¿QUÉ HACER PUES?
Al término de este tramo de nuestro recorrido expositivo a través de nuestras entradas a partir del comienzo de este blog, nos encontramos en la encrucijada dramática que formulaba así el Cardenal Ratzinger:
“O la Iglesia encuentra un camino de acuerdo, un compromiso con los valores aceptados por la sociedad a la que quiere continuar sirviendo, o decide mantenerse fiel a sus valores propios (valores que a su entender, son los que tutelan las exigencias profundas del hombre), y entonces se encuentra desplazada respecto de la sociedad”[1].
El Papa Benedicto XVI, que es profeta y maestro de la fe y de la vida de fe, nos muestra, con su ejemplo y con su enseñanza, caminos para imitar.
Voy a recoger aquí los tres principales entre los que nos propone:
1º tender puentes de diálogo entre la razón y la fe y la moderna racionalidad científica;
2º profundizar en la verdad del matrimonio;
3º reevangelizar el matrimonio para fomentar la vivencia sacramental en toda su profundidad mística.
En primer lugar: tender puentes de diálogo
Benedicto XVI ha tendido puentes de diálogo con los pensadores de la modernidad. Me quiero referir especialmente aquí al discurso en la Universidad de Ratisbona, – de alguna manera programático – donde invita a la racionalidad científica positivista de las Universidades modernas[2] a abrirse a formas de racionalidad más amplias, filosóficas y teológicas, que suelen ser excluidas por principio:
“En el mundo occidental – decía el Papa Benedicto en Ratisbona -está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y que relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”.
Interrumpo la cita del Papa, para evaluar, a la luz de estas afirmaciones, el enfoque de Claude Lévi-Strauss de la estructura elemental de parentesco como origen de la sociedad humana. Queda de manifiesto como un ejemplo típico de un relevamiento de antropología social laicista: recorriendo todas las culturas primitivas, de la Antigüedad y modernas, filtra de ellas lo religioso como accesorio y excluye a Dios sistemáticamente de la condición “social”, que lo hace realmente prójimo y pariente “desde el principio”.
Prosigo ahora con la enseñanza del Papa, cuya pertinencia espero haber mostrado aplicándola al método de Antropología social según Claude Lévi-Strauss:
“Como he tratado de demostrar, – decía en Ratisbona – la razón moderna propia de las ciencias naturales, con su elemento platónico intrínseco, conlleva un interrogante que la trasciende, como trasciende las posibilidades de su método. La razón moderna tiene que aceptar sencillamente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza, como un dato de hecho, en el que se basa su método. Pero de hecho se plantea la pregunta sobre el porqué de este dato, [es decir, por qué las estructuras de la naturaleza son racionales] y las ciencias naturales deben dejar que respondan a ella otros niveles y otros modos de pensar, es decir, la filosofía y la teología.
“Para la filosofía y, de modo diferente, para la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; no aceptar esta fuente de conocimiento sería una grave limitación de nuestra escucha y nuestra respuesta […]
“Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión contra los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el Logos, es contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II, partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran Logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente nosotros mismos es la gran tarea de la universidad”.
En segundo lugar: profundizar en la verdad del matrimonio
Benedicto XVI nos ha exhortado a seguir profundizando y enseñando la verdad acerca del matrimonio y la familia.
En su primera Encíclica Deus charitas est[3], Dios es amor, ha quedado claro que la verdad del amor esponsal se deduce de su derivación del amor divino. El Papa dedica amplio espacio a la relación entre las dos facetas del amor esponsal creado y santificado por su elevación sobrenatural. Pero sobre todo me importa subrayar aquí cómo el Papa enlaza la dimensión religiosa y la dimensión moral del amor, de tal manera, que se sobreentiende que el amor humano no puede subsistir sin el divino y que abolida la dimensión religiosa, queda abolida la dimensión interhumana del amor:
“El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el « culto » mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros”[4].
Hablando a la Rota Romana[5] S. S. Benedicto XVI ha reafirmado la importancia de la verdad acerca del amor humano y cómo ella es inalcanzable en un contexto cultural desacralizado:
“La expresión verdad del matrimonio – afirma el Papa – pierde relevancia existencial en un contexto cultural marcado por el relativismo y el positivismo jurídico, que consideran el matrimonio como una mera formalización social de los vínculos afectivos. En consecuencia, no sólo llega a ser contingente, como pueden serlo los sentimientos humanos, sino que se presenta como una superestructura legal que la voluntad humana podría manipular a su capricho, privándola incluso de su índole heterosexual.
“Esta crisis de sentido del matrimonio se percibe también en el modo de pensar de muchos fieles. Los efectos prácticos de lo que llamé «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura» con respecto a la enseñanza del concilio Vaticano II[6] se notan de modo particularmente intenso en el ámbito del matrimonio y de la familia. En efecto, a algunos les parece que la doctrina conciliar sobre el matrimonio, y concretamente la descripción de esta institución como intima communitas vitae et amoris[7], debe llevar a negar la existencia de un vínculo conyugal indisoluble, porque se trataría de un «ideal» al que no pueden ser «obligados» los «cristianos normales».
“De hecho, también en ciertos ambientes eclesiales, se ha generalizado la convicción según la cual el bien pastoral de las personas en situación matrimonial irregular exigiría una especie de regularización canónica, independientemente de la validez o nulidad de su matrimonio, es decir, independientemente de la «verdad» sobre su condición personal. El camino de la declaración de nulidad matrimonial se considera, de hecho, como un instrumento jurídico para alcanzar ese objetivo, según una lógica en la que el derecho se convierte en la formalización de las pretensiones subjetivas. Al respecto, hay que subrayar ante todo que el Concilio describe ciertamente el matrimonio como intima communitas vitae et amoris, pero que esa comunidad, siguiendo la tradición de la Iglesia, está determinada por un conjunto de principios de derecho divino que fijan su verdadero sentido antropológico permanente (cf. ib.)”.
