FALSA COMPASIÓN [11 de 20]
Falsa compasión de los Apóstoles»

En la multiplicación de los panes asistimos a un contraste entre la verdadera compasión de Jesucristo
que enseña largamente a la muchedumbre y la falsa compasión de los apóstoles que quieren abreviar la enseñanza del Maestro para enviar a la gente a procurarse alimentos.
Jesucristo enseña con su ejemplo a priorizar las obras de misericordia espirituales sobre las corporales.

El Papa Benedicto XVI insistió en que Caritas Internacional y todas las
Caritas diocesanas, deberían preocuparse no solamente de las obras de
misericordia corporales sino también de las espirituales. La Institución «Caritas» que reduce de hecho la caridad a las obras de misericordia corporales, contribuye a difundir la impresión de que la Caridad las tiene como objeto primario y principal y deja a las obras de misericordia espirituales en el terreno de los supuestos y al margen de sus presupuestos.

Me he detenido extensamente en analizar el contraste entre el objeto de la misericordia del Señor y el de los apóstoles, en mi comentario a la cuarta bienaventuranza, parte del cual reexpongo aquí.


El
hambre de las muchedumbres
1) En el
episodio de la primera multiplicación de los panes, Jesús se compadece de la
ignorancia de la muchedumbre y les enseña largamente, mientras que los
discípulos, quizás algo cansados de la larga enseñanza, empiezan a preocuparse
porque la gente no tiene qué comer y los quieren mandar a comprar pan. Son dos
miradas, dos misericordias sobre dos aspectos de la necesidad de la muchedumbre
y dos urgencias, dos prioridades:
2)
«Salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque
eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.
Cuando ya era muy avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, y le
dijeron: ‘El lugar es desierto y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que
vayan a los campos y aldeas de alrededor y compren pan, pues no tienen qué
comer'»  (Marcos 6, 34-36).
Jesús no
es insensible al hambre física
3) No es
que Jesús sea insensible al hambre física. Cuando, por ejemplo, alrededor de la
recién resucitada doceañera hija de Jairo, a causa de la sorpresa y del
alborozo a nadie se le podía ocurrir pensar en eso, Jesús les llama la atención
y se lo recuerda: «les dijo que le dieran a ella de comer» (Marcos
5,43). Los invitó a bajar los decibeles del asombro y a volver a una, tan santa
como sensata, normalidad del desayuno, almuerzo y cena. Necesaria, por otra
parte, para la convalecencia y la salud ulterior de la flacucha y consumida preadolescente.
4) Y ya
resucitado, mientras los discípulos levantaban las redes tras una noche de
pesca infructuosa, Jesús los aguarda con una comida preparada y se divierte con
la sorpresa. Desde la orilla les grita: «mijitos (paidía) ¿tienen algo de
comer? Le respondieron: ¡No!» -Un no seco. Quizás algo malhumorado-.
Conocemos el episodio y cómo: «al descender a tierra, vieron brasas
puestas y un pescado encima de ellas, y pan» (Juan 21, 5.9).
5) No es,
pues, que Jesús fuera insensible o ciego para el hambre. Con menos razón
insensible para el hambre de una muchedumbre. Lo que pasa es que, Jesús se
muestra en este episodio, más sensible al hambre espiritual.
 La
«compasión» inoperante de los apóstoles
6) Por otra
parte, no se comprende bien que los discípulos se adelanten a representar la
necesidad de la muchedumbre. La muchedumbre no le hubiera pedido permiso a
Jesús para retirarse a comer, si la enseñanza de Jesús no la hubiese tenido
cautivada y en vilo hasta el punto de hacerle olvidar la hora de la comida.
Solitos se hubieran ido yendo, corridos por la necesidad.
7) A los
apóstoles, presas de una compasión inoperante por un mal que no saben ni
pueden, ni entienden que deban remediar, el hambre de la muchedumbre los
preocupa, por lo visto, más que a la misma muchedumbre. Y ciertamente más que a
Jesús, quien los desafía: «denles ustedes de comer». Jesús se ha
vuelto loco: ¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles
de comer?. No los habríamos gastado en eso ni aunque los hubiéramos tenido.
8) Es
llamativo que los mismos apóstoles, en ocasión de la segunda multiplicación de
los panes, opten por no mencionar las necesidades de la muchedumbre a pesar de
que trascurran nada menos que ¡tres días!: «En aquellos días, como había
una gran multitud y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les
dijo: ¿Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo
y no tienen qué comer; y si los envío en ayunas a sus casas, se desmayarán en
el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos?. Sus discípulos le
respondieron: ‘¿De dónde podrá alguien saciar de pan a estos aquí en el
desierto?’ Él les preguntó: ‘¿Cuántos panes tenéis?’ Ellos dijeron: ‘Siete.’
(Marcos 8, 1-5)
9) Tuvieron
que ponerlos sobre la mesa, aunque pudiera ser de mala gana y el Señor les dejó
una lección, que como tantas otras, tardaron muchos años y necesitaron la ayuda
del Espíritu Santo para comprender: «Comieron y se saciaron; y recogieron,
de los pedazos que habían sobrado, siete canastas. Los que comieron eran como
cuatro mil; y los despidió». (Marcos 8, 8-9).
 
