«MUJER»: NOMBRE OCULTO PROPIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
UN VIDEO Y A CONTINUCIÓN UN ESTUDIO BÍBLICO QUE LO DEMUESTRA
En el Evangelio según San Juan, Nuestro Señor Jesucristo se dirige a su Madre llamándola Mujer.
“Como faltara el vino, le dice a Jesús su madre: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué tenemos que ver tú y yo [con esto] oh Mujer[1]?, todavía no ha llegado mi hora” (Juan 2, 3-4)
“Jesús viendo a su madre y junto a ella el discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer» (nombre propio, apelativo vocativo), ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: ahí tienes a «tu madre” (Juan 19, 26).
La única vez que san Pablo alude a la madre de Jesús se refiere a ella como Mujer (gynê). En su frase, esto se puede entender tanto como nombre sustantivo común pero también como nombre propio personal o apelativo: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de Mujer[2], nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley” (Gálatas 4, 4-5).
No se especifica aquí que sea nacido “de una mujer” sino “de Mujer”. En griego, la indeterminación se produce por la sola ausencia del artículo. Excepto en el caso del nombre propio de una persona (Manuel, Jacinta), porque el nombre propio se determina por sí mismo y no necesita artículo determinante. Por eso, en este caso en que Jesús lo aplica a su madre, puede confundirse con un nombre común, indeterminado.
Juan evangelista vuelve a referirse en el Apocalipsis a María como Mujer (como nombre propio de la madre del Hijo total Jesucristo y la Iglesia):
“1 Una gran señal apareció en el cielo: Mujer, (de nuevo sin artículo es decir María la Madre) vestida de sol y la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas, 2. y teniendo en útero y grita dando a luz y dolorida para parir. (Está encinta, del cuerpo místico de su hijo, que es el que su hijo le presenta desde la cruz)
3 Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. 4 Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la mujer (esta vez con artículo y eme minúscula) que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. 5 y dio a luz al Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo (le) fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. 6 Y Mujer (sin artículo, nuevamente como nombre propio) huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días” (Apocalipsis 12, 1-6).
Lo que ve san Juan en esta visión del Apocalipsis a Nuestra Señora que se aparece con muchísima mayor frecuencia desde hace unos 200 años[4] porque viene a cuidar el cuerpo místico de su Hijo, del que nosotros somos miembros y ella ama como miembros de su hijo. Puede decirse que estos sufrimientos de María santísima acompañan a la Iglesia en dolores de parto del Cuerpo místico de Cristo
Si Nuestro Señor Jesucristo ha visto en su madre a la Mujer de antes del pecado, también San Pablo pudo referirse a ella llamándola Mujer como nombre propio.
Veamos ahora si es verosímil que Jesús haya visto a su madre como la mujer inmaculada anterior al pecado original y lícita heredera de aquel nombre propio. La primera vez que ocurre el término mujer en la Sagrada Escritura es cuando el primer hombre le impone nombre a la creatura sacada de su costado que Dios le presenta al despertarse.
Génesis 2, 21 “Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño (tardemáh) sobre el ser humano (‘el ha’adam), el cual se durmió (wayishán). Y tomo una de sus costillas, y puso carne en su lugar. 22 Entonces Yahveh Dios construyó, erigió[5] en Mujer (sin artículo) la costilla que había tomado del ser humano (min ha’adám) y la llevó ante el Adán (‘el-ha’adam). 23 Entonces exclamó el ser humano: “Esta vez ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne. A ésta se la llamará Mujer (‘isháh = nombre propio), porque del varón (me‘ish – nombre propio) ha sido tomada». 24 Por eso deja el hombre (ha’ish – n. genérico) a su padre y a su madre y se une a su mujer (‘ishtó), y se hacen un solo cuerpo[6] (lebasar ejad). 25 Estaban ambos desnudos, el Adám (ha’adam) y su mujer (we’ishtô, n. genérico) pero no se avergonzaban uno del otro” (Génesis 2, 21-23).
El hasta entonces Adán varón se reconoce a sí mismo en su semejanza y diferencia con esa nueva creatura y la llama isháh, Mujer (nombre propio) “porque del ish fue tomada. En el mismo instante el Adán varón se da a sí mismo un nombre propio nuevo “ish” = Varón, y a esa primera creatura le pone un nombre propio femenino derivado isháh.
Mientras ambos son únicos en su género, sus apelativos son nombres propios. Como si se dijera se llamará Juana porque de Juan fue tomada. Los nombres adquirirán sentido de nombres genéricos cuando sus descendientes se multipliquen.
La ishá, mantiene ese nombre propio o apelativo hasta después del pecado. Después el primer varón le da otro nombre propio o apelativo: jawáh = Eva, Madre de todos los vivientes. El hombre llamó el nombre de su mujer (“shem ‘ishtô”) Eva “Jawáh”, por ser ella la madre de todos los vivientes (Génesis 3, 20).
