Padre,
Mi novio me comentó el motivo de su enojo. Él me dijo que creyó haberme aclarado antes que mi trato hacia él era “cargoso”. Lamentablemente yo no advertí eso, es decir lo escuché, pero no lo internalicé y que porque no cambié mi modo de proceder con él, llegamos a la situación tan fea de esa tarde.
También estimo que tiene que ver con su disgusto, que él en su adolescencia había tenido una caída significativa en este aspecto, por lo cual él me confió que esta situación lo hizo «retroceder» a eso de lo cual él tanto se había venido cuidando.
Y por último que él no se sentía capaz de presentarle a Dios un propósito de enmienda serio, por más que lo tuviera.
Él habló con su confesor y este lo aconsejó de manera semejante a como Usted me aconsejó a mí. Por eso él quiso plantear nuevas pautas de comportamiento para cuando estemos juntos, para no dejar en la «nada» lo que pasó y para no caer de nuevo en la misma falta. Creo que él se culpa por haberme generado el desorden, de la que sólo yo soy la culpable por haberlo consentido.
Más allá de eso no hubo enojo en él. Creo que fue más frustración y amor propio herido por contemplar sus faltas y las mías (se ve que me tenía en gran estima).
Muchas gracias, Padre. Saludos afectuosos de Gimena
Gimena, querida hija:
doy gracias al Señor por darte tanta luz para entender lo que te pasó y para poderlo describir tan bien. Tu relato hará mucho bien a otras chicas a las que el demonio les juega las mismas malas pasadas.
Creo que tienes que abrirle tu alma a tu novio y contarle todo lo que me cuentas a mí. Quizás escribírselo. Reconocer tu error, pedir perdón… y dar tiempo esperando. Orando para aguantar la marejada a la que te someterá tu enemigo.
Debe ser algo muy discreto, por eso te hablo de una carta. Creo que convendría que se entere de este intercambio de correos. Quizás le convenga leerlos enteros para entender él también lo que me dices y lo que te explico respondiendo.
Es importante que tu miedo y tus dudas no te precipiten a tomar la iniciativa y «cargosearlo» no dándole tiempo para que decante su vergüenza y vuelva a tomar la iniciativa él.
En todo lo sucedido, que describes muy bien, si lo relees, verás que esas tentaciones te hicieron tomar iniciativa, es decir quitarle al varón la iniciativa.
El amor de la mujer debe ser un amor de respuesta. De lo contrario se convierte en lo del cantar; «el que quiere comprar el amor se hace despreciable». Comprar, es decir ser dueño, apoderarse.
Y por eso, cuando ella duda del amor del varón se inclina a intentar comprobarlo por sí misma y pasa lo que pasó.
La mujer debe apreciar la gratuidad del amor del buen varón, del varón virtuoso. Portador del fuego divino del amor. La «gratuidad». Es un don gratuito. ¿Y cómo se ha de recibir un regalo? Pues sin temor ni dudas, ¡con gratitud!
Y la gratitud es un efecto de la receptividad. Se agradece lo que se recibe. La mujer debe recibir el amor del varón como se recibe un regalo.
Las flores, los bombones, las cartas, y otros regalos del novio, son como «sacramentos», signos sensibles del amor invisible. Cuando la mujer no ve el regalo, en lugar de dar las gracias quiere manotearlo. Pasa de la receptividad a la iniciativa.
Receptividad no quiere decir pasividad. Es una acción, es algo muy activo: es una activa receptividad. Por eso te insisto que te quedes quieta y que confíes. Que no empieces a los manotazos de ahogada. Confía en Dios que ha puesto amor en el corazón de tu novio. Y espéralo luchando si es necesario contra las tentaciones, para lograr estar en paz. Nuestra Señora de la Paz, ruega por Gimena. Rey de la Paz, reina en el corazón de Gimena. Amen
Padre Horacio
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