SUSANA SEEBER DE MIHURA 1940/2 [25]
SÍ, TENDRÉ OTRO CHICO

Quiero otra cara otra imagen para mi amor

TENDRÍAMOS QUE TENER EL DÍA LLENO DE CHICOS

No sé con qué comparar lo que siento cuando deseo otro hijo. Porque hay algo en mí que quiere seguir teniendo hijos: quiero otra cara, otra imagen para mi amor…
De todas las inmoralidades y las decadencias, ésta de no querer tener hijos es la más vil. Negarnos a dar la vida, a formar en nuestro cuerpo un ser humano, lo único importante y eterno que puede hacerse en la vida…

1940
JULIO 
La mejor defensa de una mujer es la felicidad. Recobra la armadura de sus años de adolescencia (y era una: me acuerdo de haber pensado en las Walkirias). Es como si hasta el deseo de los hombres se transformara en amistad y tendresse, frente a la mujer que es feliz con un hombre; como si se transformara, aún sin quererlo ellos. Yo siento, cómo me haría de vulnerable la menor sospecha de no ser feliz. Es cierto también que –sin pensarlo yo conscientemente- cada una de mis palabras es como un escudo con el que defiendo, no a mí, sino al hombre que confía en mí, y que ha puesto en mis manos lo que ellos estiman  su honor y su hombría.

Me parece que el mayor peligro para las mujeres es su romanticismo, su imaginación. Y necesitan, no principios morales ni  frases, sino la realidad de un hombre a quien quieran. Es la única manera de contrarrestar a esa fuerza, tan difícil de combatir porque no es razonable.

Y me extraña comprobar que no cuenta, en esto, el instinto maternal. Dicen siempre: “Por los hijos, etc. etc.”. Y es un error que cometen las que nunca han visto la posibilidad de un conflicto así. La madre y la mujer no se confunden nunca. Son como dos mundos distintos: aquél en el que somos madres, y el otro; y cada uno tiene sus responsabilidades distintas. No, no se confunden, ni aún en la mujer que abandona a sus hijos para irse con un hombre. Es que, sencillamente, allí es más fuerte el instinto de mujer que el de madre (y eso me parece una degeneración).

Sí, tendré otro chico, pero no sólo “por deber”, como a veces digo. Vuelvo de noche a casa, y subo corriendo a verlos en su cama, a oír sus voces y a abrazarlos. Y cada día es como el primer día; mi alegría es siempre una alegría nueva. Y en cada una de las camas sobre las que me inclino, se repite el encantamiento. Entonces quiero más, otro más, para que haya otros ojos llenos de misterio, otros piecitos tropezando, otras manos sobre mi cara, otro chico más a quien querer, otra imagen de mi amor y mi alegría. Los días son largos y vacíos, y un solo chico es poco para llenarlos. ¡Tendríamos que tener el día lleno de chicos!

Setiembre (En el campo) 
Hace días que trato de definirlo pero no consigo expresarlo bien. Si me preguntaran “¿Por qué quieres otro chico, no te basta con tres?”, yo diría: “No, nunca son demasiados, y uno solo es bastante”. Porque no es que vaya a aumentar el amor, no es que vaya a tener más amor. En el primer hijo ya estaba comprendido todo el amor. Cuando de joven buscaba querer a los hombres, cada uno era un amor distinto, y en diferente grado. Pero esto es completamente distinto. Mi capacidad de amor no aumenta, ni varía la calidad de mi amor.

Un solo hijo bastaría para llenar mi mundo; y sin embargo, no sé con qué comparar lo que siento cuando deseo otro hijo. Porque hay algo en mí que quiere seguir teniendo hijos: quiero otra cara, otra imagen para mi amor. Mi casa llena, mis horas llenas: y los tres no son bastante para eso, no hay límite para eso; una risa nueva, una inteligencia más, una vida más, donde se materialice ese amor constante  e invariable que hay en mí desde que nació el primero. Es como si, en realidad, todos fueran uno solo, un único hijo con distinto traje, nada más.

De todas las inmoralidades y las decadencias, ésta de no querer tener hijos es la más vil. Negarnos a dar la vida, a formar en nuestro cuerpo un ser humano, lo único importante y eterno que puede hacerse en la vida.

Dar la vida: me parece que hasta la muerte se vuelve lógica y natural, porque está, ya, en la vida. Le damos a ese hijo que nace el sol y la gloria de vivir, la infancia, la vejez y la muerte; y es un todo completo, y no hay que rebelarse tampoco contra el final, como no nos rebelamos contra el principio.

OCTUBRE – «Y vio que todo era bueno y estaba bien» Génesis 1.
El camino a “El Rincón” [estancia de Francisco Mihura, en el “Rincón de Nogoyá”. Entre Victoria y Gualeguay. Paysaje ondulado, típico del campo entrerriano] es realmente lindo así, en un día de primavera. Hasta la línea de los montes sobre las colinas para dar la ilusión de verdaderos bosques. El campo de un verde claro y limpio, los espinillos y los chañares más pálidos en flor, y, de pronto, pedazos de campos cubiertos de nabo amarillo. De lejos, en las hondonadas, el lino en flor tiene el reflejo del agua. Todo alegre, ondulado y con árboles; me recuerda un poco, al campo en alguna parte de Italia.
No sé qué me pasa. Estoy volviendo a sentir la belleza, a querer los perfumes, y los colores y las líneas. Ayer en el automóvil, en ese camino desde “El Rincón” hasta aquí, estaba contenta porque todo lo que veía era como debía ser, y no tenía defectos: Era un día transparente de sol y cielo celeste, sin frío y sin calor, y sin tierra.

DICIEMBRE
 Nunca he admirado más que la inteligencia. Y sin embargo, tengo una sensación de superioridad cuando veo a mis hijos que andan a caballo, y son fuertes y no tienen miedo. Sin embargo, no me impresionan nada- más bien siento un ligero desprecio por ellos- los “ases” de los sports.

Creo que, en el fondo, tengo razón: que el hombre solamente inteligente- de esta época degenerada que está por concluir- es un hombre a medias. El ideal del hombre inteligente no es lo que hoy se entiende por “un intelectual” sino el hombre superior en todas sus características: su valor y su habilidad física, y su inteligencia. Así fue en las épocas gloriosas de la humanidad. El dedicarse solamente a un sport, y sobresalir en él es también una inferioridad.

***

Indignada he leído el prólogo que para “El despuntar de una vida” [obra de la autora feminista Gina Lombroso sobre su hijo Leo Ferrero desde el nacimiento a los 20 años], ha escrito Victoria Ocampo. ¡Oh no, las mujeres no deben ser lo que hoy se propone como ideal: malas imitadores de los hombres! Y no es cierto que por no serlo tengan que ser “muñecas”, “bestias de carga” ni “prostitutas”, sino mujeres como eran, también, las mujeres de los tiempos heroicos. Eran mujeres fuertes, tan viriles como los hombres, pero en su casa y con sus hijos. Porque su raíz y su razón de ser son los hijos. Toda la cultura y la inteligencia, todo el valor y la energía de una mujer se falsean cuando rompe consigo misma y busca su realidad donde no puede estar. Pero Victoria Ocampo y Cia. – para escribir como ella – están condenadas a una pronta desaparición.

 

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