Mi mundo se cayó, se vino abajo. Estoy destruida y no encuentro consuelo. Lo que era seguro y estable ya no lo es…
Para mí, mi esposo era » intachable» y ahora la desconfianza me tortura.
Yo decidí perdonarlo pero el dolor es » tan grande» que hay días que le pido a Jesús que pronto muy pronto me lleve a su lado… así no quiero vivir…
Él dice estar arrepentido e intenta cambiar algunas actitudes… y yo sólo deseo estar bien con él y amarlo… pero cuando llega tarde del trabajo, se encierra en el baño con el celular o recibe mensajes y me dice que era equivocado… todo lo que intentamos reconstruir se cae de nuevo…y comienzan las discusiones.
Le ruego Padre que rece… para que Jesús sane nuestras heridas y restaure nuestro matrimonio. Espero pueda tener un tiempito y ayudarme para superar esto.
Que Dios lo bendiga!!!! Sonia
Querida Sonia:
Primero: lo sucedido últimamente no debe invalidar a tus ojos la historia vivida con tu esposo en la gracia y en la Iglesia. Tú dices «Yo creía que nuestro matrimonio era sano y puro…. pero no… me equivoqué». No digas eso. No te equivocaste. Fue lo que fue, por gracia de Dios. No niegues la obra de Dios ni su autenticidad en la historia de tu matrimonio. Ha llegado una hora de prueba, pero eso no debe invalidar a tus ojos el valor de lo vivido y construido juntos con la gracia matrimonial. Te equivocas si piensas que te equivocaste.
Segundo: quizás hubo una falsa seguridad por ignorar las consecuencias del pecado original. Como previene San Pablo: «el que está de pie tenga cuidado no sea que caiga». Y esa falsa seguridad se tiene cuando no se advierte que el bien presente no es un hecho natural, sino un milagro de gracia. Que es como ir caminando sobre las aguas.
No hay que sorprenderse de que en un momento uno empiece a hundirse. Así es en el matrimonio como el tuyo. Si uno no tenía en vista el peligro y el milagro de la preservación durante tantos años felices y santos, se sorprende y desanima cuando el Señor permite esta prueba.
Como toda prueba, Él la permite para enseñarnos y purificarnos.
Ambos tenían todavía mucho que aprender y no era bueno que no lo advirtieran. La prueba de tu enfermedad fue para tu esposo una gran prueba, también inesperada por ambos. Y fue ocasión de que afloraran las impurezas de egoísmo que había todavía en su amor a consecuencia de las penas del pecado original y de sus pecados o falta de virtud. O sus debilidades para seguir luchando sin tu apoyo.
Lo natural no es la gracia. Lo natural es la debilidad y el pecado.
Tercero: comprendo tu sufrimiento de mujer y esposa. Pero también entiendo la debilidad de ese varón tu esposo, ante el embate de la carne el demonio y el mundo. No puedo repetirte aquí lo que he expuesto más extensamente en mis libros. Por ahora te mando como archivos adjuntos dos capítulos de mi libro «La Casa sobre Roca» (Ed Lumen, Buenos Aires). Es una apretada síntesis de lo que expongo en otro libro que está por aparecer en la misma editorial y se titula «¿Que le pasó a nuestro amor? respuestas divinas a preguntas humanas».
Después que leas esos dos capítulos, puedo enviarte algunos del libro que va a aparecer donde explico más extensamente y fundamento bíblica y teológicamente lo que expuse en La Casa sobre Roca.
No te desanimes. Lucha con la gracia para que el Señor te ayude a no volverte sobre ti misma a pesar de tu enfermedad y la infidelidad de tu esposo. Es algo sobrehumano. Lo sé. Pero para Dios nada es imposible. Y tú tienes la garantía de su auxilio, porque eres ministro de Dios en el sacramento del matrimonio para salvar a tu esposo.
No. Esto no es el fin. Este es el comienzo de tu tarea de salvarlo. Y Dios está de tu parte y lo salvarás de sí mismo, de su lujuria y de las garras de esa agente de Satanás que lo embruja para perderlo. «Cuando soy débil, entonces soy fuerte – dice San Pablo – porque entonces se agiganta en mí la fuerza de Dios». En tu debilidad de mujer enferma y afligida, brillará el poder de Dios a través del ministerio de la esposa.
Para que nadie se gloríe sino en la cruz de Cristo. Y no podrás dudar de que no has sido tú la que obró, sino Dios en tu debilidad.
Padre Horacio
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