EL Amor que arde entre las espinas sin consumirlas
La zarza ardiente

LOS SAGRADOS CORAZONES DE JESÚS Y DE MARÍA
Coronados de espinas, ardientes y traspasados
Prefigurados por la Zarza Ardiente
Contemplación bíblica

1. Las espinas aparecen por primera vez en la Sagrada Escritura en el relato de la caída de nuestros primeros padres. Entre otras calamidades, Dios les anuncia: «Por tu causa quedará maldita la tierra…espinas y abrojos te producirá» (Génesis 3,18).


2. En el lenguaje de la Escritura las espinas son, por lo tanto consecuencia del pecado original. Son manifestación del estado de irreconciliación en que quedaron la tierra y el hombre. Esa irreconciliación, que no le permite al hombre vivir fácilmente sobre la tierra, es especialmente evidente en los desiertos, donde éste no puede vivir a causa de la infertilidad del suelo, sobre el cual sólo logran sobrevivir las plantas espinosas, los abrojos, zarzas y espinillos.


3. La corona de espinas, ya sea la de Cristo en la Pasión, ya sea la que ciñe el Corazón de su Madre, nos habla por lo tanto, del pecado original. Ese drama terrible, al que Jesús vino a poner remedio. Así como Jesús carga sobre sí los pecados del mundo, porta sobre su cabeza, en forma de corona, la maldición de la tierra, el signo de la irreconciliación entre el hombre pecador, hijo de Adán y Eva, y la tierra de la que fueron tomados. «El era herido por nuestras rebeldías…» (Isaías 53,4). Las espinas, en efecto, están trenzadas en forma de corona: por su pasión, Jesús ha transformado la maldición y el castigo, en un triunfo y en una victoria.


4. La espada de fuego: En el relato del castigo del pecado en el libro del Génesis, nos encontramos también con una espada de fuego. O, si traducimos a la letra, con «un fuego como espada». Qué relación hay entre esa espada y la que traspasa el alma de la Madre de Jesús?


5. Tras la expulsión del Paraíso quedan apostados a la entrada ángeles encargados de impedir el acceso al árbol de la vida: «Y le expulsó el Señor Dios del jardín de Edén… Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén a los querubines y la llama refulgente de la espada [= el rayo] para impedir el acceso al árbol de la vida» (Génesis 3,23-24).


6. Los querubines son los ángeles de la presencia o la cercanía de Dios. Su ministerio, su misión es señalar y visibilizar la Presencia, comunicarla a los hombres. Se los representaba sobre el Arca de la Alianza con las alas desplegadas. Sobre ellos, como sobre un trono, se sentaba el Dios invisible para hacerse presente a su pueblo. Es a estos seres angélicos a los que el Señor les encarga que impidan el acceso al árbol de la vida al arbitrio y la insolencia de los hombres desacatados..


7. Las espinas, la espada y el fuego, aparecen pues, en este relato del castigo por el pecado original, asociados en un mismo contexto y expresando distintos aspectos del castigo, o de los efectos desastrosos del pecado. El hombre se convierte ahora en un siervo de la tierra, en un esclavo que ha de servirla, ha de labrarla fatigosamente y entre espinas, para cobrar de ella un salario de pan. Pero el árbol de la vida, queda en el Paraíso perdido, inaccesible ahora. Los ángeles de la Presencia, armados del rayo, le vedan al hombre el acceso a la perdida intimidad y convivencia paradisíaca.


8. En la tradición católica, se celebra a la Cruz como Árbol de la Vida: En la liturgia se canta a la cruz como: «Árbol lleno de luz, árbol hermoso, árbol ornado con la regia púrpura» Y «¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza! jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor, en fruto. Dulce árbol, donde la vida empieza con un peso tan dulce en su corteza. Tú solo entre los árboles, crecido para tender a Cristo en tu regazo; Tú el Arca que nos salva, tú el abrazo de Dios con los verdugos del Ungido»


9. El fuego, la espada y las espinas, nos remiten por un lado al castigo del pecado original, pero por otro, al remedio que puso Dios a aquellos males en la Pasión de su Hijo. Al hacerse hombre, Dios tomó sobre sí las espinas y fue herido por la espada y el fuego. Y es de ese remedio que nos hablan esos símbolos de los Corazones de Jesús y María, donde ellos se han convertido, en efecto, de castigo en remedio y de maldición en bendición.


10. Ya no hay Querubines a las puertas del Paraíso para impedirnos el acceso al Árbol de la Vida, sino que, en la Cruz, Árbol de Vida, se ofrece a nosotros Jesús mismo, como fruto de la ciencia del bien y del mal que da la sabiduría a sus discípulos, y que lejos de celarse se nos da en alimento para hacernos iguales a Dios.


