ESTER [9] QUIERO VERTE
EL MIOMA

QUIERO VERTE —

Cinco días después de confirmarme fui operada. Tenia un mioma en el útero del tamaño de una naranja. Había pospuesto la operación para después de la confirmación, y llegaba la hora. Estaba sola en la sala previa para entrar al quirófano junto con el anestesista, que rondaba a mí alrededor, pinchándome. ¿Estás bien? Yo asentí. El continuó con su trabajo.

Yo miraba el techo de la sala y como una especia de gemido interior surgió, ¡Que sola estoy!!! Y ocurrió, de repente tenia a alguien a mi lado, era muy alto, grande, yo percibía su energía, que aunque no la veía con los ojos la podía dibujar en mi mente. Podía dibujarla, tenía el pelo un poco largo y un poco ondulado, y notaba su presencia tan clara como el anestesista que estaba poniéndome la vía.

Era él. El Señor. Estaba a mi izquierda mirándome, pegado y agarrado a la cama. Yo miraba de reojo al anestesista que iba a lo suyo, mientras dirigía mi mirada de reojo hacia él y el corazón se me salía, no me atrevía a fijar la mirada, sólo vivía el instante. Y el instante era que estaba allí, con una presencia tan, tan potente…Su presencia que no hablaba, me indicaba que no, que no estaba sola, que estaba El conmigo.

Entonces el anestesista se acercó y me dijo, nos vamos! Yo asentí, empezó a empujar la cama, por un pasillo largo, y mientras tanto yo miraba a la izquierda de soslayo asustada, El Señor  iba a mi lado andando a la izquierda con su mano agarrada a la barra de la cama, era una mano fuerte, su presencia era tan protectora, que no podía sentir nada más.

Escuchaba los pasos del anestesista empujando la cama y como canturreaba. Yo me preguntaba si el también estaría viéndolo.

Todo el tramo del pasillo fue acompañándome hasta que atravesamos la puerta que daba al quirófano. Me dieron la bienvenida más personas, y desapareció su presencia.

Mientras sentía como avanzaba la anestesia en mi cuerpo, no hacía más decirle en mi interior, no te vayas quédate aquí conmigo. Y así me dormí.

Me desperté por el dolor, ya que el anestesista, por miedo a tener problemas con mi medicación, puso bajas la dosis, entonces si le escuché, con claridad “estoy contigo”.

Me volví a dormir, y al despertar en la habitación no hacía más que pensar en Él, y en cómo deseaba volver a verle de nuevo.

Entonces pasó otra cosa. Yo tenía mucho dolor al más mínimo movimiento.

Entonces oí su voz que me decía, “gira un poco la pierna a la derecha”, la giraba, y justo al realizar ese movimiento cesaba el dolor, entonces yo le daba las gracias, y sonreía.

De este modo fue pasando toda la noche, una y otra vez, yo me descolocaba, me dolía y él me hablaba, me indicaba con su voz el movimiento que tenía que hacer, con una dulzura, con una suavidad, que la habitación se convirtió en un lugar precioso de amor. Me tiré toda la noche dándole las gracias medio en sueños.

El dolor era algo secundario, porque él aparecía al instante, un instante precioso.

Casi que me daba pena dejar el hospital.

También fueron cambiando las cosas en la comunión, porque desde entonces me invadía un fuego cada vez que comulgaba. Empieza en el pecho, y desde ahí se expande como una estrella por los brazos, hasta los dedos, las piernas, la espalda. Al principio me costaba disimular, porque me pondría a cantar, a no sé qué,

Creo que el Señor me regaló esta gracia que me otorga tantas veces, que pienso que es porque desea que ame la eucaristía,

Y la eucaristía ya no es el nuevo maná, es el mismo Señor el que viene y habita en mí, y yo en él. Cada vez que el sacerdote decía en la misa este versículo sonaba de manera tan fascinante en mí, que siempre le he suplicado: “así sea”.

Mi mente realizó un giro, como esas brújulas que cambian de posición, es una locura pero es así. Me despierto pensando en la eucaristía, me acuesto pensando en ella y tengo que hacer un esfuerzo por atender a la palabra y a la liturgia, porque para mí ir a la Santa Misa, es lo único que hay en el mundo verdadero.

Es como un diálogo donde Él me inunda de su amor y yo enamorada le pido misericordia. Y cuanto más le digo que confío en Él, siento cómo clava su mirada, sus ojos dulcísimos, depositarios de una pasión infinita contenida. Se contiene, atisbo mucho más, porque si lo hiciera moriría en ese instante.

Tantas veces cuando me recojo tras la eucaristía, me han venido imágenes preciosísimas a mi mente, imágenes sacadas de no sé dónde. imágenes grabadas en mi alma que no se olvidan en el paso del tiempo. De dónde provienen. padre, no lo sé, es otra cosa, luz paz, hermosura, algo cristalino, limpio.

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