Leemos en Levítico 18: “Yahvé dijo a Moisés: “Di a los israelitas: Yo soy Yahvé vuestro Dios. No hagáis como se hace en la tierra de Egipto, donde habéis habitado, ni hagáis como se hace en la tierra de Canán, adonde os llevo; no debéis seguir sus costumbres”.
El Señor continúa enumerando y prohibiendo una por una, diversas formas de incesto entre consanguíneos o parientes políticos, excluye y prohíbe la promiscuidad sexual y el adulterio, comunes y hasta característicos en las culturas egipcia y cananea. Esas culturas, plasmaban su ethos a semejanza del epos de sus dioses, de las hazañas de sus dioses, y por eso se daba en ellas el incesto, la promiscuidad sexual, la prostitución sagrada, la fornicación y el adulterio.
Israel no puede comportarse como ellos, porque su Dios es santo. Y por eso les prescribe: “Cumplid mis normas y guardad mis preceptos, comportándoos según ellos. Yo soy Yahvé, vuestro Dios. Guardad mis preceptos y mis normas. El hombre que los cumpla, gracias a ellos vivirá. Yo, Yahvé”. Y esas normas consistirán, en lo que sigue del capítulo, en prohibir, caso por caso, el comercio sexual entre consanguíneos ni parientes: “Ninguno de vosotros se acerque a una consanguínea suya para descubrir su desnudez” […]” “No descubrirás la desnudez de una mujer y la de su hija. No tomarás ni a la hija de su hijo ni a la hija de su hija para descubrir su desnudez: son tu propia carne; sería una indecencia. No tomarás por esposa a una mujer y a su hermana cuando todavía vive la primera: harías a la segunda rival de la primera al descubrir también su desnudez. No te acercarás a una mujer durante su impureza menstrual, para descubrir su desnudez. No te acostarás con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella”.
La santidad de Dios aparece así como la fundamentación de la santidad de la familia israelita.
De ahí que, en el mismo texto del Levítico 18, Dios revele que el libertinaje sexual que caracterizaba a Egipto y Canán repugna a la Creación tanto como al Creador y que, a los que actúan así, la tierra los vomitará de su boca: “No os hagáis impuros con ninguna de estas prácticas, pues con ellas se han hecho impuras las naciones que yo voy a arrojar cuando lleguéis vosotros. Se ha hecho impuro el país; por eso he castigado su iniquidad, y el país ha vomitado a sus habitantes [… que no os vomite] la tierra por vuestras impurezas, del mismo modo que vomitó a las naciones anteriores a vosotros;”[1].
Se comprende así, por qué, entre los motivos principales del exilio babilónico, estuvieron los pecados de idolatría y los de fornicación, que iban juntos, como lo estaban en los cultos cananeos de fertilidad de la tierra y de prostitución sagrada, que fueron tan vehementemente fustigados por los profetas. Idolatría y fornicación eran considerados por eso como equivalentes; y se los menciona en las Sagradas Escrituras como sinónimos.
¿No es acaso lo mismo o algo muy parecido, lo que hace nuestra moderna idolatría del hombre, al erosionar hasta destruirlos, los vínculos amorosos esponsales, al solitarizar el sexo y al desatarlo de toda norma creatural tornándolo indistinto y promiscuo?
En el texto del Levítico hay una luz divina que permite anticipar cuáles serán los resultados de la globalización no sólo mediática, sino también jurídica, de la pornografía hasta convertirse en porno-sociedad y porno-cultura. ¿Qué hará la Creación, qué hará la Tierra con estos habitantes así corrompidos y que la asquean? ¿No se suscita así un estado de irreconciliación entre la Creación y el Hombre a quien, en el comienzo, se le dio la misión de regirla y gobernarla?
[1] Levítico 18, 24.28