SUSANA SEEBER 1946/4 [46] Setiembre

«Eso que yo no comprendía: cómo amando tanto y tan totalmente a mis hijos y a Enrique, a mi casa y mis árboles, cómo pudiera amar también a Dios, recién he empezado a comprenderlo ahora […] Yo sé que aquí, en esta soledad en la que tengo conciencia de lo que soy, despojada de la personalidad que los demás ven y conocen –y hasta de la que yo misma reconozco cómo yo-,  sin libros y sin voz, yo existo y pienso, y siento, y sé que hay en mí una inteligencia que razona, y que al mismo tiempo, porque razona, tiene conciencia de que hay otra cosa que no es la razón. […] Hay en mí algo que cree. No sé si es eso exactamente tener fe: pero es […] saber que hay otra facultad  que no es la razón. Con sinceridad me analizo: y sé, con una certidumbre que nada ni nadie podría discutirme –porque es la misma certidumbre de que existo-, que hay en mí una facultad, una potencia, una fuerza, sin cultivar, que es esta que en mi soledad he reconocido. Eso que en mi espíritu –en mí– aspira a Dios, no es mi inteligencia ni mi razón, ni menos mi sentimiento ni nada físico: es otra cosa.

SETIEMBRE

 3          Estoy sola, y pienso. Sola, completamente sola conmigo misma. Los chicos duermen. (Y otra vez más, siento que en estos cuartos, al lado mío, está lo que es mi vida, más que yo misma. Los latidos de mi corazón -y me late tan fuerte cuando pienso en ellos- laten allí. Mi alegría, mi dolor, no están más, adentro mío. Es -no sé cómo expresarlo- como si en mí se hundieran las raíces de ellos, y como si yo fuera la tierra que viviera de esas raíces). Y hay el silencio que cae sobre la casa, aún cuando ellos ríen y pelean, de la ausencia de Enrique. Yo, y el silencio que es su ausencia. Me hace compañía el silencio. Eso -me he dado cuenta de pronto el otro día– es lo que significa para mí el no tenerlo aquí: me falta su amor como me falta el ruido del viento, el ruido de la vida.  

            Pero ahora estoy sola, aislada hasta del silencio. Y pienso en Dios. Es algo tan hondamente de uno, el sentimiento religioso, que no puedo preguntar a nadie –ni nadie podría decirme- cómo se siente a Dios. Pude leer y entender todo lo que de eso es razonado, pero cómo se reza y se cree, eso, leído, no es más que letras impresas sobre un papel.

            Y sin embargo, yo sé que aquí, en esta soledad en la que tengo conciencia de lo que soy, despojada de la personalidad que los demás ven y conocen –y hasta de la que yo misma reconozco como yo-,  sin libros y sin voz, yo existo y pienso, y siento, y que hay en mí una inteligencia que razona, y que al mismo tiempo, porque razona, tiene conciencia de que hay otra cosa que no es la razón.

            Hay en mí algo que cree. No sé si es eso exactamente tener fe: pero es como saber que una tiene un brazo derecho, aunque ese brazo no se mueve todavía. Es saber que hay otra facultad  que no es la razón. Con sinceridad me analizo: y sé, con una certidumbre que nada ni nadie podría discutirme –porque es la misma certidumbre de que existo-, que hay en mí una facultad, una potencia, una fuerza, sin cultivar, que es esta que en mi soledad he reconocido. Eso que en mi espíritu –en mí– aspira a Dios, no es mi inteligencia ni mi razón, ni menos mi sentimiento ni nada físico: es otra cosa.

            ¿Es por medio de esa facultad que se puede rezar? He ido escribiendo a medida que iba pensando, porque no puedo pensar sin escribir. Hoy se ha ido iluminando la oscuridad que me rodeaba con un rayo de luz: reconocer, descubrir esa otra facultad. Era tan simple. Mi inteligencia, mis sentimientos, mis instintos: de esos sabía perfectamente el lugar que ocupaban y de qué se ocupaban. ¿Cómo no he visto antes que esa aspiración a Dios –que no “encajaba” ni en mi instinto, ni en mis sentimientos, ni en mi inteligencia– necesitaba otra facultad, que provenía de otra parte de mí? El instinto, el sentimiento y la inteligencia, me advirtieron de Dios. Más no podían hacer.

            Pero Dios mío, ¡cómo se diluye, cómo vacila lo que, hace un instante, veía tan claramente! ¡Cómo se diluye cuando quiero fijarlo! Como telas de araña, como humo entre mis manos, cuando quiero poseerlo. ¿Tan duro, tan difícil es para todos, llegar a la Verdad? Estoy tan cansada ahora. Entreveo el camino y no puedo seguir, porque ya no puedo, mi cabeza no puede, ni mi atención.

 ***  

 6          Preguntando hoy al padre J. – en medio de una conversación– qué era esa otra facultad, me explicó: “Es como captar la onda que emana de Dios: eso es la Gracia”.

            Todo el día, en el fondo, estoy con mi preocupación religiosa. A veces pienso si estaré buscando para sentirme más segura, o más importante, o para satisfacer algún deseo sentimental. Pero no. No por buscar seguridad, porque temo esa revelación, por lo que de mí exigiría; ni por sentirme más importante, porque nunca veo más mi mediocridad, ni con más humillación y  vergüenza, como cuando estoy sola conmigo misma; ni por satisfacer sentimientos, que humanamente están colmados.

