SUSANA SEEBER DE MIHURA 1946/3 [45]
Julio y agosto
Eso que en mí aspira a Dios

1946 JULIO y AGOSTO

ES ALGO FUERA DE MÍ LO QUE ME CONDUCE

Todo el día estoy con mi preocupación religiosa … Eso que en mi espíritu –en mí– aspira a Dios, no es mi inteligencia ni mi razón, ni menos mi sentimiento ni nada físico: es otra cosa…¡Oh, si no tuviera tanto miedo a mi imaginación, en este momento, Dios mío, cómo Te amaría! ¡Cómo quisiera poder dejarme [permitirme] amar a Dios! Lloraría. Tengo una angustia adentro, porque no me animo a amar a Quien tanto, tanto debo. Dios mío, dame más fe. He cerrado los ojos y he querido rezar, pero no puedo decir más que “¡Dios mío, Dios mío, Dios mío!”. ¿Siempre estaré así, lejos de Ti, siempre afuera? ¿Nunca podré comprender que Tú eres un Dios Personal; nunca podré sentir que me amas, para poder amarte? Jesús, que fuiste hombre, ¡déjame quererte! ¡Dame fe, porque la necesito para creer en Ti, como otros creen! Pero ni eso debo pedir. Quizás sea la voluntad de Dios que yo quede siempre afuera, delante de esta puerta cerrada, detrás de la cual yo sé que está el Amigo, Jesús, el que amaba a sus discípulos. Ni con mi inteligencia puedo adorarte como debiera, porque comprendo que no puedo, yo, tratar de conocer a Dios. Lo único que puedo hacer, es reconocer que existes y que eres mi Creador, y arrodillarme, aunque mis labios no sepan decir más que “Dios mío”.   

 17        La conferencia del padre sobre Grecia, me emocionó. Oír hablar de la belleza, de ésta belleza de la tierra que he amado tanto (que amo todavía, a pesar de todo); y oír hablar, con el mismo amor que yo siento, a un sacerdote: yo, ¡que creía que no se podía albergar en el mismo espíritu a Cristo y a Grecia! Es como si me quitaran cadenas, oír hablar así. ¡Es en un templo griego donde debería colocarse el altar de Cristo! Porque el Dolor no es enemigo de la Belleza, sino un aspecto más de la Verdad. ¿Qué odio, qué bajeza ha movido a los hombres que pintaron de negro al Cristianismo, y le opusieron el resplandor de Grecia? [¡El abominable Renán!]

 ***

 31        Una frase muchas veces oída, pero que por primera vez resonó adentro mío. Hablaban del Cottolengo y de los idiotas, las locas repugnantes, los deformes: “Y hay monjas jóvenes dedicadas a cuidar esos seres monstruosos”. No puedo olvidar las palabras, no puedo detener las ondas que crearon. Eso es amor a Dios, eso es caridad. Eso, vivir como Cristo dijo, eso es verdad. Eso, y no mi vida. En mi vida no hay sufrimiento, ni material ni moral; no hay más que felicidad y comodidad. No tengo que hacer jamás un esfuerzo verdadero; ni me encuentro frente a lo repugnante, ni siquiera a lo desagradable. Esta vida mía no merece una compensación de eterna felicidad.

            ¿Qué tendría que dar yo, qué enorme acto de caridad tendría que hacer, para transformar en un valor verdadero, para pagar, esta inmensa felicidad que tengo? Dios mío, ¿qué tendría que ser el otro aspecto de mi vida, para restablecer un equilibrio? Porque no existe otro aspecto en mi vida: en el anverso, mi felicidad, y en el reverso: nada.

            ¡Qué ridículo me parece copiar mi diario! He empezado a hacerlo pensando que, porque me aburre y me cuesta, es un sacrificio. Y me resolví a hacerlo con la idea de que quizás fuera ésta mi forma de servir a Dios. Y ahora me avergüenza mi superficialidad. Porque ni siquiera me es desagradable copiarlo. ¡Y lo dejo en cuanto estoy cansada!

            ¡Oh, si no tuviera tanto miedo a mi imaginación, en este momento, Dios mío, cómo Te amaría! ¡Cómo quisiera poder dejarme [permitirme] amar a Dios! Lloraría. Tengo una angustia adentro, porque no me animo a amar a Quien tanto, tanto debo. Dios mío, dame más fe. He cerrado los ojos y he querido rezar, pero no puedo decir más que “¡Dios mío, Dios mío, Dios mío!”. ¿Siempre estaré así, lejos de Ti, siempre afuera? ¿Nunca podré comprender que Tú eres un Dios Personal; nunca podré sentir que me amas, para poder amarte? Jesús, que fuiste hombre, ¡déjame quererte! ¡Dame fe, porque la necesito para creer en Ti, como otros creen! Pero ni eso debo pedir. Quizás sea la voluntad de Dios que yo quede siempre afuera, delante de esta puerta cerrada, detrás de la cual yo sé que está el Amigo, Jesús, el que amaba a sus discípulos. Ni con mi inteligencia puedo adorarte como debiera, porque comprendo que no puedo, yo, tratar de conocer a Dios. Lo único que puedo hacer, es reconocer que existes y que eres mi Creador, y arrodillarme, aunque mis labios no sepan decir más que “Dios mío”.