11. Junto al Árbol de la Cruz, para tomarnos como hijos y darnos la vida, está María, la nueva Eva que nos da a comer el fruto eucarístico, en vez del fruto de Muerte que la primera Eva le sirvió a Adán.


12. Los mismos símbolos nos hablan en el Génesis de una cosa y en el Evangelio de la contraria. Allá nos pintan las consecuencias del pecado. Aquí nos hablan de la sobreabundancia de la gracia y de la salvación.


13. Al mismo tiempo, podemos ir advirtiendo cómo en la Sagrada Escritura, los símbolos están regidos por leyes propias de combinación y de asociación entre sí. Esas leyes pertenecen al modo y al lenguaje en el que el Espíritu Santo quiere hablarnos en las Escrituras.


14. En hebreo hay una relación verbal entre la llama y la espada. En muchas culturas se ha notado la semejanza de las llamas de fuego con la hoja de una espada, o también con la lengua del hombre. Es que el fuego destruye y mata, o también devora como decimos en castellano, donde son frases hechas decir «lenguas de fuego» o «lengua afilada».


15. En hebreo se habla de la lengua de la espada; y se dice que devora, para aludir metafóricamente a su acción de matar. Igual que en castellano, se habla en hebreo de lenguas de fuego y de que el fuego devora. Se dice en hebreo que el fuego devora con su lengua o con su espada. Se dice también que la espada devora con su lengua, como hace el fuego.


16. Leemos por ejemplo en Isaías: «Sobre el solar de mi pueblo zarza y espino crecerá» (32,13). «Concebiréis heno, pariréis paja y mi soplo como fuego os devorará» (33,9.11; ver Lucas 28,31). «Los pueblos serán calcinados como espinos cortados que devorará el fuego» (33,12).


17. El Salmista ve a sus enemigos que lo rodean como un incendio de zarzas: «Me rodeaban como avispas, llameaban como fuego de zarzas, pero yo los corté en el Nombre del Señor» (Salmo 118,12).


18. David dice que los malvados son como «espinas del desierto» que no son recogidas con la manos sino que se los maneja con el hierro «para quemarlos» (2 Samuel 23,6).


19. Ezequiel sueña con la paz de los últimos tiempos en estos términos: «Ya no habrá más, para la Casa de Israel, espina que punce ni zarza que lastime, entre los pueblos vecinos que la desprecian» (28,24).


20. Estos textos muestran cómo y por qué van asociados el fuego y las espinas en las Sagradas Escrituras. Los príncipes y los reyes vecinos de Israel, son como fuegos peligrosos por su vecindad. De los pueblos, leemos a menudo en las Escrituras que sale fuego que calcina a otros pueblos vecinos: «De Jeshbón saldrá fuego y una llama de la ciudad de Sijón» (Números 21,28).


21. Ezequiel entona un canto fúnebre, una elegía por los príncipes de Israel, en estos términos que ya les irán resultando conocidos: «Tu madre era una vid plantada a orillas de las aguas […] Pero ha sido arrancada con furor… su ramo robusto se ha secado, lo ha devorado el fuego. Y ahora está plantada en el desierto, en tierra de sequía y de sed. Ha salido fuego de su ramo, ha devorado sus sarmientos y su fruto» (Ezequiel 19,10-14).


22. Como se ve: las espinas, el fuego que devora, el hierro que corta los espinos para arrojarlas al fuego, son en el lenguaje bíblico del Espíritu Santo, los emblemas del castigo. ¿Qué hacen pues en los Corazones de María y de Jesús?


23. Jesús, Siervo sufriente, tomó sobre sí el castigo que nosotros merecíamos: «eran nuestras dolencias las que él llevaba sobre sí y nuestros dolores los que soportaba!… El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales fuimos curados… Por sus desdichas justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos soportará él.(Isaías 53).


24. Los mismos símbolos nos hablan en el Génesis de una cosa y en el Evangelio de la contraria. Allá de castigo por el pecado, y aquí de salvación del pecado. Jesús, Siervo Sufriente, tomó sobre sí las espinas, el fuego y la espada. Y María se guardó todo esto en el Corazón.


25. Cierta vez Jesús dijo: «fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda» (Lucas 12,49). Pero a sus discípulos que querían pedir fuego del cielo para que destruyera una ciudad inamistosa, Jesús los reprendió: «No sabéis de qué espíritu sois» (Lucas 9,54s). No era el fuego destructor el que Jesús quería y venía a traer. No era con ese fuego con el que deseaba incendiar la tierra, sino con ese otro fuego que vemos consumir a los sagrados Corazones.

