DEL MIEDO A LA SOLEDAD AL ENCUENTRO CON ÉL
¡TÚ ERES MI CÁLIZ!

Escribo esta experiencia vivida, en la que me cuesta mucho narrar, en forma de agradecimiento a Jesús y María que me han hecho saber que están a mi lado y me ayudaron a salir victoriosa de una situación muy difícil, vivida en estos últimos días.
También lo escribo por si puede llegar a ser útil a alguna persona, para saber discernir cuándo algo viene de Dios o viene «del de abajo». Pido al Espíritu Santo me ayude a escribir lo importante de esta experiencia vivida. Le pido Padre, que corrija lo que le parezca inadecuado.



Una de las formas que el enemigo me ataca, es con los pensamientos, sobre el tema de la soledad.

La soledad, es la grieta por donde se quiere meter en mi vida.
Hace casi 10 años que me separé de mi marido.
Y he sido cuidadosa, y  me he mantenido fiel al sacramento que juré en el altar.
Allí le prometí permanecer «fiel en las buenas y en las malas, en salud y enfermedad hasta que la muerte nos separe».

Hace un mes más o menos, empezó un ataque interior con pensamientos reiterativos:
«te vas a quedar sola», «Tus cosas no se van a arreglar, 
te estas poniendo vieja y nadie te va a mirar, 
quién te va a cuidar cuando seas viejecita, y toda case de otros argumentos…

Así estuve bombardeada ¡todo el fin de semana! 
¡Dale que te dale con esos pensamientos! 
Martillándome en la cabeza, 
invadiéndome con una profunda tristeza, 
hasta tal punto, que, en una misa concelebrada, a la que concurrí, me decía:
«mirá todos estos curas una manga de hipócritas, 
deseosos de poder y vanagloria…etc., etc. 
Y vos aquí padeciendo soledad en tu única vida que vas a vivir.» 
Y al llegar al climax de su ataque torturador, se descolgó con el consejo «compasivo» 
Tenes que conseguirte un buen novio.
Hasta le dio a Usted, padre, no lo perdonó. Me decía: «este cura, ­ que se cree?, ¡te está alentando a esta locura por la que vas a quedar más sola que el uno!»
Al comienzo de esa misa estaba bastante perturbada, triste y angustiada, y tenía la cabeza hecha un bombo.
¡Porque además el pensamiento del mal consejero me prometía que me iba a conseguir «al galán de américa!» ¡Jajá! 
Como si fuera algo tan cierto que era cuestión de encontrarlo a la vuelta de la esquina,

Resistiendo bajo el ataque desatado, me quedé para la misa, me hinqué en el momento del Santísimo y le rogué que me ayudara, que viniera con su paz.

Fui a comulgar de todas formas, como una hambrienta y una necesitada. 


Mientras iba en la fila, sentí una voz interior que me decía, como disuadiéndome de mal consejo de «conseguirme uno para rehacer mi vida» como tantas me dicen: «¿Te vas a perder esto? ¿Te vas a perder recibirme en la comunión?» «¿Te vas a perder de mi paz?». El acoso se disipó como una nube.

Pude hacer mi oración de aceptar y darle gracias por todo lo que me había pasado, y confiar y creer que todo, todo, es para mi bien, y el de otros.

Volví para mi casa tranquila. El enemigo se había retirado del campo de batalla.

Al día siguiente, fui al convento a misa y al terminar la misa, la priora me pidió un favor:  Si le podía llevar un cáliz para dorarlo y restaurarlo.

Asentí y me lo entregó, como otras veces, envuelto en su bolsa de franela.

Lo llevé para mi casa, bastante consciente de que me llevaba un objeto de un valor inmensurable, y decidí tenerlo en mi cuarto mientras no lo llevara al taller de reparación. Curioso, porque no era la primera vez que me llevaba un cáliz a reparar. Y nunca me había dado por retenerlo en mi misma habitación.

Cuando se hizo de noche, lo saqué de su tibia funda de franela y me quedé mirándolo, absorta, fascinada. Pensaba: ¡Qué increíble que este cáliz aloje la sangre preciosa de Jesús! ¡Esa misma sangre que fue derramada en el calvario y que ha cargado con todas nuestras miserias. Esa sangre que ha salvado la humanidad, Esa sangre que tuvo que ser derramada para el bien nuestro, para nuestra salvación.

A medida que lo contemplaba con estos pensamientos de fe, me iba maravillando y me entraba un sentimiento tan profundo de entre admiración y gratitud, también gozo profundo.


Y de pronto irrumpió como una luz en mi inteligencia esta palabra interior, como dicha por el Esposo del alma: ¡Tú también eres mi cáliz! ¡En tí vierto mi Espíritu Santo! ¡También tienes que cuidar mi templo!

¡Quedé perpleja!

¡Como que todo fue preparado, para que yo entendiera lo de mantenerme fiel en medio de esos asaltos de guerra espiritual!

¡Y ahí, es cuando caí en la cuenta, pude discernir claramente que todo lo anterior había sido un acoso del enemigo! Provocando perturbación, falta de paz y angustia. Ausencia de Dios.

Hoy lo cuento como una anécdota de una batalla ganada. 
Hoy, vuelvo a decir con más fervor y convicción, «Jesús, esposo mío, en ti confío». NN











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