Si la verdad del matrimonio está dada por un conjunto de principios de derecho divino que fijan su verdadero sentido antropológico permanente, es obvio que su desacralización ignora o niega la verdad del matrimonio.
Considero que nuestro Simposio está en la línea de esta exhortación de Benedicto XVI: “seguir profundizando y enseñando la verdad acerca del matrimonio y la familia”. Cité, al comienzo, la obra del Doctor Alberto Caturelli “Dos, en una sola carne. Metafísica, Teología y Mística del Matrimonio y la Familia”[8] y vuelvo a pensar en ella porque es una exposición completísima de la verdad del matrimonio que SS. Benedicto XVI nos exhorta a estudiar y exponer.
En tercer lugar: reevangelizar el matrimonio
S.S. Benedicto XVI, desde el comienzo de su pontificado, ha reconocido que él viene a recoger la antorcha del magisterio de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia. En Juan Pablo II – ha dicho Benedicto XVI – hemos tenido un Papa que nos ha enseñado a “Amar el amor humano”[9], frase que adoptó como lema un congreso del Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. La nueva evangelización, ha dicho allí Benedicto XVI pasa por la reevangelización del amor esponsal.
Quiero, terminar mi exposición con las palabras del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en ese Congreso, porque las considero como una síntesis de lo que quisiera haber podido expresar en mi exposición y que puede aclarar lo que en mi exposición haya quedado oscuro:
“La idea de «enseñar a amar» – dice S.S. Benedicto XVI – ya acompañó al joven sacerdote Karol Wojtyla y sucesivamente lo entusiasmó cuando, siendo un joven obispo, afrontó los difíciles momentos que siguieron a la publicación de la profética y siempre actual encíclica Humanae vitae de mi predecesor Pablo VI.
Fue en esa circunstancia cuando comprendió la necesidad de emprender un estudio sistemático de esta temática. Esto constituyó el substrato de esa enseñanza, que luego ofreció a toda la Iglesia en sus inolvidables Catequesis sobre el amor humano. Así puso de relieve dos elementos fundamentales que en estos años vosotros habéis tratado de profundizar y que configuran la novedad misma de vuestro Instituto como entidad académica con una misión específica dentro de la Iglesia.
El primer elemento es que el matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. La sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de la auténtica imagen de Dios que el Creador quiso imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en la que está abierta al amor. Por tanto, la diferencia sexual que caracteriza el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo: expresa la forma del amor con la que el hombre y la mujer llegan a ser —como dice la sagrada Escritura— una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la transmisión de la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos.
Un segundo elemento caracteriza la novedad de la enseñanza de Juan Pablo II sobre el amor humano: su manera original de leer el plan de Dios precisamente en la convergencia de la revelación divina con la experiencia humana, pues en Cristo, plenitud de la revelación de amor del Padre, se manifiesta también la verdad plena de la vocación del hombre al amor, que sólo puede encontrarse plenamente en la entrega sincera de sí mismo.
En mi reciente encíclica subrayé cómo precisamente mediante el amor se ilumina «la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino» (Deus caritas est, 1). Es decir, Dios se sirvió del camino del amor para revelar el misterio íntimo de su vida trinitaria.
Además, la íntima relación que existe entre la imagen de Dios Amor y el amor humano nos permite comprender que «a la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano» (ib., 11).
Esta indicación queda todavía, en buena parte, por explorar. De este modo se perfila la tarea que el Instituto para estudios sobre el matrimonio y la familia tiene en el conjunto de sus estructuras académicas: iluminar la verdad del amor como camino de plenitud en todas las formas de existencia humana. El gran desafío de la nueva evangelización, que Juan Pablo II propuso con tanto impulso, debe ser sostenido con una reflexión realmente profunda sobre el amor humano, pues precisamente este amor es un camino privilegiado que Dios ha escogido para revelarse a sí mismo al mundo y en este amor lo llama a una comunión en la vida trinitaria.
Este planteamiento también nos permite superar una concepción del amor como algo meramente privado, hoy muy generalizada. El auténtico amor se transforma en una luz que guía toda la vida hacia su plenitud, generando una sociedad donde el hombre pueda vivir. La comunión de vida y de amor, que es el matrimonio, se convierte así en un auténtico bien para la sociedad. Evitar la confusión con otros tipos de uniones basadas en un amor débil constituye hoy algo especialmente urgente. Sólo la roca del amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer es capaz de fundamentar la construcción de una sociedad que se convierta en una casa para todos los hombres”.
Creo que estas palabras del Papa confirman lo que he querido mostrar: que desacralizar el amor matrimonial equivale a abolir el amor verdadero en su fuente y frustrar el designio de Dios sobre él.
[1] Card. Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe, E. BAC, Madrid 1985, cita en p. 95
[2] La turbulenta reacción suscitada en la Sapienza, no es ajena al impacto real que ha producido el Papa no solamente en Ratisbona sino en todo el mundo universitario.
[3] Benedicto XVI, Deus Charitas est, 25 diciembre 2005
[4] Deus Charitas est, 14
[5] Benedicto XVI, Discurso a los Prelados Auditores y Oficiales del Tribunal de la Rota Romana con motivo de la Inauguración del año Judicial, Sábado 27 de enero de 2007
[6] Cf. Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de diciembre de 2005, p. 11
[7] “Íntima comunión de vida y amor” Gaudium et spes, 48
[8] Editorial Gladius, Buenos Aires 2005, 408 páginas
[9] Benedicto XVI Discurso a un Congreso Organizado por el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, Jueves 11 de mayo de 2006