Día segundo
José Luis (así le llamaban sus compañeros cristeros), con apenas 13 años de edad, se había enrolado en las filas del glorioso ejército de los cristeros, que defendían su fe y proclamaban que Cristo era Rey de su Patria, por encima de la opresión que el gobierno de Plutarco Elías Calles ejercía sobre todos los católicos mexicanos. Eran los tiempos de la persecución religiosa y de los mártires de Cristo Rey.
“Me han hecho prisionero porque se me acabó el parque, ¡pero no me he rendido!”, dijo el valiente niño cristero al general Anacleto Guerrero, cuando esa tarde lo llevaron ante su presencia, en el cuartel de Cotija. Normalmente, los soldados del gobierno fusilaban o colgaban de los árboles de la plaza o de los postes de telégrafo a todos los cristeros que capturaban vivos. Actuaban así para asustar y escarmentar a los pacíficos ciudadanos y a todos lo que apoyaran la causa cristera.
Día tercero
“Tú lo que eres es un mocoso que no sabe en lo que te están metiendo. ¿Quién te manda combatir al gobierno? ¿No sabes que eso es un delito que se paga con la muerte?”, lo reprendió el general callista, en tono amenazador. A continuación, en vez de fusilarlo como a los otros cristeros aprehendidos en el combate, mandó meter a José Luis en la cárcel de Cotija para hacerlo reflexionar y asustarlo, pensando que así dejaría la causa cristera. Ya había pensado que al día siguiente se lo llevaría prisionero a Sahuayo, su lugar natal, para presionar a sus familiares y darle un escarmiento al pueblo católico. Pero Dios tenía también otro plan para valerse de su futuro Mártir y recibir la gloria que solamente a Él le es debida.
Día cuarto
Durante aquella persecución religiosa en México, se dieron casos conmovedores de martirios heroicos, como este niño José Sánchez del Río.
José tenía apenas 14 años en 1928 cuando los soldados del gobierno lo tomaron prisionero cerca de Cotija, después de un combate. Lo condujeron a su pueblo natal, Sahuayo, donde los soldados del gobierno intentaron hacerle renegar de su causa cristera e incluso que se pasara a su bando para luchar contra los cristeros. José siempre rechazó indignado todas esas propuestas. Después de los vanos intentos, decidieron acabar con él.
Día quinto
Primero lo torturaron cortándole las plantas de los pies, para después obligarlo a caminar con sus pies sangrantes por las calles empedradas del pueblo hasta el cementerio, donde finalmente lo remataron. Mientras lo conducían los soldados hacia el camposanto, el niño cristero no cesaba de aclamar a Cristo Rey ante el asombro y rabia de los soldados, y la admiración del pueblo que presenció su martirio. Mientras caminaba hacia el suplicio, como otro Cristo, iba dejando las huellas de sangre por el camino. Al llegar al lugar, lo colocaron al lado de una zanja, mientras él seguía gritando vivas a Cristo Rey. Entonces se abalanzaron unos esbirros contra él y lo cosieron a puñaladas y a tiros. Cayó en el hoyo y lo taparon, retirándose después satisfechos de su hazaña. Todo en presencia de sus padres.
Día sexto
No pensemos que se trata de un hecho aislado, porque casos como el del niño José Sánchez del Río son conocidos por centenares en los lugares donde se desarrolló la epopeya de La Cristiada. Se guardan en la memoria fiel de los viejos, quienes entonces eran niños o jóvenes cuando ocurrieron los hechos, y también fueron transmitidos de boca en boca a las siguientes generaciones para que no olvidaran el testimonio de sus mayores. Muchos valientes mártires cristeros de toda edad y condición social, niños, jóvenes y adultos, ofrecieron generosamente su sangre por confesar a Cristo y defender la libertad religiosa, y esto ocurrió principalmente en los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Colima, Zacatecas, Coahuila, México, Durango, Tabasco y Guerrero, que son los lugares donde la persecución fue más violenta. En aquellos años difíciles, la idea de ser Mártir por Cristo Rey era común y no era extraña a la gente.
En aquel entonces la gente tenía bien clara la idea del martirio, y a lo que se exponían los cristeros. Decía un testigo que ha vivido la persecución: mi pobre madre, que en paz descanse, doña Petra Rivas, que era muy cristera y llevaba ropa y alimentos a los sublevados, me decía a mí: “Yo quiero un hijo Mártir. ¿Por qué no te vas con ellos?” Yo le respondía: -Mamá, yo no sirvo para eso ni sé montar a caballo; basta con que yo sea confesor.
Día séptimo
¿Cómo se explica tanto amor y valentía en este niño?
En su casa conoció la pobreza y el trabajo desde pequeño, pero sobre todo, creció rodeado de unidad familiar y de los valores cristianos que dan sentido a la vida: la fe, la caridad hacia propios y extraños, concretados en una piedad sólida que le transmitieron sus padres. Desde que hiciera su Primera Comunión, José había tomado la decisión de cultivar una amistad sincera y fiel con Jesús.
Tomemos plena conciencia de la importancia de defender las familias. De no dejarnos desarticular por costumbres que degradan y desintegran las familias cristianas.
Día octavo
José veía a los valientes cristeros que pasaban veloces en sus caballos por las calles de su pueblo, les oía gritar con gallardía: ¡Viva Cristo Rey!, ¡viva la Santísima Virgen de Guadalupe!, escuchaba los relatos que contaban los mayores sobre sus hazañas en el campo contra los perseguidores de Cristo. ¡Él también soñaba en irse con ellos para defender los derechos de Cristo Rey en su patria!
Pero había un problema: sus papás no se lo permitían debido a su corta edad. José no se desanimó, y tanto insistió que, después de escribir varias veces, con apenas 13 años, logró que le permitieran enrolarse en las fuerzas cristeras que luchaban al mando del general Prudencio Mendoza, jefe de los cristeros de la zona de Cotija y sus alrededores.
El general Mendoza, viendo la resolución y ánimo de José por ser cristero, lo admitió finalmente en la tropa. Durante los primeros siete meses no le fue permitido usar armas, pero sirvió como ayudante de los soldados cristeros. José era bastante apreciado en la tropa cristera porque desde el inicio se distinguió por su servicialidad. Se le veía por todos lados del campamento, engrasando las armas, friendo los frijoles de la comida, cuidando que a los caballos no les faltara agua y pastura. Servir es reinar. La grandeza de alma radica en el fervor con que se sirve en las cosas más humildes e insignificantes. Ello prepara a los héroes y Mártires.
Día noveno
A su mamá, que con razón se oponía a sus deseos de ir a la lucha, debido a su corta edad, José le respondía: “Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”.
El general Prudencio Mendoza se movía con sus soldados cristeros por diversos puntos de Michoacán para emprender acciones de guerra, y viendo que era muy peligroso para la corta edad de José, lo dejó a las órdenes y cuidado del jefe cristero Luis Guízar Morfín, y José le sirvió como ayudante de campo.
Desde el primer momento que entró como cristero, José se mostró valiente y leal con sus jefes, participando en la vida de privaciones que llevaba la tropa, durmiendo a veces en cuevas o en medio de tupidos bosques y comiendo la escasa comida compuesta de frijoles y tortillas, muchas veces endurecidas y frías, pues no siempre era posible preparar fogatas para calentar con calma los alimentos.
Con los demás cristeros, José rezaba todas las noches el Santo Rosario a María Santísima, antes de acostarse y descansar de la dura jornada. Era una vida de sacrificios y privaciones por amor a Cristo Rey y su Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe. ¡Viva Cristo Rey!
Como conclusión de la novena, se lee un complemento final de su vida que colocamos seguidamente y se finaliza con el rezo del Santo Rosario, pidiendo la intercesión del Beato José y todos los mártires de México, para que Cristo Reine en el corazón de cada mexicano, en cada familia, en todo México y en el mundo entero.
José Sánchez del Río fue el tercero de cuatro hijos del matrimonio de Macario Sánchez Sánchez y María del Río. Al estallar “la Cristiada”, sus dos hermanos mayores, Macario y Miguel, se alistaron en las filas de defensa de la libertad religiosa en la región de Sahuayo. Pero a José no lo admitieron debido a su corta edad. Él insistió mucho en ser admitido en las filas cristeras. Su madre se oponía, pero José le respondió: “Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el Cielo”. Fue a Cotija –en su estado natal– para entrevistarse con el general “cristero” Prudencio Mendoza. El General después de muchos ruegos lo admitió. Además de servir a la tropa, pronto José se convirtió en su clarín y abanderado. Como el gobierno perseguía a los familiares de “los cristeros”, José, para proteger a su familia que era conocida y de dinero, hizo que todos sus compañeros lo llamaran José Luis.
En un enfrentamiento con las federales, el 6 de febrero de 1928, casi lograron tomar prisionero a Guízar Morfín porque le mataron el caballo; pero José, bajándose del suyo, se lo ofreció: “Mi general, tome usted mi caballo y sálvese; usted es más necesario y hace más falta a la causa que yo”. El general Guízar pudo escapar, pero los federales apresaron a José y lo llevaron a la cárcel de Cotija, donde escribió a su madre y de alguna manera logró hacerle llegar la carta. Al día siguiente, martes 7 de febrero, fue trasladado a Sahuayo y puesto a disposición del diputado federal Rafael Picazo Sánchez (de no grata memoria), quien le asignó como cárcel el templo parroquial de Santiago Apóstol convertido en establo y gallinero. Picazo le presentó varias oportunidades para huir: le ofreció dinero para que se fuera al extranjero, y luego le propuso mandarlo al Colegio Militar. Con la condición que renegara de su fe y José, sin titubear, lo rechazó. Picazo sabía que los Sánchez del Río tenían dinero porque había sido su vecino y compadre, así que les pidió cinco mil pesos en oro para que rescataran a José. Don Macario Sánchez de inmediato trató de juntar esa cantidad, pero cuando José lo supo, pidió a su familia que no pagaran el rescate porque él ya había ofrecido su vida a Dios.
Esa primera noche de prisión en la parroquia, contempló cómo se profanaba el templo. Ahí se verificaba todo tipo de desórdenes y libertinajes de la soldadesca; además servía de albergue al caballo de Picazo, y el presbiterio era el corral de sus finos gallos de pelea que le habían costado muchísimo dinero y lo había mandado traer del extranjero. Ya entrada la noche, José, lleno de santa indignación por la profanación del templo, logró desatarse, mató a los gallos uno por uno estrangulándolos y los colgó, cegó al caballo y volvió a su rincón. Al día siguiente Picazo se enfrentó a José lleno de rabia e indignado. José respondió: “La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales”. Y al ser amenazado, José respondió: “Estoy dispuesto a todo. ¡Fusílame para que yo esté luego delante de Nuestro Señor y pedirle que te confunda!”. Ante esta respuesta uno de los ayudantes golpeó a José en la boca sangrándosela.
El viernes 10 de febrero lo trasladaron al Mesón del Refugio, donde le anunciaron su muerte. Escribió para que su tía Magdalena le llevara la Sagrada Comunión. A las once de la noche le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo obligaron a caminar a golpes hasta el cementerio. Los vecinos escucharon cómo José iba gritando por el camino: “¡Viva Cristo Rey!”. Ya en el panteón, el jefe de la escolta ordenó que lo apuñalaran. A cada herida José volvía a gritar: “¡Viva Cristo Rey!”. Por crueldad le preguntaron si quería enviar un mensaje a su papá. José respondió: “¡Que nos veremos en el Cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”. Para acallar aquellos gritos, el jefe sacó su pistola y le disparó en la cabeza. José cayó bañado en sangre. Eran las once y media de la noche del viernes 10 de febrero de 1928.
Uno de los testimonios del martirio fue la carta que José envió a su madre el lunes 6 de febrero de 1928, en la cual dice:
“Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir; pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica. Antes, dile a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico, y tú haz la voluntad de nuestro Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba”.