SUSANA SEEBER DE MIHURA 1946/5 [47]Octubre

Hablando con Enrique [su esposo] sobre religión. En el primer momento me hizo mal. De esto tenía miedo yo: del sentido común y de esa palabra, “anormal”, que él pronunció de pronto. Después, paradójicamente, todo lo que Enrique me dijo no hizo más que reforzar lo que el Padre me había dicho. […] No ese misticismo vago y sentimental, sino el vivir la vida que poseemos refiriéndola a Dios: eso es la fe en Cristo. Mi marido, mis hijos, mi amor y mi alegría, tal cual las viví hasta ahora, pero compartiéndolos con Dios: eso es el amor de Cristo. Vivir, sintiendo en el fondo, constantemente, y aunque no rece, la presencia de Cristo. No sentirme yo la dueña de mi casa, de mis hijos, de mí misma, sino sentir que me han sido dados para glorificar a Dios.

1946/6: OCTUBRE 

1°        No “las culpas de los hombres”, sino una sola Culpa. Una sola culpa en el fondo de todas: arrancarse las alas y hundirse en el abismo. La oscuridad, el odio, la desesperación, la negación del espíritu: eso es el Pecado, el Mal; el mal que cada hombre y la sociedad entera llevan adentro suyo. El Pecado Original, entiendo, ¡por fin entiendo algo!

            Releo lo que he escrito, y veo que uso las mismas palabras que no quería usar. Las palabras de los que están adentro de la Religión. Yo quería hablar desde afuera, para que entendieran los que son como yo, ignorantes y rebeldes, y llenos de dudas. ¡Cómo me rechazan los libros piadosos, los libros llenos de “ángel”, “pecado”, “redención”! Me incomodan como me incomoda todo lo convencional, todas las frases hechas. Y sin embargo, reconozco por mi experiencia, que no son convencionales.

 *** 

 13        Releído – pero como si lo hubiera leído por primera vez– el “Leonardo da Vinci”, de Merejkowfky. Es un libro terrible, y de una belleza tan grande que me fascina. No puedo dejarlo, y ni siquiera juzgarlo serenamente. Y creo que esto es porque no parece la obra de un hombre determinado, sino algo que tiene vida propia.

            Pero tenía que leerlo hasta el final, y me alegro de haberlo hecho. Las últimas páginas – porque dejan adivinar al ruso y hacer entrever una intención– quitan al resto algo de su poder terrible. Sentía esa fuerza en el hecho de que nadie juzgaba, nadie elegía, nadie explicaba; y, así, me parecía, no que leía, sino que yo misma vivía, y dudaba y juzgaba.

            Recién ahora que lo he concluido y el libro está cerrado, recién ahora me acuerdo de Shuré y los “Grands Initiés” y veo el parentesco entre los dos. Pero, todos estos días, este libro extraño me ha poseído; ha sacudido mi “sombra de fe” más que ningún otro libro que haya leído en mi vida. Pude haberlo dejado, pero no quise. Mi fe no será jamás la fe que se hace sorda porque tiene miedo: porque eso es, ya, no tener fe. Si la fe no es capaz de afrontar y vencer lo que hace vacilar, es estupidez he hipocresía.

            Sí, me ha hecho mal estos días. Pero el libro está ahora ahí sobre la mesa, y no es más que un libro. Ha dejado de ser misterioso y profético, y mágico, en cuanto pude situarlo en una escuela, la de Shuré. El libro serio, teórico, de Shuré, me pareció cuando lo leí una fantasía, y no me impresionó más que como eso. Esta novela me pareció, en cambio, una obra llena de profundidad y de verdad: porque está tan bien y bellamente escrita. Pero los dos son la misma cosa.

            Y a pesar de todo -y después del malestar que sentía mientras lo hacía- leer este libro no ha sido quizás un mal. Pienso esto ( y deseo que sea así, porque amo también la belleza de “Leonardo da Vinci”) ,

…. después de abrir al azar el libro del cardenal Mercier y leer: “Porque Dios es principio de la vida sobrenatural de nuestras almas, y el órgano de transmisión de esta vida es Cristo; de tal modo que, para nosotros, vivir verdaderamente y no según las apariencias del mundo fenoménico accesible a nuestros sentidos a la razón fugitiva (se hubiera sonreído Leonardo) es, en frase del propio Cristo, conocer al Padre como único verdadero Dios, y a su enviado Jesucristo”.

Ese Primer Móvil, el Primer Principio, ¿qué importa que lo llamen así o de otra manera? No está allí el problema, no está allí la oposición, no es ése el nudo de la cuestión. El problema es Cristo. Él vino a explicar ese Primer Móvil, a revelar el Misterio: Y hay que creer en Él o, si no, negar la filosofía, todo principio, toda causa. Sus palabras eran la Verdad y Su Iglesia perdurará hasta el fin de los siglos. Sí, hoy lo creo, hoy entrevisto un poquito otra vez, hoy comprendo y creo, no en el Dios abstracto, sino en Jesucristo Dios y Hombre.

            Dios siempre estuvo, oculto, en la inteligencia de los hombres; y sigue estándolo, aún en los que no creen en Cristo. El mensaje de Cristo lo trajo a la luz, lo reveló. Y porque era verdad lo que Cristo decía, es que sigue existiendo Su enseñanza, y seguirá eternamente.

            Hay un solo camino, y es el de Cristo y de Su Iglesia. Es la única verdad sobrenatural que existe en la tierra. El hecho de que nadie haya podido contra ella es una prueba deslumbrante de que hay allí algo que está por encima de lo humano y material.

            ¡Dios mío!,¿quedará algo claro de esto, que estoy escribiendo? No lo releo, estoy demasiado cansada. Pero le pido a Dios que, por lo menos, pueda entenderlo yo misma, cuando algún día necesite recobrar este instante de certeza.

 ***

 22        Nada he escrito sobre el juicio de Nüremberg: todo lo que tenía que decir se lo mandé a Enrique en una carta. Estoy tan saturada de indignación y de desesperación ante la injusticia, que no sé ya con qué palabras reaccionar. Pero anoche sentí un dolor, como un golpe en el corazón, cuando Jackie me dijo: —                       “Mamá, yo creo que hasta los otros están enojados con lo que hicieron con los alemanes, porque J.P. me dijo que cómo hacían ellos de colgar a la gente –y seguro que es por lo que oye en su casa”.

No, no lo ha de oír en su casa; y eso, eso es lo espantoso. Como en un relámpago sentí todo lo que significa, como violación del alma de una criatura, esos comentarios; y este inevitable encuentro con la crueldad y el salvajismo en un chico a quien se le ha enseñado el amor y la belleza. El chico aquél sufría al pensar, no en la muerte, sino en el hecho brutal del ahorcamiento.

            Pero, ¿qué es lo que hacen con los chicos en el mundo de hoy? ¿Qué serán nuestros hijos que, desde chicos, están siendo ofendidos con la brutalidad y el odio, con una crueldad que no conocían y a la que se les había enseñado a rechazar?

  

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