elude la comunicación. Como no habla, impone una imagen de grandeza o de sabiduría.
El agresor niega la existencia del reproche y la existencia del conflicto. Con ello paraliza a la víctima, pues sería absurdo que ésta se defendiera de algo que no existe.
A la víctima se le niega el derecho a ser oída. Al perverso no le interesa su versión de los hechos, y se niega a escucharla.
El que rechaza el diálogo viene a decir, sin decirlo directamente con palabras, que el otro no le interesa, o incluso que no existe.
Cuando los perversos hablan con su víctima, suelen adoptar una voz fría, insulsa y monocorde. Una voz sin tonalidad afectiva, que hiela e inquieta.
El perverso no suele alzar la voz, ni siquiera en los intercambios más violentos; deja que el otro se irrite solo.
El mensaje de un perverso es voluntariamente vago e impreciso y genera confusión. Luego, elude cualquier reproche diciendo simplemente «Yo nunca he dicho esto». Al utilizar alusiones, transmite mensajes sin comprometerse. También se abstiene de terminar sus frases.
Envía asimismo, mensajes oscuros que luego se niega a esclarecer. Estas palabras son agresivas pero se dicen en un tono «normal», tranquilo, casi sosegado.
Otro procedimiento perverso consiste en nombrar las intenciones del otro, o en adivinar sus pensamientos ocultos, con lo que el agresor da a entender que conoce mejor que la víctima lo que ésta piensa.
En lugar de mentir directamente, el perverso prefiere utilizar un conjunto de insinuaciones y de silencios a fin de crear un malentendido que luego podrá explotar en beneficio propio.
Las cosas se dicen sin decirlas, esperando que el otro comprenda el mensaje sin tener que nombrarlo.
Dígase lo que se diga, los perversos siempre encuentran la manera de tener razón, y esto les resulta más fácil cuando ya han logrado desestabilizar a su víctima.
El desprecio y la burla dominan la relación del perverso con el mundo exterior. El desprecio afecta al compañero odiado, a lo que éste piensa y hace, pero afecta también a su círculo de relaciones.
Tanto las maldades, o las verdades que duelen, como las calumnias o las mentiras, nacen casi siempre de la envidia.
La agresión se lleva a cabo sin hacer ruido, mediante alusiones e insinuaciones , sin que podamos decir en qué momento ha comenzado ni tampoco si se trata realmente de una agresión. El agresor no se compromete.
A menudo, le da incluso la vuelta a la situación señalando los deseos agresivos de su víctima «Si piensas que te agredo, es que tu misma eres agresiva»
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