[Nótese que el primer varón no se adjudica, ahora, un nuevo nombre a sí mismo que lo identifique como padre de todos los vivientes. Esta omisión evidencia una abdicación de sus obligaciones de padre y un abandonarlas en manos de la jawah. Al mismo tiempo en el empoderamiento por parte de la madre hay tanto de necesidad como de apetito. De hecho, poco después en el relato, ella aparece poniendo nombre a sus hijos Caín y Abel. El varón sólo es mencionado en ambas ocasiones como progenitor pero luego se borra.
Mujer, nombre propio de María a madre de Jesús y madre de la Iglesia[7]
“La fuente bíblica más copiosa y clara de la mariología – dice el P. José María Bover – a lo menos después de los dos capítulos de San Lucas, es el llamado Protoevangelio (Génesis 3, 15)[8]. En que se presenta a María como la mujer que mantiene eterna e irreconciliable enemistad con la serpiente: la mujer de quien nace la Descendencia, que ha de luchar con la misma serpiente y le ha de quebrantar la cabeza. Por otra parte, uno de los epítetos más luminosos y fecundos, bajo el cual presenta san Pablo al Redentor, es el de Nuevo Adán.
El sencillo cotejo de estos dos elementos sugiere invenciblemente el considerar a María como la verdadera y nueva MujerIsháh tras la caída de la primera. Yo prefiero habla de la nueva, verdadera o primera Mujer, ya que Eva es el nombre que da el varón abdicador a su pareja después del Pecado.
“La concepción paulina del segundo Adán (Romanos 5, 12-21 y 1ª Corintios 15, 24-26. 44-49) del Hombre nuevo, o nuevo Adán[9] aplicada al Protoevangelio, lo fecunda y lo transfigura maravillosamentepor completo
RESPUESTA A UNA OBJECIÓN
Un buen amigo español a quien le envié estas líneas me respondió pidiéndome respuesta a una objeción que le surgió.
Me escribió así: Tenga la bondad de revisar lo que me parece haber entendido de su magistral respuesta. Si la Mujer se llama Eva por ser madre de los vivientes, la Nueva Eva es Madre de los nuevos vivientes, de los renacidos en Cristo, de la Iglesia.
A lo que le respondí lo siguiente:
Estimado amigo: En esas líneas que le envié aspiro a señalar que Mujer es nombre propio de la primera ANTES DE SU PECADO y se lo asigna el Señor a su Madre. El Señor no le asigna el nombre de Eva, sino el de Mujer. Desde ahí se me ha dado a entender que se debe pensar y argumentar. Como dice San Pablo «no más de lo que está escrito» (1a Cor 4, 6). Pero tampoco ¡nada menos! que lo que está escrito.
Al ver a la primera mujer el primer varón, inocentes ambos antes del pecado, ÉL, que viene de poner nombre a todos los seres vivientes, le pone a ella el nombre Ishah porque del Ish (y aquí se conoce a sí mismo y se aplica este nombre) fue tomada.
Algo antes, en el texto, Dios acaba de referirse como al varón inocente con el nombre propio; ish. Hasta ese momento se le había aplicado el nombre “Adam” que es un nombre específico: “ser humano”, “hombre”.
Este nuevo nombre propio ish se le da al varón, hasta entonces Adam, sólo en el versículo anterior a la creación de la mujer isháh. Dios ya lo piensa con su nombre futuro: “ish” en relación con ella. Ella es el ézer, el auxilio o la compañía, el complemento, que ha pensado Dios Trino en su intención divina para que se configure – al unirse en un solo nosotros el varón y su mujer, ‘ish con ‘isháh – en un solo nosotros. Así, el Adam, el Ser humano, el par varón-mujer, es creado a la imagen y semejanza con el Verbo y el Espíritu Santo, que son dos personas distintas (Conocimiento y amor) entre sí y dando lugar a la sabiduría del Padre, del que ambos proceden.
El varón en el estado de inocencia se conocía a sí mismo en su esencia y era capaz de contemplar la esencia de ese nuevo que le ponen delante. Por eso es capaz de aplicarse y aplicarle los mismos nombres que tenían, como proyectos, en la mente divina.
Ish e Isháh son sus respectivos nombres propios mientras dure su estado de inocencia y mientras sean la única pareja humana[10].
Eva, Jawáh, por el contrario, es un nombre que le da a su mujer caída, el varón ya caído. Y hay que notar después de declararla madre de todos los vivientes, el varón caído ya no se aplica el correlativo nombre de «padre de todos los vivientes».
De ese hecho deduzco que, después de la caída, ya no se ve a sí mismo como padre de todos. Y entiendo que a consecuencia del pecado el varón caído ha abdicado de su misión de padre. No se lo pone a sí mismo porque abdica de su paternidad. Como al parecer sucede con los hijos de Adán que abdican de sus misiones racionales cuando abdican, ofuscados por sus pasiones animales, del uso de razón para gobernar la tierra y la sociedad.
Y eso lo confirma algo más adelante el texto revelado, porque el Adám varón, el Ish caído, sólo es mencionado para engendrar, pero no para poner nombre a sus hijos, cosa que deja a la madre o que ella, por ser la mujer caída, ejerce por sí misma, conculcando el derecho o supliendo la deserción del varón abdicador.