            No es mi sentimiento, es mi espíritu el que busca una satisfacción. Es que necesito saber la Verdad. Necesito, ¿qué necesito? Creo que todo se reduce a que necesito saber y poder rezar: ponerme en contacto con lo Absoluto, son lo Eterno, con Dios. Pero creo que hoy puedo rezar, después de lo que descubrí las otras noches, y después de lo que dijo hoy el padre. Eso era lo que yo presentía.

 *** 

 11        Desde el otro día, en que tuve esa especie de conocimiento, de posesión de mí misma, me acompaña siempre un mismo pensamiento. Entré ayer en una casa de antigüedades, y de pronto me di cuenta de que en mis manos tenía un crucifijo; de pronto, sin haberlo querido conscientemente. En ese cúmulo de cosas viejas y lindas, yo andaba buscando una imagen, gozaba con la idea de encontrarme con una imagen. Y me di cuenta de cómo me obsesionaba -sin quererlo yo misma- siempre el mismo pensamiento.

Eso que se ha abierto, ese rayo de luz que percibí, ahora me he dado cuenta que fue la posibilidad de amar a Cristo (y lo veo por el efecto que ha tenido sobre mí, independientemente de mí: porque yo no sabía qué era, ni qué significaría). Fríamente me estudio; y mientras en otros sentimientos he sido siempre yo quien ha dirigido, yo quien ha resuelto, en esto que me sucede ahora tengo la sensación –una sensación tan vívida que es una certeza– de que no soy yo, sino algo fuera de mí, lo que me conduce.

 *** 

 Sí, Te quiero, Te quiero humildemente, Te quiero sin prometerte nada por el momento, Te quiero sabiendo que exigirás; pero no, no todavía, porque todavía no Te quiero suficientemente. Anoche, de pronto, pensé: “¡Oh, Dios mío, este quererty no conocerte, esto, un día, tendrá que ser una terrible angustia!”.

Pero hoy me dejo quererte así, tan suavemente, que es un poco como el amor de la que ni aún es novia: ese principio de amor que no tiene exigencias no tormentas.

 ***

 13      Es un error creer que se puede conservar ese contacto con Dios, si uno no se aísla, un momento, en el día. Es en la soledad y en el silencio, en la absoluta soledad: cuando una tiene conciencia de que no existe ni como mujer, ni como madre, ni como “ente social”, sino como un ser desligado, aislado, solo. Separado de los hombres y de las cosas, y de la naturaleza. Entonces, eso que una es, ya no tiene, siquiera, un nombre; y lo único que se posee es a sí misma: este cuerpo y este espíritu. Y frente a esto que una es, Dios. 

            Eso que yo no comprendía: cómo amando tanto y tan totalmente a mis hijos y a Enrique, a mi casa y mis árboles, cómo pudiera amar también a Dios, recién he empezado a comprenderlo ahora.

             Con todos ellos, como vestida con esos amores que me cubren y me adornan, puedo ir a Dios. Porque no soy una mujer desnuda y muerta: soy lo que amo. No comprendo bien por qué no hay contradicción entre aquella soledad absoluta frente a Dios, y este otro sentimiento: de que me elevo a Él cargada con todos mis amores humanos. Pero hay algo tan joyeux en ese sentimiento, algo que canta y “exulta” en mí, cuando pienso que no necesito despojarme; que, al contrario, voy enriquecida con esos amores. Y que no me pesan, no me impiden subir. 

 ***  

 25        Oída una frase deliciosa: “El gobierno quiere expropiarme mi campo –Entonces, véndalo – ¡No!, ¿Cómo voy a venderlo, si es una herencia?”

*** 

30        Ante la inmundicia de los diarios con el relato del proceso de Nüremberg, y el de los crímenes –que se aplauden- de Bolivia, me duele el corazón: me duele de angustia, de amargura y de espanto. Una sola cosa pido: no que no sucedan esos crímenes (sería desconocer el lado salvaje de la humanidad) sino que una voz, una sola voz se levante, aunque fuera una sola, diciendo la verdad. Una sola voz que sea justa. Una sola: para que haya constancia de que existe la noción de justicia entre los hombres.

            Una sola voz salvaría a la humanidad. Vagamente comprendo porqué Dios, en la Biblia, prometió el perdón a la ciudad si encontraba un solo justo. Vagamente empiezo a comprender, también, por qué Cristo tenía que redimir a la humanidad. Tan confusamente, que apenas encuentro las palabras para explicarme a mí misma lo que voy descubriendo: Dios mismo, la Perfección absoluta, tenía que encarnarse para compensar la miserable humanidad de los hombres, para redimirlos. A mí misma me oigo mientras escribo: “Estoy divagando”, “estoy inventando”. Pero no. Esto que siento, lo siente también la humanidad. No en este instante, quizás; pero, ¡qué gusto a muerte y a hiel le quedará, cuando haya pasado el momento de las pasiones! Y la desesperación los llevará a la muerte y a la destrucción de todo: porque no creerán más en nada, no existirá ya nada en qué creer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.