26. Del cetro de este Mesías no sale fuego destructor de los enemigos, sino un fuego de amor divino, más fuerte que la muerte y que ni un océano puede extinguir (Cantar 8,6-7).

27. Los corazones nuevos. Los corazones de Jesús y de María son la primicia de los Corazones nuevos, deseados por los justos y prometidos por Dios, por boca de sus profetas, para el tiempo de la Nueva Alianza.

28. Jesús y María tienen en sus corazones el fuego, las espinas, la herida de la lanza o las espadas. En ambos corazones brilla el perdón de Dios. Porque ni en el Corazón del Hijo ni en el de la Madre hay lugar a la más mínima sombra de rencor. En ellos arde, puro y sin escoria, el fuego del perdón divino; que quiere consumir al pecado pero no al pecador.

29. A la luz de este fuego que inflama estos corazones y de esta lanza y espada que los traspasa, a la luz de esta corona de espinas, nos es posible comprender mejor cómo en los castigos por el pecado original que anunciaba el Génesis no había una explosión de la ira divina, sino una profunda pena misericordiosa y la preparación del remedio y de la salvación por Jesús y María.

30. Las zarzas y el fuego: Hay dos pasajes de la Sagrada Escritura en las cuales aparecen las espinas, el fuego y la espada y son significativos para seguir profundizando en el sentido de los corazones traspasados, ardientes y coronados de espinas.1) La fábula de los árboles que eligieron por rey a la zarza (Jueces 9). 2) El encuentro de Moisés con Dios en la zarza ardiente (Éxodo 3).

31. La zarza que contagia su incendio y devora con su fuego a los árboles de su alrededor significa la ira de un rey perverso que se entre destruye con un pueblo perverso.

32. El fuego que Moisés ve arder en el corazón de la zarza sin consumirla le revela a Moisés a Dios como fuego de amor misericordioso no destructor ni devorador de los espinos, (los malvados). Dios le manifiesta allí a Moisés su Nombre: Yo soy el que soy, o quizás mejor: Yo soy el que estaré (con vosotros = el Emmanuel), es decir, el Dios de la Presencia y cercanía recuperadas.

32. Considero que la zarza ardiente que vio Moisés, prefiguraba el misterio de los Corazones de Jesús y de María.

33. En una colección de antiguos comentarios rabínicos sobre el libro del Éxodo, llamado Midrásh Éxodo Rabbáh, encontramos un comentario a las palabras de nuestro texto: «Como una llama de fuego en medio de las espinas». El comentario dice así: «Otra opinión acerca de ‘a manera de llama de fuego’, dice que estaba (el fuego) a ambos lados de la zarza y encima de ella, igual que el corazón (en hebreo = leb) está puesto entre ambas partes del cuerpo y en la parte de arriba». Según este comentario, el fuego estaba dentro de la zarza como un corazón; era como el corazón ígneo de la zarza. O también, el fuego ardía en el corazón de la zarza. En todo caso, los rabinos son sensibles a relacionar en este texto los diversos símbolos del texto, los mismos de nuestro emblema.

34. El famoso comentarista medieval judío Rabbí Salomón Isaac, más conocido como el Rashí, comenta así nuestro pasaje: ‘En una llama de fuego’ (belabbat ‘esh): «Es el corazón (leb) del fuego. Expresión al estilo de: ‘En el corazón del cielo’ (Deuteronomio 4,11), ‘el corazón de la encina’ (2 Samuel 18,14) que significa: en medio de. Y no te extrañes de que diga labbat por leb, (con tau final), porque hay otro ejemplo de eso en Ezequiel 16,30:  ‘Oh! ?Qué frágil es tu corazón’ (=libbatekha)» Según lo cual, este autorizadísimo rabino, nos autoriza a entender que Moisés vio a Dios «en el corazón de la llama o del fuego» (belibbat ‘esh).

35. Por este camino, leo en el texto: «Y se dejó ver el Ángel de Dios a él en forma de corazones de fuego» (=belibbót ‘esh). Y también, ambivalentemente:  «En forma de lengua de fuego», «En forma de espada de fuego», «En forma de corazones de hombre» (belibbot ‘ish).»De en medio de la zarza» (=mitok hasenéh) Y también, ambivalentemente: «De en medio del odio» (=mitok hasin’áh).Es decir, en otras palabras, «corazones de fuego, que arden en medio del odio sin consumir a los que los odian».

36. El fuego que Jesús ha venido a la tierra ha de entenderse pues, como un fuego que no viene del cielo a destruir al pecador, sino a llamarlo al amor, a inflamarlo en un amor divino, que no destruye sino que vivifica..

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