LA SUPREMA EPIFANÍA DE DIOS:
LAS RELACIONES INTERPERSONALES (1)

PORQUE DIOS ES AMOR, TODO AMOR ES DE ORIGEN DIVINO
POR LO TANTO SANTO O SAGRADO
Dije antes que Mircea Eliade reconoce que no hay dimensión de la naturaleza o del cosmos que no haya sido o no pueda ser considerada, en un momento u otro, por uno u otro grupo humano, como una epifanía, como una manifestación de la divinidad, de su dynamis o de su gloria. Dios se revela ubicuamente.
Quiero someter ahora a su consideración un hecho: cómo la hierofanía más perfecta se da en las relaciones interpersonales. Con lo que, mostrándose Dios en lo que el hombre vislumbra que es la gloria del amor, comienza a revelar Su esencia divina como Amor, para culminar, por la encarnación del Verbo, invitando al hombre a sumergirse en Dios por una comunión de Amor.

Reenlazo, pues, ahora mi discurso con aquellas afirmaciones iniciales sobre el carácter religioso de la familia en la religión del Antiguo y del Nuevo Testamento, y quisiera fundamentarlas, a continuación, en una ulterior presentación de la revelación de Dios como Dios pariente, Go’el en hebreo, y finalmente como Dios Padre de Jesucristo y nuestro. Aspiro así a mostrar que, primero la santidad y por fin la sacralidad del matrimonio y la familia, son las característica de la religión católica y su fundamento.
Por el mismo hecho, queda de manifiesto que la así llamada profanación y trans-sacralización de la sociedad y la familia, no es otra cosa que idolatría del hombre, y que destruye por su base el fundamento religioso del matrimonio y la familia bíblica desde su origen a su culminación.

Los cielos proclaman la gloria de Dios
y el firmamento la obra de sus manos

Antes de pasar a ocuparme de la epifanía privilegiada del Dios Pariente y Padre, que tiene lugar en el orden de las relaciones interpersonales, quiero detenerme en señalar que eso no significa la abolición de los demás ámbitos de las epifanías de Dios en la naturaleza.
Como ha observado Mircea Eliade, el Dios bíblico, llámese ‘El-Shaddái (Dios de la Montaña) o Yahvé (Yo soy el que soy y estoy), es también un Dios uránico (celestial), como lo es el Ba’al cananeo, su principal rival histórico en la diatriba profética. Sus rasgos uránicos: montañeros, solares, de señorío sobre el poder de los elementos, son frecuentemente acentuados en los textos bíblicos, y sin embargo, no son, como me importa subrayar, ni los exclusivos, ni los más importantes y decisivos ni los más característicos suyos.
Yahvé manifiesta su poder en la tormenta; el trueno es su voz, y al rayo se le llama «el fuego» o «las flechas» de Yahvé . También se refiere al rayo la espada de fuego de los ángeles guardianes de las puertas del paraíso, luego de la caída . El Señor de Israel, cuando transmite las leyes a Moisés, se anuncia por «el trueno, el rayo y una humareda densa» . «La montaña del Sinaí estaba envuelta en humo porque Yahvé había bajado en medio del fuego…» .
Débora recuerda, llena de temor religioso, cómo «tembló la tierra, se agitaron los cielos y se fundieron en agua las nubes» al paso del Señor . Yahvé advierte su llegada a Elías por una «gran tempestad que rompía los montes y hendía las rocas: el Señor no estaba en la tempestad. Después de la tempestad hubo un terremoto: el Señor no estaba en aquel terremoto. Y después del terremoto, un fuego: el Señor tampoco estaba en aquel fuego, y tras el fuego, un murmullo dulce y leve» . Cuando Elías suplica al Señor que se mues¬tre y que confunda a los sacerdotes de Ba’al, el fuego del Señor cae sobre los holocaustos del profeta .
La zarza ardiendo del episodio de Moisés , la columna de fuego y las nubes que conducían a los israelitas en el desierto son epifanías yahvistas. Y la alianza de Yahvé con la descendencia de Noé, que se salvó del diluvio, se manifiesta por un arco iris: «He puesto mi arco iris en la nube y él servirá de señal de alianza entre yo y la tierra» .
Igualmente pertenecen a la simbología uránica las nubes que manifiestan y ocultan la presencia divina en el desierto y en el Templo. La Shekhináh del Santuario y las nubes sobre las que viene caminando el misterioso Hijo del Hombre de la visión de Daniel 7.
Esas hierofanías celestes y atmosféricas manifiestan ante todo el «poder» de Yahvé, cosa que no ocurre en las demás divinidades de la tormenta: «Dios es grande por su poder. ¿Quién podrá enseñar como él?» . «Empuña el relámpago con la mano…se anuncia por el estrépito de un trueno… (ante este espectáculo) mi corazón tiembla, salta fuera de su sitio. ¡Oíd! ¡Oíd el retumbar de su voz, el trueno que sale de su boca! Lo hace rodar por toda la extensión de su cielo, y su rayo brilla hasta los confines de la tierra. No retiene al relámpago en cuanto suena su voz. Dios truena con su voz de manera maravillosa…» . El Señor es el único y verdadero dueño del cosmos. Puede hacerlo todo, aniquilarlo todo. Su «poder» es absoluto; por eso tampoco su libertad conoce límites. Soberano indiscutido, mide su misericordia o su cólera a su antojo, y esa libertad absoluta del Señor es la revelación más contundente de su trascendencia y de su absoluta autonomía; porque «nada ata» al Señor, nada le obliga, ni siquiera las buenas obras y el respeto de sus leyes.

