SUSANA SEEBER DE MIHURA 1943/1 [30] EL HORROR DE LA SECA

Año 1943/1
ENERO a ABRIL

ENERO
El horror de la seca. La tierra parece gris y partida bajo el pasto seco. Todo parece morirse de sed y de calor esperando, esperando. Imposible imaginarse una lluvia a torrentes, clara y fría, cayendo sobre el campo ardiente, sobre mis árboles marchitos, sobre nuestras cabezas cansadas. Una lluvia, limpiando estas como telarañas de calor y de angustia que nos envuelven. Oír el ruido del agua: realmente, una música que parece imposible que exista.

***

Estamos pasando uno de los veranos más feos que recuerde. La seca, la tristeza de este campo, los incendios; y, para colmo, las noticias de la guerra. Alemania admite sus reveses, los aliados conferencian. La impresión de que Alemania empezara a ceder, como si ya no tuviera más recursos para contener a los rusos.

FEBRERO
Abro mi cuaderno y trato de escribir para evadirme de la materialidad de mi vida. De las sirvientas y de lo que hay que cocinar hoy. No de la realidad de mis hijos: porque ellos no son mi materialidad sino a medias. Son mi cuerpo y mi espíritu, el presente en el que está latente todo el tiempo que vendrá.
               Pero todo lo demás es espantoso, de estúpido y de monótono. Hasta el parque y el campo, quemados por la sequía, y mis floreros sin flores.
               Leo, por refugiarme en un mundo diferente, pero sé que lo único que me liberaría realmente de los infinitos pequeños desagrados del “manejo de una casa” sería escribir algo, cualquier cosa, la más ridícula de las comedias de radio.
               Parece que los alemanes estuvieran perdiendo la guerra. Se acabaron los tiempos en que entraba Enrique a despertarme al alba para decirme: “Hoy invadieron Holanda”, “hoy, cayó Francia”.

MARZO
Por fin llovió un poco. Yendo al pueblo por el camino, que hasta ayer estaba desolado, se veía en los bordes de las cunetas una sombra verde, de un verde claro y limpio, como si un espíritu hubiera respirado suavemente sobre la tierra reseca; algo así de liviano, de tenue, de sonriente.

***

Pensando en el fracaso de los pobres nacionalistas: me parece –aunque las mujeres no entendamos de política- que ningún partido puede competir con los que ya existen, ni hacerse popular, si no tiene un jefe.                  No conseguirán nada, por ahora, saliendo a la calle. Porque las ideas están bien para un núcleo de intelectuales, y para hacer adeptos entre una clase determinada; pero el pueblo, la muchedumbre, no sigue a las ideas sino a los hombres. Más aún, tratándose de un partido revolucionario.
               No eran discursos populares los que oí en la proclamación del otro día: así no se le habla a un grupo de personas reunidas en una plaza. Todo lo que decían, o no tenía interés, o era demasiado elevado. A mí se me ocurrirían cincuenta cosas para decir, que hubieran comprendido. Hasta que aparezca el hombre que sepa hablar, no solo al pueblo proletario sino al de los pequeños burgueses, no habrá ningún contacto entre el ideal nacionalista y la muchedumbre.
               En la guerra: Churchill hace discursos sobre lo que harán cuando hayan reducido a polvo y ceniza a Hitler y sus fuerzas del mal. Mientras tanto, volvemos a lo del año pasado: los rusos parecen detenidos, y los alemanes empiezan a resucitar.

***

A veces pienso que, si no me hubiera casado, mi vida hubiera sido tanto más interesante. Por de pronto, teniendo libertad, seguramente hubiera escrito; y entonces pienso que me gustaría poder retomar la vida de entonces.
             Después está el bebito mamando; y me mira, dejando de chupar y se queda mirándome, fijo; de pronto se sonríe, y sigue mamando. Y sé, entonces, que si no me hubiera casado, y nunca hubiera tenido en mis brazos este bebito caliente y blando, aunque hubiera conocido todo lo que se puede conocer de satisfacciones intelectuales o de vanidad, no habría conocido la verdad, no habría vivido. Me hubiera muerto sin haber apretado contra mí a mi bebito. No, nada, nada en el mundo compensaría la falta de un momento así.

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Estoy contenta. De golpe, el parque se ha transformado, y su belleza me sorprende. Todo está verde, con ese verde del pasto recién brotado, que es brillante y transparente. No, yo no podría vivir todo el año en Buenos Aires como le dije a Enrique. Me faltaría – como si me faltara el aire y el agua- la belleza de la naturaleza. Desde mi ventana, esta mañana, el sol iluminaba las puntas del pino redondo. Había llovido, o había caído rocío, porque estaban mojadas, y en los extremos de esa sombra verde oscura que era el follaje del pino, las puntas de las agujas parecían un montón de brillantes.

El cielo estaba azul; de pronto pasó una nubecita liviana, rápida, resbalando de sur a norte, y después otra más. Parece imposible que sea éste el mismo parque que estaba amarillo y reseco. Estaba muerto y ahora ha revivido. Todo nuevo, limpio y sonriente.
               La guerra. Alemania parece haber detenido a los rusos, que piden a gritos un segundo frente a los aliados. En África, me parece que hay peligro para Rommel.

ABRIL 1943
Tiene razón Francis [su hermano menor soltero]: no hay que tener vergüenza de la fortuna. En nuestras relaciones con los pobres no tiene que transparentarse que tratamos de hacernos disculpar nuestra riqueza.

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Dos cosas me impulsan a escribir. Una, lo que leí en el libro de un chino sobre literatura: escribir bien es escribir sencillamente lo que se piensa y siente. Si el que escribe tiene personalidad, lo que escribe valdrá la pena de leerse. No importan las faltas de estilo: hay gente especializada para corregirlas. Pero toda la técnica aprendida no conseguirá darnos estilo si nosotros, como personas, no lo tenemos. Y supongo que, si uno tiene algo que decir, habrá que decirlo. Si es bueno o malo, tonto o inteligente, lo dirán los lectores. Me he sentido siempre inhibida de escribir por la conciencia que tengo de mi falta de conocimiento del idioma, no porque no sienta que tengo muchas cosas que decir.
                  La otra razón que me mueve a escribir han sido las conversaciones sobre educación que tuve con Marta y que han aclarado mis ideas. Para educar a los chicos hay que aprovechar el tiempo desde que nacen hasta que tienen 8 o 9 años, que es cuando adquieren conciencia de sí mismos. Todo el trabajo de la educación consiste en ir grabando ciertos conceptos y maneras de ser mientras el chico todavía no sabe que él es. Porque durante este tiempo lo dominamos totalmente, hasta físicamente.
                Se nace con un determinado carácter, que es imposible cambiar, como es imposible cambiar el color de los ojos. El violento, el inconstante, el sensible, el orgulloso, siempre lo serán; y es inútil y ridículo pretender que el insensible se haga sensible, y el violento suave. Pero lo que sí se puede hacer, es hacerlos adaptados al mundo. Y, en consecuencia, para cada chico se necesita una educación diferente. En cada palabra que les dirigimos los vamos enseñando y moldeando, y limando las puntas de sus caracteres, y encaminando sus temperamentos.
                Cuando un chico tiene 9 años, ya no es posible moldearlo, porque se da cuenta de lo que estamos haciendo, y se rebela. Y después, con cada año que pasa es peor; porque en la adolescencia –no sé por qué, pero es así- hay una época en que los hijos se transforman en enemigos de sus padres.
                Lo que les enseñamos en su infancia, antes de que tengan conciencia, se transforma en una segunda naturaleza, y se hace parte de ellos mismos. A los 8 o 9 años, el chico debe haber hecho suyo, ya, una serie de ideas y sentimientos fundamentales que son necesarios para que pueda después desarrollarse solo. Porque después en la adolescencia, es con eso y con su carácter primitivo que desarrollará su personalidad. La generosidad, la noción del deber, la idea de que el valor del dinero depende del uso que hagamos de él, la idea de la perfección, la noción de Dios –o algo trascendente-, la apreciación de la belleza y de la justicia, de una acción noble; todo eso se enseña, no en una lección de moral sino en todos los pequeños incidentes y momentos de cada día.
                 Me indigna ver a las mujeres norteamericanas preocupadas por una carrera, cuando hay una tan importante para las mujeres de todo el mundo. Lo que pasa es que influyen en ellas, no el deseo de “expresar su personalidad”, sino la vanidad y la comodidad. El trabajo de una mujer como madre es oculto, y es un trabajo que dura las veinticuatro horas del día, y que no tiene descanso jamás. Y es un trabajo en el que no se trabaja para uno.
                  Las mujeres necesitan una enseñanza totalmente distinta a la de los hombres. Instrucción, cuanto más tengan, mejor; y, más que eso, cultura: las famosas “ideas generales” de papá. Y, al lado de eso, la enseñanza del carácter: la energía, la disciplina, el orden y el valor. Que se necesita mucho de esto para ser una madre. Y que sean religiosas, no religiosas de pequeñas prácticas; sino en el sentido de reconocer a Dios: a un ideal de absoluto amor y belleza. De manera que si al educar a los hijos no los hacen materialmente perfectos, les trasmitan, de todos modos, un poco de espíritu. Porque no se vive solamente para uno en la vida, ni existe solamente la relación de hombre a hombre; sino que está la otra relación: con lo Ignoto y Eterno.
               Me sonrío al pensar en la imagen que he visto al pensar esto: Dios, teniendo en sus manos los hilos –tan tenues que son invisibles- de un fabricante de marionetas. Ellos bailan, se abrazan y se pegan entre sí; pero entre cada uno y el que está arriba hay esa finísima comunicación.

