SUSANA SEEBER DE MIHURA 1952/1ª de 7 [80]

1952 ENERO- FEBRERO 
 —       Y pensé: Dios nos dio la vida para que lo glorificáramos […]
— Y de pronto, comprendí: es que esa es la Felicidad, poder amarlo es la Felicidad… […] Su inmenso Amor exige que Lo gocemos como Él se goza; que seamos felices con Su Felicidad… […]
 —       ¡Oh, no dudar jamás del amor que Dios nos tiene, y de la intención Suya al crearnos! […]

 ENERO
13        Poder querer a alguien, a alguien que se deje amar, es la mayor de las felicidades, y la que está a cubierto de todas las contingencias. Y pensé: Dios nos dio la vida para que lo glorificáramos. Pero ¿dónde está lo que une este “para glorificarlo” con el “nos dio la vida porque nos ama”? Y de pronto, comprendí: es que esa es la Felicidad, poder amarlo es la Felicidad. Su inmenso Amor exige que Lo gocemos como Él se goza; que seamos felices con Su Felicidad.

Y nos dio la capacidad de conocerlo: que es amarlo.  Y servirlo no es más que rebalsar de ese amor: el agua que se desliza incesantemente por las paredes de la fuente que rebalsa. Y que es luz; luz que nos dio para que, con su ayuda, pudiéramos hacer de ella un resplandor inmenso. ¿Cómo no nos ayudará en eso, si para eso nos dio la vida? ¡Oh, no dudar jamás del amor que Dios nos tiene, y de la intención Suya al crearnos! Luchar contra las tinieblas que somos, para que no se apague la luz. Y, cuando parece que estamos a oscuras, obrar como si no lo estuviéramos: hasta que la luz vuelva a verse. Porque ella está, aunque una parte de nuestra naturaleza, voluntariamente o no, cierre los ojos. ¡Y qué pequeñeces son las que nos lo cierran! Un malestar físico, una ráfaga de imaginación, un poco de frío o de humedad en el aire, una chispa del amor a sí mismo!

***

“Ya no correré descalza sobre el pasto humedecido, arrancando todas las ramas cargadas de flores, apretándolas contra mi pecho, aspirando hasta la médula de mis huesos su perfume. Ya no agarraré todas las frutas al alcance de mis manos y llenaré mi boca con su carne. Ya no contemplaré, riendo, mi imagen reflejada, ya no será mío todo lo que veo, ni seré de todo lo que habla y murmura, y canta y late. Ya no echaré sobre la tierra el cielo, la nube resplandeciente de mis sueños. ¡Oh mi ardiente, dulce juventud iluminada!»

«La oscuridad descendió sobre el bosque, mis vestidos se rasgaron, mi pelo estaba enredado de ramas y espinas. No miraré hacia atrás. Salí a una alta planicie de rocas desnudas. Otra aurora se levanta, y su luz es blanca. No hay árboles, ni frutas ni flores. El aire que respiro, la huella de mis pies que, efímera se desvanece sobre la nieve, mi lento andar. Mi cuerpo no extiende una sombra en el suelo. ¿Acaso está blanco mi pelo, o es la blancura de la luz? Paso la mano por mi cara, y está lisa y firme como la roca.»

«Camino en la luz que no puede abrazarse; mis manos cuelgan, abiertas, a mis costados. Y sonrío. ¡Oh, juventud eterna, oh Amor que no estaba en las cosas, oh Dios mío!” [Aunque encomillado en el manuscrito, no hemos encontrado cita de autor en este texto de prosa poética. Cualquiera que sea su origen es notable la coincidencia con el itinerario espiritual de la autora.]  

FEBRERO

16        Para que aprenda a entregarme a ti, Madre mía, Virgen Santísima, he tenido que entrar en este caos. Para obligarme a decir: defiéndeme, ayúdame, dirige Tú. Toma mi inteligencia, y mi imaginación y mi sentimiento: tómalos, cuídalos, para que no me hunda yo, yo que, en mi orgullo, creí que podía ver claro y conocerme.

Temía -temo todavía- estar cometiendo el pecado más horrible: estar usando a Dios, sirviéndome de Él. Santa Teresa temía que la visión de Jesús fuera diabólica: le dijeron que le hiciera un gesto de desprecio. Yo no veo visiones, pero ¡qué terror de estar arrodillada frente a uno que hubiera tomado la figura de Cristo! Porque no es posible servirnos de Dios: si nos servimos de Él, es porque no era Dios, porque estábamos cometiendo un sacrilegio, adorando a otro. Hundida en la mentira, bebiendo, respirando, viviendo la mentira.

Camino al borde de un abismo. Casi, casi, palpo la tentación que me ronda. Y estoy confundida, y tiemblo.

Pero no me angustiaré. Cuando no sé qué es lo que siento o lo que pienso, ni si estoy por resbalarme, me encierro en mí misma, le pido a la Virgen que no me deje caer en la tentación: y descanso en Ella, porque sé que no me abandonará. Sé que despejará la mentira.

Madre mía, purifica, purifica este fondo turbio de mi alma. Porque soy como alguien que no pudiera sacar un vaso de agua limpia sin llenarlo de barro. Todo lo santo, todo lo puro y lo claro, en mí se mancha y se corrompe.

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1 comentario en «SUSANA SEEBER DE MIHURA 1952/1ª de 7 [80]»

  1. Que inspiradora Susana, que hermoso consejo, «cuando parece que estamos a oscuras, obrar como si no lo estuviéramos: hasta que la luz vuelva a verse», la luz siempre está, aunque lo endeble de la naturaleza humana permite que cualquier pequeñez enturbie esa mirada.
    Y que hermosa la asistencia a la Virgen como modo de discernir la verdad de la mentira, refugiándose en ella, que si Conoce la Verdad y la Vida.
    Cuando una cree que conoce, es quizá cuando más frágil está para ser víctima de nuevo del engaño. «Descanso en Ella, porque sé que no me abandonará. Sé que despejará la mentira.» Maravilloso. Gracias. Buen dia.

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