10) Jesús
les reprocha su incomprensión en estas materias: «Se habían olvidado de
llevar pan, y no tenían ni un pan consigo en la barca. Y él les mandó,
diciendo: ‘Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de
Herodes?. Discutían entre sí diciendo que no tenían panes’. Jesús,
comprendiéndolo, les dijo: ‘¿porqué discutís diciendo que no tenéis panes?, ¿No
entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón? ¿Teniendo
ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿No recordáis? Cuando partí los cinco
panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de los pedazos recogisteis? Y
ellos dijeron: Doce. ‘Y cuando repartí los siete panes entre cuatro mil,
¿cuántas canastas llenas de los pedazos recogisteis?’ Y ellos dijeron: Siete. Y
les dijo: ‘Cómo es que aún no entendéis?'» 
(Mc 8, 14.21).
11) A no
dudarlo: los gestos y palabras de Jesús acerca del pan, del hambre y la comida,
no son fáciles de entender y requieren una sabiduría de Hijos.
12) Sólo los
Hijos pueden entender las palabras de Jesús cuando los tranquiliza: «No os
angustiéis, pues, diciendo: ‘¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué
vestiremos?’, porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero
vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas» (Mateo 6, 33).
  Una
comida de alianza de amistad
13) El
hambre de la muchedumbre, que para los apóstoles hubiera sido motivo para
desentenderse de ella y despedirla, es para Jesús ocasión de hacerse cargo de
ellos y atárselos con un gesto hospitalario, con una alianza de pan y pescado
salado.
14) Los
Apóstoles no alcanzan a comprender el sentido de este gesto. Tampoco la
muchedumbre beneficiada, que después lo busca para hacerlo rey y solamente
porque les mató el hambre: «aquellos hombres, al ver la señal que Jesús
había hecho, dijeron: ‘Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al
mundo’. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerlo
rey, volvió a retirarse al monte él solo». (Juan 6, 14-15).
15) No hay
que extrañarse que haya todavía quien no entiende, como es el caso de algunos,
el Señor sabrá si muchos, exegetas y predicadores. Mentes de racionalismo
almidonado, que quieren explicar este pasaje sin milagro, y se sacan de la
galera de su imaginación ingeniosas explicaciones, inequívocamente taradas por
su origen moralizante y puritano, al estilo de «seamos solidarios y
repartamos, que así alcanzará para todos».
33) Ninguna
de estas clases de incomprensión le importa ni lo inhibe a Jesús. Abundan en
sus parábolas sobre el banquete del Rey las alusiones y referencias a los
invitados que no eran dignos. Eso no quita que para Jesús, toda comida,
cualquier comida, sea algo más que consumir ración, porque está referida a una
comunión de amor, divino-humana. El hombre es un peregrino a quien Dios da de
comer de sus bienes terrenos, en su peregrinación hacia la patria celestial.
16) Jesús en
cambio, ha visto en esa circunstancia de la desprovisión de la muchedumbre, la
ocasión de sellar con ellos una alianza de hospedaje, dándoles de comer de lo
poco que tienen.
17) Estaba
muy extendida en oriente la costumbre y el deber sagrado de la hospitalidad.
Era una verdadera institución religiosa, por la cual se pactaba con el huésped
al que se le daba albergue, una alianza de amistad, una alianza fraterna. Esta
alianza solía llamarse «de pan y sal», aunque pudiera ponerse en la
mesa carnes, verduras y frutas para agasajar al peregrino desconocido y sellar
con él un pacto de amistad. Tenemos un ejemplo de esa alianza de hospedaje en
el episodio de la vida de Abraham cuando agasajó en su casa a los tres
misteriosos visitantes (Génesis 18, 1-15, en especial vv. 3 -5).
10 Ellos
serán saciados: El Banquete de Bodas del Hijo
18) El comer
y el dar de comer, se puede vivir en forma puramente biológica y profana o por
el contrario, en forma más humana, es decir: espiritual, religiosa y hasta
mística. Esta bienaventuranzas nos permite ubicar estos actos cotidianos en
dimensiones de comunión: solidaridad humana, comunión religiosa y eucaristía
cósmica
19) Dios da
de comer a todas sus creaturas. Dios es anfitrión desde el principio. Cuando ya
al tercer día de la creación hace brotar las plantas de semilla y los árboles
