
al leer la primer entrada en el Blog del Buen Amor sobre la Falsa Compasión (ya hace como dos meses), lo primero que me vino a la cabeza, fue pensar en la falsa compasión que sufrimos mi esposo y yo al educar a nuestros hijos.

Es una lucha diaria entre ceder y no ceder a sus caprichos, que en definitiva es ceder o no ceder al Mal Espíritu. Es una tensión entre: reconocer, entrar (o no entrar) y caer (o no caer) en la tentación de
consentirlos.
Y a su vez, el Mal Espíritu también me tienta con cuestionarme si lo que me piden es bueno dárselos o no. Si actué bien o mal. Y sus consecuencias futuras.
Si miro a mi alrededor, también observo esta falsa caridad en otros papás. El problema es que vivimos en un mundo en que nos hacen creer que «todo es bueno», entonces todo se complace. Veo familias, donde el centro son los niños y todo se mueve en torno a ellos: sus caprichos, sus actividades, etc. Hasta eligen el color del auto a comprar (aquí pienso en unas niñas menores de 8 años).
El enemigo nos quita la verdadera caridad, en este caso, educar con amor y por amor. Yo sabía que no le hacemos un bien a nuestros hijos, le hacemos un mal cuando cedemos a sus caprichos. Pero estas entradas al blog, me han dado mayor entendimiento a este mal y me han ayudado a darle un nombre, «Falsa compasión».
La cita que realiza San Ignacio, de San Bernardo, me ha iluminado: «no tiene arma de guerra ninguna el enemigo, tan eficaz para quitar la verdadera caridad del corazón, cuanto el hacer que incautamente, y no según razón espiritual, en ella se proceda».
Así que al tener una mayor comprensión de lo que me sucedía, recordé un hecho puntual, que corresponde a la larga cadena de tentaciones de este mal. Paso a contarle: