UNA VOZ DESDE LA GREY
Una mamá de seis expone su experiencia de fe y familia

ME COMENTA UNA MADRE DE FAMILIA



PRÓLOGO VERSEADO
«Con el pie en el estribo pa montar el petizo
 m’hija me alcanza un mate ¡cebado con un mimo!
«Yo salgo al trotecito, saboreando la yerba
Pensando: ¡a esta hija mía Dios le ha dado ¡úna véerba!

¡Y miren con qué prosas más lindas se me larga
 que vienen a endulzarme el trago ‘e yerba amarga!


 ¡Si con lo que me dijo – mientras me lo servía – 
me ha iluminado el alma y me ha alegrado el día! 

Pa’ acortar este viaje, déjenme que les cuente 
Y díganmén si m’ija… es o nues… ¡elocuente!…

Si la escucha un obispo, la invita a dir pa Roma,
¡Sí! ¡Se lo digo en serio! ¡No me lo tome en broma!

¡El Espíritu Santo me la sacó dotora!
¡Empuja con verdades como locomotora!
¡Si hasta yo que soy bruto… 
oyéndola… disfruto!




Gracias Padrecito,
por hacerse un lugar «para tomar unos mates sin desmontar del petiso».
 Cuando una ama a alguien agradece (y valora) cualquier pequeño ratito de compañía. Y la recuerda. Y repasa las palabras. Y se le alegra el corazón por mucho tiempo cada vez que recuerda ese ratito,


Como siempre padrecito, muy hermoso lo que coloca en su blog. 
¡Hermosa la carta del matrimonio amigo de SS Juan Pablo II! ¡Cuánta verdad! Tengo la impresión de que nosotros, cristianos, hablamos demasiado de los matrimonios fracasados, pero poco de los matrimonios fieles…»


 ¡Es verdad! Yo no recuerdo una homilía (¡ni una!) donde se hable de la belleza y santidad del amor de los esposos. Mire, padrecito, nunca, nunca, nunca, le habré dado suficientemente las gracias a Dios por haber puesto el libro «La casa sobre roca» en mi camino (y aunque hace muchos años aún recuerdo perfectamente cómo fue), y de haberle dado a usted la gracia de un sacerdocio al servicio del amor esponsal humano (y divino).
¿Cómo pueden los esposos amarse bien (como Dios quiere) si no hay nadie que se los explique?



Ya sé que usted dirá «Tienen las Escrituras y el Magisterio». Pero muchas veces somos como niños (al menos yo… y bastante pavota muchas veces) Necesitamos de «un papá» que nos muestre la belleza de la Esperanza a la que estamos llamados. Meditando sobre este tema me parece ver un paralelo entre el mal ejercicio de la paternidad de los laicos y la de algunos (bastantes en este aspecto) consagrados.



Veo con pena que muchísimos padres de familia (buenos, piadosos, con buenas intenciones) no son capaces de educar en el amor a Dios a sus hijos, resistentes al empuje del mundo. ¿Por qué?



+ Me parece que la primera cosa es que hay que amar a Dios (y su Palabra, y su honra) más que a los hijos

++ La segunda es creer que ellos son capaces (no importa la edad) de enamorarse de Dios y de hacer sacrificios por agradarle, y por amor a Él no dejarse llevar por el mundo.
+++ La tercera cosa es vivir como familia de manera no-mundana. Y eso lleva sacrificios: no TV, no revistas mundanas, nada de modas, pocas amistades y sanas, buscar cosas sanas que nos diviertan y alegren como familia, cultivar (a toda costa) el amor y colaboración familiar, cultivar el gusto por la música bella (el mejor folklore, con sus letras cargadas de amor a la familia y la Patria, la música clásica, y los instrumentos musicales), el trabajo en equipo (no para que te paguen o alaben, sino porque con ello nos alegramos todos y le damos alegría a Nuestro Señor). 
¡Nada de «tecnologías» hasta que las puedan manejar sin adicciones (y para mí eso es, por lo menos, a eso de los 17 años)! Llevar una vida austera y en la medida de lo posible hacer caridad con los necesitados, cultivar en los hijos la preocupación por el otro (los vecinos del barrio haciéndole mandados, o los compañeros ayudándolos en las tareas).


++++ La cuarta es estar siempre vigilante sobre nuestros hijos. Amistades, gustos, conversaciones, en el uso del tiempo. Y esa creo que es la principal falla: se confía demasiado en los gurises, y se olvida de que ellos son pecadores, débiles y que nosotros somos sus pastores: debemos vigilar «nuestras ovejitas», traerlas con el cayado… y a veces un bastonazo hay que darlo también jjejjeje… esto suena horrible a los oídos de los padres hoy, pero es así. No se corrige a los hijos. Y eso que en la Biblia dice «corrige a tus hijos». También creo que es por «cansancio». Es que criar hijos es «cansador», pero ¡la alegría de ver cómo crecen en estatura y gracia no tiene precio!


 Y aquí es donde haría el paralelo del sacerdote y un papá. 

Si el sacerdote «se cansa» de animar a sus fieles a la santidad de vida, si cree que no es posible que sean santos, si no vigila la sana doctrina, se desanima ante las habituales (y repetidas) caídas de sus ovejitas, le hace el juego al Diablo. 
Y las ovejas se quedan con un pastor «buenisimo», pero que no las cuida, no le busca los mejores pastos, no la lleva en brazos… Y al final el pastor se traga que las ovejas son así, y bueno, — como dice la carta de estos esposos al Sínodo de los obispos — «no tienen madera para santos» o rebajan la santidad a ser buenos y ayudar.


Padrecito:

alguna vez se lo dije, pero necesito volver a repetírselo: descubrí cómo es el amor de Dios Padre en el amor que usted da. 
En sus consejos y su ternura, en su dulce y firme mano para conducirme a Dios (y apartarme del pecado), en animarme en lo bueno y amonestarme con fuerza en lo malo, en tener tiempo para mí (con tantas cosas y personas más necesitadas e importantes que le consultan), por decirme «hija»… ¡ah! si los sacerdotes supieran lo que para un alma significa que un sacerdote te diga «hija»! 
Muchas veces pienso ¿qué sentirá mi alma si un día el Señor me dice: hija? Ahhhhhh. 
Ésa, padrecito, fue la más grande enseñanza que me ha dado: que soy «hija» de Dios, que debo vivir como hija. 
¡Bendito sea Dios que le ha dado la gracia de conocer y difundir la Buena Noticia del amor humano elevado a divino!
Su hija

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