frutales con su fruto y su semilla adentro ya está pensando en el alimento de
los seres que aún no ha creado. Y ya está pensando en el trigo y el vino de la
última cena.
20) La obra
creadora de Dios se presenta como la preparación de un gran banquete: prepara
los alimentos, ilumina el salón, llama a la existencia a los invitados, les
asigna sus lugares, al sexto día les da de comer y el séptimo se reposa en su
compañía (Gn 1,11-13.29.31). La creación es un proyecto eucarístico y apunta al
banquete de la sabiduría, a la última cena y al banquete de bodas del Hijo y al
banquete eterno en la casa del Padre. No hay comida profana. Toda comida es
santa, porque es recibida del amor del Padre y es anticipo del banquete
celestial.
21) Dios se
muestra también nutricio en la Alianza con Noé, después del diluvio: le
dispensa el alimento al hombre y los animales (Génesis 9, 1-3). También en las
promesas a Abraham y a los patriarcas, a quienes les promete hijos y una tierra
para alimentarlos (Gn 15, 5-7). Envía a José a Egipto para que, en su momento,
acoja a sus hermanos empujados por el hambre (Gn 37-47). Da de comer a su
pueblo en el desierto y lo abreva de modo milagroso (Ex 16-17). Lo introduce en
una tierra que mana leche y miel y le entrega plantíos, viñedos y olivares;
riega esa tierra con rocíos y lluvias y la fecunda con su bendición (Ex 3,8; Nm
13,27-28; Dt 6,10-12; 8,10-16; 11,9-15; 32,13-15).
22) El
alimento es un don de Dios creador, y es una promesa y una bendición del Dios
salvador. Así lo celebran especialmente los salmos: «De los manantiales
sacas los ríos, para que fluyan entre los montes; en ellos beben las fieras de
los campos, el asno salvaje apaga su sed; (…) Desde tu morada riegas los
montes, y la tierra se sacia de tu acción fecundante; haces brotar la hierba
para los ganados, y forraje para los que sirven al hombre. Él saca pan de los
campos, y vino que le alegra el corazón y aceite que da brillo a su rostro y
alimento que le da fuerzas…los leoncillos rugen por la presa, reclamando a
Dios su comida…todos aguardan que les eches comida a su tiempo, se la echas,
y la atrapan; abres tu mano, y se sacian de bienes» (Sal
103(104),10-15.21.27-28). Él «hace brotar hierba en los montes para los
que sirven al hombre; da su alimento al ganado y a las crías de cuervo que
graznan» (Sal 146(147),8-9). «Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano y sacias de bienes a todo
viviente» (Sal 144(145)15-16).
23) El
profeta Isaías anuncia el banquete mesiánico: «Y el Señor de los ejércitos
hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos,
banquete de vinos refinados, de sustanciosos tuétanos y vinos generosos» (Isaías
25,6). Dios da de comer a todos, sacia a los pobres:»¡Venid, todos los
sedientos, venid a las aguas! Aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y
comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche!             ¿Por qué gastáis el dinero en lo que
no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia? ¡Oídme atentamente: comed de lo
mejor y se deleitará vuestra alma con manjares! Inclinad vuestro oído y venid a
mí; escuchad y vivirá vuestra alma» (Isaías 55, 1-2)
24) También
los sapienciales celebran el banquete de Dios: «La Sabiduría edificó su
casa, labró sus siete columnas, mató sus víctimas, mezcló su vino y puso su
mesa. Envió a sus criadas, y sobre lo más alto de la ciudad clamó, diciendo a
todo ingenuo: «Ven acá», y a los insensatos: ‘Venid, comed de mi pan
y bebed del vino que he mezclado. Dejad vuestras ingenuidades y viviréis; y
andad por el camino de la inteligencia». (Proverbios 9, 1-6).
25) Todo es
imagen del banquete de Dios donde se saciarán de la alegría del Reino los que
tienen hambre y sed de su justicia: «vendrán muchos del oriente y del
occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los
cielos» (Mateo 8, 11) «El reino de los cielos es semejante a un rey
que hizo una fiesta de boda a su hijo» (Mateo 22,2). «Aleluya, el
Señor, nuestro Dios Todopoderoso, reina. Gocémonos, alegrémonos démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero (…) .El ángel me dijo: ‘Escribe:
‘Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero»
(Apoc 19, 7.9)

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