Aún esto no impide, si uno está arrepentido, orar y asistir a misa. Pero,cuando uno no vive como hijo, es decir, cuando no vive haciendo la voluntad del Padre, sería agregar otro atropello más a la voluntad del Padre, pretender que se tiene el derecho de hijo para participar del pan de los hijos, en la mesa de los hijos (es decir comulgar en la eucaristía). ¡Es tan claro como el agua que eso equivale a enmendarle una vez más la plana a Dios, e imponerle a Dios Padre el querer de alguien que no acepta su voluntad, y que sigue pretendiendo que el Padre le reconozca omo hijo obediente y que considere que se comporta como hijo. Esto sí, es gravísimo pecado de rebeldía, de atropello a Dios y de soberbia.
¿Y qué le queda entonces al que está preso de las consecuencia de sus errores del pasado, del tiempo de su ignorancia, y que en el presente, habiendo establecido una nueva unión marital, ya no puede zafar de su situación por vínculos familiares creados con una segunda pareja, con hijos, etc.?
¿Cómo puede manifestarle al Padre su sincero dolor y arrepentimiento y su deseo de vivir como hijo?
¿Cuál es el acto de obediencia agradable al Padre que está todavía a su alcance hacer ante el Padre para demostrarle su deseo de comportarse como hijo en aquello que su debilidad presente aún se lo permite?
¡Abstenerse de comulgar! ¡No como un castigo! ¡Sino como un acto de reconocimiento de que no se está pudiendo hacer, en todo lo demás, la voluntad del Padre!
Dios da su gracia al humilde, también al margen de la recepción de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, cuando el humilde se reconoce indigno de los sacramentos de los hijos que se portan como hijos y viven de acuerdo a la voluntad del Padre.
¿Y que sucedería si persistiera en querer «hacer como todos» y ser tenido «como los demás»?
Sucedería que empezaría a comportarse en la forma temeraria y sacrílega de los que se acercan a comulgar hipócritamente y a ser contado, por el Padre, entre los rebeldes a quienes no sería justo darles el trato de hijos obedientes. Dios no puede mentir con sus obras.
Insistir en hacer ahora su propia voluntad y pretender ante los ojos del Padre y en su misma cara y en su propia mesa que «Aquí no pasó nada, no tengo ninguna culpa ante tí, y tengo derecho a comer el pan de los que viven como hijos»… pretender eso mientras sigo viviendo yo en la desobediencia, ¿no sería una nueva forma de permanecer en la ignorancia del camino por el que el Padre me quiere engendrar como hijo? ¡No puedo hacerme hijo de Dios por un decreto propio o por un reconocimiento social!
Hoy son muchos los que se comportan de manera hipócrita fingiendo lo que no son. Y lo hacen con aprobación de algunos sacerdotes ciegos y guías de ciegos, infieles a la voluntad de Quien les confirió un «ministerio» subordinado y no plenipotenciario.
Pero esa ficción es insostenible ante la mirada de Dios, a quien nadie puede engañar y menos aún torcerle el brazo con opiniones humanas.
Por eso insistir en comulgar cuando no se está viviendo de acuerdo la explícita voluntad del Padre, expresada por el Hijo y autenticada con el sello de su sangre derrama en la Cruz, es un acto de profunda ignorancia o de grave hipocresía. Y a los que comulguen con este tipo de actitudes las advierte san Pablo que «comen y beben su propia condenación».
Es un acto de obstinación en la desobediencia al Padre, que hace indigno de ser tratado como hijo obediente. El Padre no puede mentir con las obras. No puede contradecir sus palabras con sus hechos.
Cuando a uno le viene ahora el deseo de comulgar, debe darse cuenta de que ese deseo no viene de Dios. Debe contradecir un deseo que se opone a la voluntad de Dios Padre y debe fomentar un deseo contrario al anterior: el deseo de someter la voluntad propia a la voluntad del Padre, como enseña el Hijo en el Huerto de los Olivos. Obediencia quiero y no «comuniones» que mienten «comunión de voluntades» donde no la hay, sino independencia de juicio y rebeldía de vida.
Invito a los que no han visto esto a que comiencen a examinarse sinceramente si lo que los lleva a comulgar es un impulso místico auténtico, o una pretensión mundana de aprobación «social» o de «autojustificación» más que «religiosa». Invito a examinarse si lo que le importa más a uno es la mirada de Dios-Padre, (El único que declara justo al hijo) o la mirada de los hombres, o la mirada de sí mismo ante el propio espejo de la conciencia… etc.
San Pablo enseña «aunque nada me reprocha mi conciencia, no por eso estoy justificado (a los ojos de Dios Padre) el que me juzga es el Señor».
En esta actitud fundamental fallan los que se declaran justos a sí mismos y por sí mismos se acercan a comulgar sin estar en comunión de voluntades con la voluntad de Dios Padre revelada por su Hijo Jesucristo. Y nadie que quiera ser fiel ministro de la voluntad de Dios, puede osar enseñar lo contrario a los fieles y hacerlos tropezar en el camino del seguimiento de Cristo, el Hermano mayor. Merece ser arrojado al fondo del mar con una piedra de molino atada al cuello.
Pido al Señor que me haya dado una respuesta capaz de iluminarla en su pregunta o a las que intuyo se plantea.
Al Padre se le puede agradar solamente obedeciendo como hijo, de buena gana, aún en situaciones de agonía en el Huerto. Lo contrario es ser un servidor rebelde e impostor que usurpa para su propio mal, la condición filial. Cordialmente le deseo una iluminada cuaresma y pascua.
Horacio Bojorge