Epifanías históricas: Dios gobierna la historia: su poder creador fundamenta la ley natural
De esta intuición del «poder» de Dios como única realidad absoluta, – observa Mircea Eliade – parten todas las místicas y todas las especulaciones ulteriores en torno a la libertad del hombre y a las posibilidades de su salvación por el respeto de las leyes y por una moral rigurosa. Nadie es «inocente» delante de Dios. Yahvé ha concertado una «alianza» con su pueblo, pero su soberanía le permite anularla en cualquier momento. Si no lo hace, no es en virtud de la fuerza vinculante de la «alianza» (nada puede «ligar» a Dios, ni siquiera sus propias promesas), sino por su bondad infinita [es decir por su fidelidad a sí mismo, que en otras palabras es su justicia y brilla en su amor y misericordia].
Yahvé aparece, en toda la historia religiosa de Israel como Dios del cielo y de la tormenta, creador y todopoderoso, soberano absoluto y «Señor de los Ejércitos», [pero también se revela actuando históricamente como] apoyo de los reyes del linaje de David, autor de todas las normas y de todas las leyes que permiten que la vida continúe sobre la tierra. La «ley», cualquiera sea su forma, encuentra su fundamento y su justificación en la revelación de Yahvé. Pero a diferencia de los demás dioses supremos, que no pueden actuar en contra de las leyes , Yahvé conserva su libertad absoluta»
Hasta aquí he venido citando extensamente el pensamiento de Mircea Eliade que pone en relación las epifanías cósmicas de Yahvé con sus atributos de creador y legislador y con su libertad omnímoda.

San Pablo: ceguera para Dios en sus obras y desorden de las pasiones
No puedo dejar de observar, de paso, que esto confirma la percepción de San Pablo quien reconoció la existencia de una relación de causa a efecto entre
a) la ceguera para percibir las epifanías de Dios creador a través de las creaturas – y sin embargo diferente de ellas – por un lado,
b) y por otro lado el desorden desenfrenado de las pasiones y
c) la corrupción moral de los idólatras y, entre ellos, de los panteístas, que era en su época la forma más refinada y culta de la idolatría:
“Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, – dice San Pablo – se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron necios… Por eso los entregó Dios a sus pasiones infames;”

La epifanía suprema:

los vínculos de amor, las alianzas, proclaman la gloria de Dios y la capacidad de sacrificarse por amor la obra de sus manos
Retomo el hilo de mi exposición para proseguir apuntando que el ámbito privilegiado de la epifanía bíblica de Dios es el ámbito espiritual, del amor interpersonal.
Esto queda de manifiesto particularmente en la revelación bíblica en ocasión de las Alianzas. Varias, escalonadas y progresivas, ellas pautan un progreso en la comunicación interpersonal entre Dios y los hombres, una revelación progresiva que fermenta el mundo interpersonal humano. Y por lo tanto el mundo de la alianza esponsal y de los vínculos familiares y sociales que de ella derivan.
La Alianza define y explica muy bien el núcleo característico de esa religión y de su cultura frente a otras. Pero no es todavía lo más profundo, ni el rasgo fontal de las religiones bíblicas y de sus culturas.