            ¡Qué frío, qué oscuro está todo a mi alrededor!¡ Y qué infinitamente lejos mi Dios de mí! ¿Quererte, Dios mío? Pero sí, Te quiero, aunque estés lejos, aunque ante mí esté esa terrible puerta, esa puerta como de fierro, que no puedo abrir. Te quiero aunque sienta el vacío, aunque no Te comprenda, aunque no Te conozca, aunque dude de mí. Aunque mi inteligencia, que fríamente reconoce a su Creador, fríamente quiera paralizar mi amor.

 AGOSTO

 6          (En San Gabriel) ¡Mi casa, que huele a violetas y junquillos! Y el pasto húmedo cubierto de hojas secas, bajo el cielo gris.

            En la ciudad, los gritos de los chicos me incomodan. Aquí, riendo y peleando, afuera, sus voces suben y se pierden en el cielo, mezcladas con el ruido de los animales y de las plantas. Y todo forma un solo armónico.

***  

14        (En Buenos Aires) Algo extraño me está sucediendo: He perdido el interés por la gente y las conversaciones y por los libros que antes me gustaban.

            Tengo un solo interés ahora, una preocupación que corre bajo la superficie de los días vulgares, adentro mío, constante, y que no puedo definir bien. Es la preocupación por sentir a Dios. Leo los libros que le recomendó el padre a V., es lo único que me interesa leer ahora.

            La vida normal, de sociedad y de invitaciones, me parece absurdamente superficial y fuera de época. En realidad, mi preocupación religiosa y mi preocupación por lo que suceda en el mundo, por lo que está por suceder, son una misma cosa. Y siento que tengo que ir hasta el fondo de esta vaga e indefinible inquietud, porque esto influirá en todos mis actos, en la educación de mis hijos, en mi propia vida. Y sé que, si consigo comprender, habrá algo que tendré que hacer. Porque estoy como una persona que espera que le den la orden para moverse. Siento la necesidad de obrar.

            Pero en lo más hondo de mí misma, mi alma está en un estado parecido al de una mujer que presiente el amor. Tengo una angustia, una ansiedad de amar, con un amor que está más allá del amor que siento por Enrique y por mis hijos.

***   

 15        Todo esto del voto de la mujer, de la mujer emulando al hombre, de la “igualdad de los sexos”, ¡cómo me indigna y me angustia! ¡Es tan contrario a la naturaleza, y tan sintomático de la confusión actual! Tenía razón A.: “El Diablo tiene encadenado al sentido común”. ¡Y era necesario el sentido común, tan despreciado y tan calumniado! Era él, el que mantenía el equilibrio entre el peso de la inteligencia y el peso de la estupidez. Allí estaba, nivelando los platillos: ¡hecho de un poco de inteligencia y de un poco de estupidez! ¡Pero esto era, precisamente, lo necesario para evitar el desvarío de cualquiera de los dos! Sí, la gente de hoy, la humanidad entera, no es más que esto: una inteligencia que flota por encima de la realidad, junto a una abismal estupidez que, por honda, ha descendido por debajo del nivel de la tierra.

            Posiblemente, en el otro mundo no haya mujeres ni hombres y todos sean puros espíritus iguales. Pero en este mundo, esos espíritus han sido plantados en distintos cuerpos, como semillas plantadas en distintas tierras: y la planta que crece es igual y es distinta. Porque el ser humano hundido en el cuerpo de una mujer se nutre de ese cuerpo, se une inseparablemente al cuerpo y de él se alimenta, y por la fuerza de esa naturaleza material se transforma. Y el pecho que existe para amamantar, y el vientre misterioso modelador de hijos, son las raíces desde las que se desarrolla la inteligencia y la sensibilidad de la mujer.

            ¿Cómo es posible, que el que mire sinceramente no vea esa verdad? ¿Cómo es posible que se pretenda organizar el mundo sobre una base tan manifiestamente falsa, como esta de pretender que son iguales, y que tienen iguales derechos y obligaciones, dos naturalezas humanas tan diferentes? El torcer así la naturaleza, el pretender transformar lo intransformable, artificialmente, sólo puede conducir al desastre.

 

1 comentario en «SUSANA SEEBER DE MIHURA 1946/3 [45]
Julio y agosto
Eso que en mí aspira a Dios
»

  1. «¡Oh, si no tuviera tanto miedo a mi imaginación, en este momento, Dios mío, cómo Te amaría!» – Padre, me identifico mucho con este pensamiento… A veces siento que si dejo correr mi imaginación, que a veces es tan radical, y me decido a actuar según lo que me dicta (respecto a Dios y a mi vida), correría peligro de volverme loca. Sé que el discernimiento es clave, pero siento a veces que me limito mucho y por eso no amo más a Dios, como Él merece.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.