GOEL:
EL DIOS PARIENTE POR ALIANZA:
ELECCIÓN, AMOR, MISERICORDIA, FIDELIDAD,
RELIGIÓN Y PARENTESCO
En todas las religiones y culturas el epos funda el ethos. El epos es la narración de los orígenes y del pasado, la teogonía, el relato de los orígenes, tiene una función de hermenéutica existencial, es decir cultural y pretende arrojar luz y decir algo significativo y orientador para el presente. Algo que inspira y orienta el obrar humano: ethos.
En la revelación que nos trasmiten las Sagradas Escrituras, el obrar de Dios, del Dios de la Alianza, es el fundamento, el modelo ejemplar y el precedente posibilitante a la vez, de la moral y de la cultura de la Alianza (ethos).
Ahora bien, esa conducta divina se define, en la revelación bíblica, por dos atributos divinos: Jen gracia y Jésed amor y misericordia. Por gracia y misericordia Dios elige, ama y se vincula. Jen y Jésed son las dos virtudes del antes y después de la Alianza, las virtudes del Dios de la Alianza.
Y como la Alianza debe perdurar y perpetuarse fielmente, otro de los atributos divinos que tienen su paralelo en el amor humano, cuando es puro, es su fidelidad, su ‘emuná.
El Nosotros divino-humano al que pertenece Dios con los hombres, como veremos, tiende a expandirse y universalizarse, por ejercicio de gracia y misericordia, primero dentro del pueblo mismo de la Alianza y después a nivel de toda la Humanidad. “En ti serán bendecidas todas las naciones” le anuncia Dios en el momento de elegir a Abraham[1].
Insisto en señalar que jen y jésed, gracia y misericordia, así como Go’el = pariente, ‘emunáh, fidelidad, son, en el ámbito de la religión y cultura bíblica que los acuña, términos que pertenecen a la vez al ámbito de las relaciones religiosas (es decir divino-humanas) y al ámbito de las relaciones familiares y sociales (es decir inter-humanas). Jen y jésed son atributos divinos tanto como virtudes esponsales que unen por elección y amor a los esposos, y son también las virtudes que han de regir todas las relaciones de parentesco nacidos de la alianza esponsal y entre los miembros de la tribu y del clan.
Pertenece pues a la naturaleza misma de las religiones y correlativas culturas bíblicas, el hecho de que las relaciones entre los hombres y las relaciones entre Dios y los hombres se conciben como análogas y se expresan mediante los mismos vocablos por ser categorías comunes: jen (gracia, elección y dilección) y jésed (amor, misericordia) ‘emunáh (fidelidad, sinceridad).
Este hecho pone de manifiesto que la revelación bíblica ha tenido su lugar fontal y privilegiado en el ámbito de las relaciones interpersonales, primero interhumanas, humano-divinas y por fin divino-humanas.
Si queremos dar un paso más, podemos comprender que por este mismo hecho, Dios fundamenta con sus epifanías en el Amor, lo que ha de ser la conducta del amor verdadero entre los hombres, y que, con esa epifanía, establece las normas del amor en su pueblo elegido.
De ahí que la relación esponsal y las relaciones familiares de parentesco derivadas, cuando se ajustan al modelo de la conducta divina, sean la más perfecta epifanía divina y el punto de inserción de Dios en la historia del pueblo de Israel. Una historia que culmina con la Encarnación, la efusión del Espíritu Santo y la comunión en la vida eterna. Una revelación en la que Dios comienza mostrándose como pariente del clan y que culmina elevando al hombre al parentesco divino, previa divinización de su amor esponsal humano.
Dios Padre de quien toma origen todo parentesco o sociedad
Esta misma visión es la que subyace al dicho de San Pablo en un pasaje que a los traductores no les resulta fácil entender y por eso traducir y del que, a la luz de lo que vengo exponiendo, me atrevo a proponer de acuerdo con la siguiente traducción: “doblo mis rodillas ante el Padre (en griego patér), de quien toma su nombre todo linaje (en griego: patriá[2]) en los cielos y sobre la tierra”[3].
Traduzco patriá como linaje, y no como patria, ni como paternidad, ni como familia, que son las traducciones más comunes.
Volviendo al dicho de Pablo, hay que entender, pues, que Pablo sostiene que en Dios Padre está la fuente de todo parentesco originado en un padre común, como lo es Adán para toda la humanidad. En la visión bíblica, pues, la vinculación religiosa de Adán con Dios, es anterior a cualquier vinculación de alianza, matrimonio, parentesco, comunión o asociación entre los hombres.
De donde se sigue que, quitado el Padre, se derrumban, fragmentan y diluyen las todas las vinculaciones entre los hombres y se repite, inevitablemente, el drama preanunciado por el relato de Babel.
[1] Génesis 12, 3
[2] La palabra griega patriá, aparece en el Nuevo Testamento solamente aquí y en Lucas 2,4 y Hechos 3, 25, citando Génesis 12,3. más la traducen unos como patria, otros como familia,
[3] Efesios 3, 14-15