Ponte en oración y pídele al Señor que te ilumine
para conocer dónde está esa brecha. Ese punto débil de tu alma por donde entra
el tentador sin que te des cuenta hasta que ya te invadió y venció. Por cierta experiencia de tratar con almas buenas como la tuya y tentadas como lo estás tú, te expongo algunas posibilidades generales, para ayudarte en tu examen del alma.
Y para ayudarte a examinar te voy a explicar en general cómo
es que el demonio ataca a la mujer (recuerda que es su enemigo, según nos dice
el Señor en Génesis 3, 15). Si sigues leyendo los versículos 16 y 17 verás
cuáles son las penas del pecado original, las dos brechas por donde sufren un
perpetuo conflicto interior las hijas de Eva como penas que son consecuencias
del pecado original. Darás a luz tus hijos con dolor. Tu deseo irá hacia tu esposo, pero él te dominará (o se te podrá morir, o podrá traicionarte). Esto te lo expliqué la vez pasada y lo explico en la entrada de mi blog sobre la violación del alma de la mujer por la serpiente. https://elblogdelbuenamor.com/2013/01/la-serpiente-y-la-tentacion-la-mujer.html
Esas dos penas consisten en que justamente en el ser madres y esposas, que
es la destinación divina y que las haría plenamente felices, las hijas de Eva encuentran allí mismo ahora la
fuente de sufrimientos. La pena consiste en que se ha originado en su alma un conflicto entre el amor a los hijos y al
esposo y su amor a sí mismas. Porque si tengo que sufrir por ser madre y
esposa, entonces el sufrimiento puede llegar hasta a disuadirme de querer ser esposa
y madre.
La maternidad me exige una abnegación de mí misma que si no
fuera porque llevo inscrito en mis entrañas el deseo imperioso de la maternidad
como realización de mí misma, terminaría por no querer ser madre, o no tener más hijos.
Si mi esposo me dominará (miedo) o se me morirá (tristeza) o
me contrariará, desilusionará, o no me complacerá o me traicionará (ira),
entonces entra en conflicto mi amor de esposa con el amor a mí misma.
El amor de madre y esposa, que es ahora el principal motivo de mis preocupaciones, temores, tristezas y enojos, era por el contrario, antes del
pecado original, un puro «éxtasis» es decir un salir la mujer de
sí misma que la hacía feliz al entregarse sin miedo a su tarea de madre y
esposa.
Después del pecado original, cuando el varón ya no es más el Adán inocente, sino un ser mortal y pecador, surge un cálculo en la medida del darse y
del servir. Surge un límite que el amor propio le pone a la capacidad de servicio
y entrega. La mujer se inclina a querer ejercitar el servicio ¡dominando! Su
voluntad propia se convierte en obsesión, en capricho, se hace inflexible. Y
cuando se ve contrariada por los hechos, la sumerge en tristeza por su
impotencia o en ira por la contrariedad o la contradicción.
Ora pues como esposa de Cristo al Esposo de tu alma para que
te bañe interiormente con su Luz y te muestre si es que hay en ti una voluntad
contrariada por lo que te entristeces y enojas, al ver que no puedes hacer lo
que quieres.
Examina dónde, cuándo y cómo pierdes la dicha de la entrega
sin condiciones y empiezan tus reivindicaciones, tu
centrarte en ti misma y en tu voluntad, tu sentirte
contrariada y por eso triste unas veces y llena de ira otras.
Examina cuáles son tus deseos. Puede ser que muchos de
ellos, aunque parezcan buenos, y hasta siendo buenos, dado que te vuelven sobre
ti misma en el intento de realizarlos, se convierten en la fuente y la causa de
tus tristezas y enojos y miedos.
En tu situación no es de extrañar que surja el deseo de la
plena independencia y capacidad de auto-gobierno de su familia que le da a la
mujer tener su casa propia. Es una aspiración legítima, me dirás. Sí lo es.
Pero se convierte en un cáncer del alma cuando se le sacrifica a ese medio, los
fines para los que está la casa: el marido, los hijos. Se convierte en un
cáncer del alma cuando el deseo saca al alma de su actitud de servicio, de
amor, de entrega, no sólo al marido, sino a los demás miembros de la familia, y
la hace compadecerse de sí misma por la contrariedad, por la impaciencia, o sea
la falta de paciencia. La vuelve sobre sí misma y sin darse cuenta, la aparta
de la actitud de servicio amoroso, para ponerla en actitud de mirarse a sí
misma.
La casa es un medio, no un fin. El fin son los amores que
puede albergar una casa. Pero la casa es un reflejo exterior del alma de la
mujer. Porque es ella la que alberga a los demás en su amor a los demás. Lleva
a los que ama en su corazón. Pero cuando su corazón se llena de sí misma,
entonces, el mal caudillo conquista la plaza.
Mis reflexiones se quedan a medio camino. Pero puede ser que
te iluminen si las consideras y comentas con el Esposo de tu alma, Jesucristo,
y le pides humildemente que te ilumine el alma para conocer la brecha por donde
te asaltan los demonios del miedo, la tristeza, la ira.
¿Miedo a no tener nunca una casa propia? ¿Tristeza por no
poder tenerla todavía? ¿Ira por un esposo que es incapaz de dártela aún?
Sospecho que por ahí puede andar la cosa.
Bendiciones y luz para tu alma y la de tu esposo. Ábresela
totalmente, como aconseja san Ignacio en la regla 13 de la serie de primera
semana de ejercicios, porque el enemigo trata de que no lo hagas: «se va a
enojar», «no te va a entender», etc.
La decimotercera. Asimismo se hace como vano enamorado en
querer ser secreto y no descubierto. Porque así como el hombre vano, que
hablando a mala parte, requiere a una hija de un buen padre, o una mujer de
buen marido, quiere que sus palabras y suasiones [=sugerencias, sugestiones]
sean secretas; y al contrario le desplace mucho, cuando la hija al padre, o la
mujer al marido, descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque
fácilmente colige [=entiende] que no podrá salir con la empresa comenzada: de
la misma manera, cuando el enemigo de la naturaleza humana trae sus astucias y
suasiones [=sugerencias, sugestiones]] al ánima justa, quiere y desea que sean
recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a
otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa;
porque colige [=comprende] que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser
descubiertos sus engaños manifiestos»
Y por fin, para que veas lo importante que es para la propia
felicidad atender a los deseos, dolores y necesidades ajenos más que a los
propios, te recomiendo que leas la reflexión de Carlos Caso-Rosendi sobre la
pregunta de San Bernardo a Jesucristo en este link
Padre Horacio