Y el truco engañoso le resulta cuando la mujer no tiene discernimiento para darse cuenta de que padece una tentación contra el esposo. Por eso, en parte,al espíritu malo hace libremente su juego cuando esposo tampoco distingue entre su esposa y el mal espíritu que la mueve.
Mientras tú no disciernas, no podrás enseñarle a ella a discernir, es decir a distinguir entre ella misma y la tentación a la que le presta oído. Tienes que poder hacerle ver, cariñósamente, esa inclinación a atribuirte intención ofensiva, que muestra una duda y una inseguridad hacia tus sentimientos más profundos hacia ella.
Ella no se da cuenta con qué facilidad vuelve una y otra vez a poner en duda tu amor. Y cómo pareciera olvidar la historia de la amistad entre ambos, y los demás signos inconfundibles de tu amor que le das cotidianamente entregando tu vida por ella en el trabajo. La tentación la hace mirarte como si la relación se juzgase por lo que sucede en un momento fugaz y en un acto puntual: un tono de voz, un gesto de impaciencia…
Pero tienes que aprender a distinguir ese espíritu y hacerle caer en la cuenta de su actitud de duda. Y tienes que hacerlo no para ahorrarte tú el sufrimiento que te produce con esas acusaciones y reproches, por su ignorancia, sino para mostrarle que quieres ayudarla en algo que le hace mucho daño; o sea la inseguridad de ella hacia el amor que hay en ti. Que tu amor está más allá de esos signos que ella rechaza. Que también tú necesitas que ella te ayude a ti, pero que no te ayuda enojándose contigo, sino que esperas que te ayude con su comprensión y su ternura. Y que eso permitirá que ella reciba de su esposo aquella ayuda que ella necesita. Que se necesitan los dos en gracia. La discusión es cosa del mal espíritu entre esposos. Es siempre una victoria del enemigo de los esposos y del amor esponsal, imagen del amor divino.
Y este reclamo, si lo haces amorosamente, tiene el efecto de un verdadero exorcismo, porque en la ternura del esposo hay una luz que, muchas veces, disipa las tinieblas.
No te desanimes. Cuando no se pueda hablar, cállate y exorciza.
¡Y no pidas perdón como hiciste en este caso! Solamente pide perdón cuando realmente hayas ofendido, y no simplemente cuando fue inducida por su mal espíritu a inculparte.¡No le pidas perdón a su mal espíritu! Eso no te ayuda a tí, ni la ayuda a ella, a reconocer la acción del mal espíritu en el espíritu de ella.
Por el contrario, aprovecha el momento de su pedido sincero de perdón, que es en el fondo un pedido de ayuda, para explicarle por qué no te ofendes.
En cambio, si tú le pides perdón cuando no le has dado motivo verdadero de ofensa, la sumerges en su propia confusión y la dañas. No es humildad pedir perdón en esos casos.
Explícale cariñosamente que tú entiendes lo que le pasa. Eso iluminará su inteligencia. Por supuesto, maneja por ahora con cuidado el lenguaje.Evita hablar con ella de «mal espíritu» o «exorcismo». Porque su inteligencia de la fe aún no está preparada para no asustarse o escandalizarse con esos términos. Por ahora háblale de “tentación”. Dile, en esos momentos de arrebato en que su enemigo la asalta, que tú entiendes que está tentada contra ti y que esa tentación la daña a ella más que a ti, porque la priva de la confianza en su esposo y del amor que le tienes. Al juzgar a la serpiente, después del pecado original, el Señor le pone como pena la enemistad entre ella y la mujer: «Yo pondré enemistad entre ti y la mujer». Es una pena para la serpiente. Pero es también dramático para la mujer, tener como enemigo al Padre de la mentira y al enemigo de la vida. Ella, toda hija de Eva, sufrirá bajo esa enemistad y odio de Satanás. Es una pena para la Serpiente, pero es también en parte una pena para la hija de Eva, puesta en la disyuntiva de servir de aliada a la Serpiente o a Dios.
Padre Horacio