obediencia de Tobías a su padre, y por sobre todo el amor que tiene a su padre, y que está demostrado en su obediencia. Siempre que leo los versículos que transcribí me digo que, en mis catequesis esto enseñaré, ya que muy a mi pesar yo no pude hacerlo, pero es lo que Dios quiere.
Después de estar 9 meses con muletas me recuperé del accidente, pero siempre que rezo, le pido al Señor que, si alguna vez me salgo del buen camino, que vuelva a pasar una situación como aquel accidente, ya que allí me encontré con Él. Lo que parecía una desgracia fue una bendición.
Hoy estoy casada con Cristo, porque quiero vivir en un amor verdadero y eterno. Lo encontré sin buscarlo, así es Dios.