***

El bebito está mamando. Juega con los dedos de sus manos, que ha colocado sobre mi pecho. De pronto me pega, sin dejar de mamar. Lo oigo tragar, grandes tragos que hacen un ruido suave; es un ruido lleno de sentido y de riqueza: misteriosamente blanco, suave y dulce como la leche. Y es como si sintiera resbalar por mi propia garganta esa dulzura y esa suavidad.
               Y me siento, de pronto, identificada con una imagen: un campo en primavera, con el pasto muy verde, todo henchido de vida y de riqueza. La riqueza verdadera, la que no está muerta sino que es vida.                      Sí, es sobre todo una sensación de riqueza la que tengo al oír el ruido de los grandes tragos de leche que bebe el chico tan golosamente, tan ávidamente, contra mi pecho. Junto a la otra sensación física: la de gustar, yo también, la pesada y suave blancura de mi leche.
                Unas gotas quedan en sus labios cuando, de golpe, suelta mi pecho y me mira, con esa mirada inmensamente tranquila de los bebitos. Se ríe, y vuelve a mamar.
                 Elena [la niñera de los chicos] abre la puerta del cuarto de los chicos cuando ha concluido de vestirlos (hasta entonces la cierra con llave para que no se le escapen). Y oigo desde mi cuarto, donde estoy dándole de mamar al bebito, cómo el patio, que estaba en silencio, se llena de pronto de voces, de risas, de gritos de vida.

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1 comentario en «SUSANA SEEBER DE MIHURA 1943/1 [30] EL HORROR DE LA SECA»

  1. La sequía con sus signos de muerte, que parece son para siempre; el milagro de la lluva que da vida, renueva, permite recobrar las fomas y colores en la naturaleza y un alma que contempla, se deja invadir por la belleza del misterio de la vida y desde ese equilibrio. continúa escribiendo lo que siente y lo que piensa. Eso marca, tal vez, la llaneza que percibimos en su espíritu. Pero hoy hay algo que la detiene: lo que aprende, lo que sueña para sus hijos, lo que implica ser madre educadora. Ya en su experiencia, con su cuarto hijo, puede enseñar con seguridad, las ideas claves a la hora de pensar en la educación de los hijos. Antes de que nacieran ya comunicaba cómo y para qué formar a sus hijos; qué tipo de hombres deben ser y a esa tarea se puso desde el comienzo. En estos tiempos, en que los padres dicen con cierta frecuencia «no sé qué hacer con mis hijos» y uno aprecia que el niño de tres años, domina a los progenitores, qué oportuno este párrafo con tan valiosa enseñanza que nos deja Susana Seeber.

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