Eva (Jawáh) es pues, un nombre muy distinto del de Isháh. Y parece que no hay intención divina por rescatarlo. Sí se manifiesta, por el contrario, la intención divina de rescatar el nombre anterior, Isháh, que fue nombre propio de la primera hasta el pecado y que vuelve ahora a aplicarse a la Madre de Jesús.
Por algo el Señor no le atribuye a su madre el nombre de Eva sino el de Isháh. ¿Van acaso algunos exegetas y teólogos a ver mejor que el Señor quién es su madre? Una vez más: María es recreada como la isháh de un nuevo comienzo, de una nueva creación y una nueva humanidad. No es una nueva Jawáh madre de una humanidad caída. Eva es el nombre de hombre carnal aún no redimido y lo seguirá siendo. No hay en la Sagrada Escritura rastros de que se intente rescatarlo.
Es lo que veo, según mis alcances, en el texto revelado. Pero quizás sean sutilezas que no conviene entrar a explicar. Y temo ir más allá de lo que los límites de mi conocimiento, aconsejan a la prudencia.
El hecho es que, a los pies de la Cruz, a la Madre de Juan, primogénito de la nueva humanidad nacida del Padre, Jesús no le dice Eva ahí está tu hijo, sino Mujer ahí tienes a tu hijo, tu primogénito. Quizás así dejo más clara mi intuición.
La Mujer Inmaculada y la re-generación de la Mujer
Desde la Cruz el Hijo de Dios le anuncia a su Madre “Mujer he aquí a tu hijo”.
La Inmaculada va a engendrar a la Iglesia. Su progenie, promete Dios, aplastará la cabeza de la Serpiente.
Esta promesa incluye el misterio de la regeneración de la Mujer, de toda mujer, por la maternidad de María Inmaculada. La Iglesia se va a formar por la multitud de las mujeres re-generadas, re-engendradas por Dios. Hijas de Dios Padre por la maternidad ejemplar de María Inmaculada. Hijas de Dios y Esposas del Cordero.
Templos del Espíritu Santo como María.
El Velo, signo exterior de la inhabitación del Espíritu
Esta inhabitación del Espíritu Santo en la nueva mujer bautizada lo expresó la Iglesia a través de los siglos mediante el velo de la mujer. El velo cubre y esconde la gloria del Espíritu que la habita. Para esa inhabitación fue creada mujer y regenerada hija de Dios para Esposa del Cordero.
[1] Gynai, forma vocativa de gynê-gynaikós y lo mismo en 19, 26
[2] Genómenon ek gynaikós (Gálatas 4,4). Adviértase que también los nombres propios se declinan y tienen formas vocativa, genitiva etc.
[3] También San Pablo ve al cuerpo místico de Cristo siendo engendrado y la creación entera gimiendo como en dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios (ver Romanos 8, 22)
[4] Véase la conferencia del Prof. Dr. Javier Paredes (catedrático de Historia contemporánea) en You Tube: https://youtu.be/YpMAKBUULS0 (sobre Garabandal y otras apariciones marianas desde 1800 a nuestros días.
[5] Erigir, tiene dos acepciones en diccionario de la Academia que pueden estar contenidas en el verbo hebreo banáh. Una es construir un edificio, otra es “fundar, instituir o levantar, un templo, una estatua (es decir algo solemne y particularmente digno y especial). O en segunda acepción: “constituir una persona o cosa con un carácter que antes no tenía” y ejemplifica: un territorio en provincia. En nuestro caso se construye a la mujer, erigiendo la costilla en mujer.
[6] Por eso San Pablo habla de que la esposa es el cuerpo del esposo y debe cuidarla como a su propio cuerpo. Y por eso ve Pablo a la Iglesia esposa de Cristo como el cuerpo místico del Cristo Esposo. “Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo; antes bien lo alimenta y lo cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su esposa como a sí mismo; y la mujer que respete a su marido” (Efesios 5,28)
[7] Seguimos aquí su obra: Teología de San Pablo, Libro IV Derivaciones Mariológicas, Edit. BAC, Madrid, 1967, páginas 381 y siguientes
[8] Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él (Hebreo hu’ = él. Vulgata: ipsa = ella) te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar. [Nótese que la vocalización masorética del texto hebreo data del siglo X y proviene de textos modificados por el sínodo rabínico de Jamnia. La Vulgata latina de San Jerónimo es testigo de un texto hebreo anterior que se leía como femenino: hí’ = ella te aplastará la cabeza].
[9] Romanos 5, 12-21 y 1ª Corintios 15, 24-26. 44-49
[10] Una vez más: los nombres propios no llevan artículo determinante porque por aludir a un individuo determinado no necesitan otra partícula determinante.
Muchas gracias padre Bojorge por compartir con nosotros esta nueva luz que Dios le da y que le permite comprender con más profundidad lo que la Virgencita es para Dios, su padre, para Jesus, su hijo, y para todos los que sean capaces de entenderlo.
Que Dios lo bendiga, padre querido.